La portada de mañana
Acceder
Las pruebas de que el Hospital de Torrejón elegía a pacientes rentables
Preguntas para el PSOE: ¿escuchan a sus feministas?, ¿por qué callan los hombres?
OPINIÓN | 'El Gobierno y el Real Madrid', por Antón Losada

Más verdades incómodas, incluso bajo las luces de Navidad

0

En La Palma la Navidad se vive a lo grande.

Luces a todo meter, competición no declarada por ver quién ilumina más, drones sobre la ciudad dibujando figuras en el cielo y la sensación general de que, si no estás feliz, algo estás haciendo mal. Todo muy iluminado. Todo muy caro. Todo pensado para verse. Todo, a veces, bastante lejos de quienes más lo necesitan.

Mientras tanto, en algún salón, alguien se come las uvas solo viendo a Eloísa. Doce uvas, una tele encendida y ese pensamiento incómodo que aparece sin pedir permiso: no pensé que acabaría así. No es tragedia. Es contexto.

Otros optan por la alternativa socialmente aceptable: quedar con familiares que no te caen bien. No por amor, sino por pánico al silencio. Risas impostadas, brindis tensos, conversaciones recicladas de otros años. Aguantar un poco para no quedarse solo. Logística emocional básica.

La Navidad suele ofrecer dos opciones poco honestas: soledad visible o compañía incómoda.

Y ninguna de las dos sale en los vídeos: ni en ciertos anuncios emotivos donde la Navidad se repite para sostener la memoria frágil de una madre; ni en los clásicos de la lotería; ni en los del turrón, donde siempre hay alguien que llega justo a tiempo.

Compramos como si el vacío se llenara por acumulación. Gastamos como si el brillo sustituyera al cuidado. Invertimos en lo que se enciende, se mueve o se graba, mientras lo que no hace ruido —una llamada, una presencia, sentarse al lado— queda fuera del foco. Confundimos luz con calor humano —error de diagnóstico bastante común— y luego nos sorprende que la soledad siga ahí, intacta, inmune al derroche.

Y todo esto ocurre aquí, en una isla con uno de los mejores cielos del mundo, donde las estrellas llevan siglos alumbrando en silencio, igual que la soledad. Quizá tanta luz no sea para ver mejor, sino para no mirar arriba… ni hacia dentro.

No falta espíritu navideño.

No falta gratitud.

No falta esfuerzo.

Faltan personas concretas, en momentos concretos. Por migraciones, por duelos, por mudanzas forzadas, por vínculos que no resistieron el tiempo. Y eso no se arregla con campañas, ni con risas forzadas, ni con una isla iluminada como si la electricidad pudiera abrazar.

Así que, si esta Navidad te toca elegir entre comer las uvas solo o reírte donde no te sientes en casa, no te juzgues. No es un fallo personal. Es un sistema que sabe lucirse, pero no siempre sabe acompañar.

Las luces se apagarán.

Los drones aterrizarán.

Las risas impostadas se quedarán sin pilas.

Y la soledad —si nadie la mira de frente— seguirá ahí, esperando menos brillo y un poco más de verdad.

Etiquetas
stats