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Parejas que se pierden en el silencio: comunicación afectiva en tiempos de estrés

27 de noviembre de 2025 13:44 h

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Hay parejas que no se rompen de golpe: se van apagando en un silencio lento, casi imperceptible, como quien baja el volumen sin darse cuenta. No hace falta una discusión enorme para que una relación se desajuste. A veces basta acumular cansancio, preocupaciones, crisis encadenadas, y ese desgaste emocional que se instala cuando la vida empuja más fuerte de lo que la pareja puede sostener.

En La Palma lo vemos con claridad. Entre el volcán, la inquietud económica, las cargas de cuidado, los horarios imposibles o la sensación de “ir tirando” sin descanso, muchas parejas han pasado años funcionando en modo supervivencia. Y cuando una relación entra en ese modo, la comunicación se convierte en una especie de eco: se habla, pero no se siente al otro. Se convive, pero no se comparte. Se está, pero no se está con.

El silencio emocional no es dejar de hablar; es dejar de decirse.

Lo que se pierde en esas etapas es la disponibilidad afectiva: ese gesto sencillo de mirar al otro con curiosidad, de preguntar sin reproche, de escuchar sin preparar una defensa. En su lugar aparecen respuestas cortas, conversaciones que se quedan en lo logístico, discusiones que empiezan donde terminó la del día anterior o un “ya da igual” que es más un cansancio del alma que una renuncia real.

La buena noticia es que el silencio tiene traducción. Y la comunicación afectiva no requiere discursos complicados, sino formas distintas de estar presentes.

Uno de los cambios más potentes ocurre cuando la pareja deja de preguntarse “¿qué me quiere decir?” y comienza a preguntarse “¿qué le está pasando?”. Parece una diferencia mínima, pero transforma por completo el tono. Permite que el mal humor deje de interpretarse como ataque, que el silencio deje de vivirse como indiferencia, que la distancia no se convierta en juicio. Cuando entendemos el estado interno del otro, la comunicación baja de revoluciones.

Existen pequeñas frases que funcionan como llaves en estas situaciones. Un “no te entiendo aún, pero quiero hacerlo”, un “hablemos desde la calma, no desde el miedo”, un “esto no es tú contra mí, somos nosotros contra el problema”. Son expresiones simples, pero abren un espacio donde ninguno tiene que defenderse y ambos pueden explicarse.

La terapia narrativa también aporta una mirada útil: separar el problema de la persona. No es “tú eres distante”, sino “la distancia está entrando entre nosotros”. No es “ya no hablas”, sino “el silencio se nos ha colado en la relación”. Nombrar así las dificultades permite que la pareja se coloque junta, mirando hacia el obstáculo, no uno frente al otro.

A veces, lo que más ayuda no es hablar mucho, sino hablar mejor. Hacer una pausa antes de responder. Preguntar “¿quieres que te escuche o que pensemos soluciones?”. Avisar cuando uno está saturado para no discutir desde la tensión. Acordar momentos breves sin pantallas. Escuchar sin interpretar. Son gestos pequeños, casi domésticos, pero sostienen lo esencial: la sensación de que la otra persona sigue ahí, accesible emocionalmente.

Porque lo contrario del silencio no es el ruido. Es la presencia.

Las relaciones no necesitan perfección; necesitan reencuentros. Incluso en tiempos difíciles, incluso cuando se ha acumulado más cansancio que palabras, siempre hay una manera de volver: a través de una conversación sincera, una disculpa bien hecha, un “esto me dolió” dicho sin arma, o un abrazo que no busca resultado, solo contacto humano.

Si algo hemos aprendido en esta isla marcada por crisis, pérdidas y reconstrucciones, es que volver a empezar es posible. Las parejas también pueden hacerlo. Pero no empieza gritando más fuerte ni hablando más rápido: empieza escuchando de nuevo, con la intención abierta y la voz un poco más suave.

Porque, al final, casi todas las historias de pareja que se pierden en el silencio desean lo mismo: volver a sentirse encontradas.

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