Espacio de opinión de Canarias Ahora
Octubre
Unas gotas humedecen por un día la tierra de aquel morro donde inventábamos la vida. Allí siguen los dos pinos, a pocos metros de casa. De uno asoman las raíces, que flotan sobre un hueco enorme lleno escombros. El otro se sostiene como creció, esperando a que regrese el hombre sordo y ciego y lo arranque con su pala mecánica. El morro era un valle verde donde nos ensuciamos y ahora es un solar. Los dos pinos nos vieron crecer, como nosotros a ellos. Mantienen su dignidad. No se mueven y aceptan, como lo hizo el filósofo, su destino. Últimamente hablan mucho entre ellos: cuando llega la noche y los coches descansan en los garajes, cuando la avenida es un páramo con los restos de basura que dejan los jóvenes veloces.
Vuelve en octubre la pregunta de qué eres. Y hay dos cosas que flotan por ahí: miedo a no estar a la altura (todavía no sabes quién ha puesto la altura) y miedo a que ciertas heridas nunca cicatricen cuando te sientes más vulnerable. No te sientes escritor, ni profesor, ni periodista, ni mucho menos músico. Andas de puntillas en cada cosa, andas de esa forma para sobrevivir al ruido, que es a veces tu propio ruido.
Se va septiembre con una ráfaga de noticias que inquietan el orden mundial, si es que algún día hubo orden. La democracia, si no la cuidamos, si no ponemos mecanismos para no dejar de creer en ella y construirla de manera sólida, puede entrar en una crisis profunda, amenazada por los autócratas, enemigos de la verdad y el bien común, respaldados a su vez por los jefes de nuestros teléfonos móviles que expanden la mentira, el odio y la desinformación por todo el planeta.
Aceptas las lecturas dispersas. Te cuesta dejar un libro por la mitad ¿Y si está en el final lo que buscabas?, porque en las lecturas siempre buscas algo que se parezca a lo que te pasa, respuestas, un paisaje familiar. Buscas ser otro o que el otro no sea muy diferente a ti. A veces tienes épocas Richard Ford, épocas Piglia, épocas Kafka, épocas Luise Glück, épocas José Ángel Valente, épocas Agota Kristof. Y sus vidas recobran todo el interés: qué hacía y por qué hacía lo que hacía, cómo llegó a escribir eso, en qué circunstancias. Subrayas a lápiz y apuntas en una libreta. Siempre el mismo proceso. A veces sale un poema, otras el comienzo de un relato, un titular, una idea de novela, y la mayoría de veces, cosas que no sirven para nada.
Sí, acatar la dispersión en la lectura. Desde comienzos de setiembre hasta hora solo has podido leer de manera intermitente varios libros a la vez: durante respiro necesario en La Montaña Mágica te has sobrecogido con algunos Cuentos Salvajes, de Ednodio Quintero; siempre extraño e increíble Roland Barthes con el Imperio de los signos; el papel invisible de la traducción en la autora Laura Esther Wolfson y su Perder el Novel; extraño e inquietante es también es Patrick Harpur en el Fuego secreto de los Filósofos; coges y sueltas a Ramón Andrés, desde Camino a Intemperie hasta Pensar y no caer. Regresas a Juan Arnau, que viene esta semana a Tenerife, con Materia que respira luz. En el baño, Carta a Li-Po de Corredor Matheos, y junto al pan, en la mesa de la cocina, el poemario Venir desde lejos, de Eloy Sánchez Rosillo. «Libérate en el camino de quien eres. Y entra entonces sin nada en ese todo», escribe el poeta. Liberarse, sí: anhelo de vuelo y de alas, de tiempo propio sin tiempo. Anhelo de frío. De un octubre frío y generoso.
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