La cultura en las manos y en la memoria

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Un astillero abierto al mar, un pescador remendando redes, una vecina que borda tras una ventana, un agricultor que mira al cielo y predice, un pastor que cuida su rebaño para obtener la mejor leche y lana… Ahí está, para mí, el corazón y la esencia de lo que somos.

La cultura palmera no empieza en un gran escenario ni en una gran agenda cultural. Empieza en las manos y en la memoria de la gente.

Paso muchas horas del día observando, escuchando y pensando. Tal vez sea deformación profesional, o el recuerdo de aquellas clases de lógica matemática en la facultad de Filosofía.

La premisa es clara: vivimos en una isla rodeada de mar.

La consecuencia lógica también debería serlo: por tanto, hemos de conocer y habitar su cultura marítima con naturalidad, con soltura y con orgullo.

Pero la realidad no cuadra con el silogismo.

Y la pregunta se impone: ¿por qué nos cuesta tanto reconocernos en esa identidad marinera que nos sostiene desde hace siglos?

Una isla que se hizo puerto

Hubo un tiempo en que Santa Cruz de La Palma fue mucho más que “capital”: fue un puerto importante en las rutas hacia América, un lugar donde entraban y salían barcos, grandes y pequeños cargados de mercancías e historias. Y eso dejó huella.

Hubo un tiempo en el que mar era sinónimo de trabajo, además de una bella estampa en el que las playas eran talleres de carpintería de ribera, astilleros se llamaban, llenos de vida, de familias (constructores, armadores, pescadores, calafates y marinos) dedicadas generación tras generación a construir barcos que cruzaban el Atlántico.

Según nos cuentan, alrededor del puerto y de casi todo el litoral palmero giraba un mundo de oficios: carpinteros de ribera construyendo cuadernas, calafates sellando tablas, pescadores cociendo redes, comerciantes, emigrantes y marineros que iban y venían; en definitiva, toda una historia marinera que atraviesa la cultura en una isla pequeña convertida en punto de encuentro gracias al esfuerzo de su gente. No olvidemos que no había más que lápiz, escuadra y cartabón ¿diseño por ordenador?, mucha sabiduría sobre maderas, proporciones, cálculos y técnicas. ¿inteligencia artificial. Cada embarcación llevaba detrás muchas horas de trabajo anónimo y, al mismo tiempo, mucha responsabilidad: de esos cálculos, trazos y maderas dependían vidas y sustento.

No es una historia romántica que se cuenta para entretener. Es la historia de un esfuerzo técnico, social y muy humano que explica por qué La Palma ha tenido siempre esa mirada puesta en el horizonte.

Reconozco que puedo resultar muy insistente cuando hablo con mis allegados y algunos políticos de recuperar el oficio de carpintería de ribera y por tanto de la construcción naval tradicional, pero mi único propósito es abrir un libro que esta isla escribió hace mucho tiempo con esfuerzo, ingenio, sabiduría, altruismo y por supuesto con madera, estopa y salitre.

Este libro está hecho de barcos de madera, y de manos que aún recuerdan cómo trazar una cuaderna o cómo calafatear las juntas de las tablas de un  casco, No es un libro para guardar en las estanterías de las bibliotecas, es un libro para contar, enseñaren vivo y conservar en la memoria de las nuevas generaciones, porque serán ellos quienes puedan volver a las faenas de la mar con conocimiento y cruzar de una orilla a otra sin “trabucar”. Cada embarcación tradicional que se pierde es una página que se arranca de esa historia que, aunque no seamos conscientes, también nos explica quiénes somos.

El tiempo pasa. Y si no escuchamos ahora, habrá cosas que ya no podremos recuperar. No se trata de vivir anclados en el pasado, sino de dejar que ese pasado nos hable para no repetir los mismos errores y para no renunciar a lo mejor de lo que hemos sido.

A la vez, necesitamos que la juventud encuentre su sitio aquí, que pueda formarse, emprender, equivocarse y volver a intentarlo con proyectos ligados a la cultura, al mar, a los oficios, al patrimonio. Si no hay relevo, no hay continuidad.

Y, por supuesto, hace falta que las empresas palmeras que están apostando por la cultura, el turismo respetuoso, los productos locales y las experiencias con sentido no se sientan solas ni anecdóticas. No se puede sostener una “isla cultural” solo a base de voluntarismo.

Cultura Mágica: por qué existe

Para quien no la conozca, Cultura Mágica existe precisamente por esto.

Existe para intentar hacer, con humildad, pero también con decisión, un viaje al pasado insular y aprender de él. No como ejercicio de nostalgia, sino para que nuestro presente y nuestro futuro no se desvanezcan entre lo artificial y lo efímero.

Intentamos escuchar a quienes estuvieron antes, mirar la isla con ojos de ahora y proponer formas de vivir la cultura que respeten la memoria, los oficios, el mar y a las personas que hacen posible que La Palma siga siendo La Palma.

¿Por qué escribo esto?

Porque me duele ver cómo, a veces, todo ese tejido cultural se da por hecho. Porque sigo creyendo que la cultura palmera no es solo programación y marketing: es también memoria.

Ojalá, poco a poco, seamos más las personas que miramos La Palma desde ahí:

desde los oficios, desde el mar y desde una memoria compartida que merece ser contada muchas veces… y desde todos los pueblos.

Y si salimos del muelle y subimos al monte, la cultura palmera sigue oliendo a trabajo manual.

Pienso en el bordado, la cestería, la seda, la cerámica, el cultivo de la caña de azúcar, la gente que elabora ron, queso, miel, puros, tejidos… Oficios que han sostenido familias enteras, que han mantenido barrios vivos o como se dice en la actualidad, han dinamizado municipios, y que forman parte de nuestra identidad mucho antes de que habláramos de “economía circular” o de “experiencias turísticas”.

Sin duda alguna, cada pueblo tiene más de una historia que contar, y sin duda alguna, es de esa memoria cotidiana, que también es CULTURA, de la que podríamos aprender algo.

Seguramente, seguiré insistiendo.

Carmen M. Concepción Fernández es filósofa…naval y CEO cofundadora de Cultura Mágica

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