La Luna del Castor frente a la Luna de las Castañas
La Luna del Castor puede irse por donde ha venido, o al carajo directamente.
Aquí la luna huele a castañas, a vino, a bodega no a roedor de Vermont.
Permítanme que les cuente algo maravilloso: el sentido común ha reaparecido en Canarias como un primo borracho en las fiestas patronales.
Sin avisar, pero muy bienvenido.
Resulta que hemos tomado una decisión revolucionaria: la Luna del Castor puede irse por donde ha venido, con su cola peluda de vuelta a Wisconsin.
Aquí el único castor que conocemos salía en los anuncios de ColaCao, y ni siquiera estamos seguros de que fuera un castor de verdad.
¿Saben qué? Durante siglos nuestras abuelas, nuestros abuelos miraban esta luna de noviembre, asaban castañas, o se iban a las bodegas a probar el vino nuevo.
Y usaban nombres con sustancia. Nombres que olían a tierra mojada y a tinto nuevo en las pipas de tea.
Pero claro, nosotros, modernísimos, con nuestro wifi, decidimos que eso era muy de guanche rezagado.
Mejor importar el palabrerío yanqui de la CNN, ¿no? Mucho más chic.
Pues se terminó la tontería.
Esta noche, cuando levanten la vista sobre Los Llanos, sobre las viñas de Fuencaliente, sobre los almendros de El Paso,
sobre la bahía de la Siudá, van a ver lo que vieron sus bisabuelos: la Luna de las Castañas, la del buen vino nuevo.
Porque aquí en noviembre no hay castores preparándose para el invierno. Aquí hay castañeras en las esquinas con sus latas humeantes, bueno, había, que con este calor ya no hay. Hay cestas de mimbre llenas de frutos oscuros. Hay abuelos partiendo cáscaras mientras cuentan historias que nadie escucha porque todos estamos mirando el móvil.
Si en Montana quieren llamarla del Castor porque allá tienen castores hasta en los desagües, fantástico. Que les aproveche.
Pero nosotros vamos a recuperar nuestros nombres: La Luna de las Castañas. La Luna del Vino Nuevo. La Luna de las Bodegas Llenas.
Nombres que saben a algo de verdad. Que cuando los pronuncias puedes casi saborear el tinto en la lengua y sentir el calor del fuego de leña.
Así que esta noche salgan a la calle —que bastante tiempo pasamos mirando pantallas— y díganle a esa luna lo que es: canaria.
Nuestra. Con denominación de origen.
Y si alguien les pregunta por qué no la llaman Luna del Castor, sonrían con educación:
“Porque aquí no hay castores, mijo. Pero castañas, esas sí que las tenemos a puñados”.
Fin del comunicado.
El autor de este artículo se reserva el derecho a reírse discretamente de todo aquel que siga
usando nombres de animales norteamericanos para fenómenos astronómicos perfectamente canarios.
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