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Entrevista
Fatima Ouassak, escritora: “Para la sociedad occidental la madre no es interesante ni es un sujeto político”

La autora del libro 'El poder de las madres, Fatima Ouassak'. Foto: Charlotte Krebs.

Alicia Justo

Las Palmas de Gran Canaria —

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Dos luchas protagonizadas por madres en Francia sirvieron para mostrar al país que con su unión eran capaces de enfrentar a todo un aparato policial, social, educativo y político que las discrimina a ellas y a sus hijos. En una de esas resistencias estaba la escritora y consultora en políticas públicas, Fatima Ouassak, quien en su libro El poder de las madres. Por un nuevo sujeto revolucionario ha recogido la estigmatización de las madres racializadas y de sus hijos, la desinfantilización que sufren los hijos de los migrantes, pero sobre todo, el poder que guarda la movilización de muchas madres unidas para cambiar aquellos escenarios adversos. “Una discusión que tengo con el feminismo es que no ven el potencial de determinación de fuerza de las madres”, enfatiza. 

Nacida en el Rif (Marruecos) y criada en uno de esos barrios de la periferia de París que son centro de los ataques de los partidos de extrema derecha, Ouassak, hija de migrantes y de obrero, se define a sí misma como una persona que ha generado una cierta habilidad de resistencia a la opresión. A lo largo de las páginas del libro describe cómo a raíz de su lucha por mejorar el menú del comedor escolar de su hijo, se percató aún más de la discriminación que sufren las madres racializadas. Si ella hubiera sido una madre blanca, reflexiona, la habrían nombrado la madre ecológica del año. Sostiene que no se espera que las madres de los barrios populares filosofen, que reflexionen sobre cuestiones universales o que ostenten el poder político. Valorarlas en estos ámbitos, según la autora, podría tener un efecto contagio. 

Para las madres no blancas hay otro tipo de proyecciones. “La sociedad espera de las madres no blancas, racializadas y musulmanas que calmen el enfado de sus hijos. Aunque haya discriminación y humillaciones, hay que hacer como que eso no existe. Hay que calmarse, no expresar el enfado, no expresar las reivindicaciones”, revela. Ella misma reconoce que padeció el dilema entre educar a su hijo para defenderse de las distintas violencias a causa de su origen o mantener la calma para que pudiera conseguir un título académico o un buen trabajo. Pero tras el resultado de las pasadas elecciones en Francia, llegó a una conclusión: “Hay que enseñar a los hijos a defenderse porque en Francia el fascismo tiene verdaderamente el poder”, remarca. 

Las Locas de la Plaza Vendôme, nombre escogido en honor a las madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires, y años más tarde el Frente de Madres rompieron esta dinámica uniéndose para reclamar derechos para ellas y para sus hijos. Todas estas luchas estaban protagonizadas principalmente por mujeres de origen migrante, procedentes de las excolonias francesas en África. Por ello, Ouassak establece una diferencia entre la percepción del rol de madre en Occidente y el de las sociedades del continente africano. La autora recuerda haber escuchado en Marruecos la narración musulmana El paraíso está a los píes de las madres con la que se llama a los niños a respetar a sus progenitoras. “Como feminista, reconozco que esa valoración es por una razón patriarcal. Ya que se considera que la madre es lo contrario a la prostituta. Pero hay ventajas. Al menos se reconoce su rol social”. Esta valoración se percibe en los barrios franceses donde hay una gran población originaria de Marruecos, Mali o Senegal. “En esos barrios se integra, hay más solidaridad, hay más apoyo escolar, todas las actividades del barrio están ahí porque las madres están en el espacio público, se organizan para proteger a los hijos, etc. Y esto es realmente lo que se encuentra en la sociedad marroquí o la sociedad senegalesa.”, subraya. 

Por el contrario, la autora observa que en Europa no se valora el papel que juegan las madres en su conjunto. Según su experiencia, enfocándose sobre en todo en Francia, no se considera que la madre forme un grupo o una comunidad, sino que es vista como una madre individual, “aislada en su habitación, la ama de casa”. “La madre no es interesante para la sociedad occidental, es alguien que está para calmar, para mitigar el enfado, pero no es un sujeto político”, denuncia. Para ella, además el feminismo en Occidente ha considerando a las madres, y por lo tanto a los niños y a la familia, como “el patriarcado”. “Esto ha hecho que el feminismo no considere a la madre como un sujeto político ni estratégico”, remarca. 

“La discriminación es un sistema de explotación de trabajo”

Uno de los primeros espacios donde los hijos de los migrantes empiezan a experimentar la exclusión es en el centro educativo. “Es duro decirlo porque en Francia se tiene la idea de que la educación viene a  salvar a la clase obrera, a los inmigrantes, viene a sacarte de la subcultura. Es todo lo que está alrededor del colegio francés republicano. Pero no es verdad”, critica. De hecho, Francia es uno de los países de la OCDE con mayor desigualdad escolar. “Las personas no blancas y musulmanas que entran al sistema educativo francés tienen menos oportunidades de salir con un título, de salir con posibilidades de ir a la universidad o con una profesión”, añade.

Para la autora, la discriminación en los centros educativos no se pone en práctica a través de grandes gestos sino con pequeños detalles. Ouassak señala que a los niños que hablan en sus casas idiomas como el bambara, el wolof o el dariya, el profesorado les aconseja que usen únicamente el francés. Sin embargo, si el alumno es descendiente de españoles o ingleses se les anima a hablar dos idiomas. “Estos detalles destruyen la confianza en sí mismos de los niños y el orgullo con respecto a sus padres, con respecto a la religión, a la historia o la lengua”, se lamenta.  Para Ouassak, esta discriminación en los centros educativos busca educarlos y prepararlos para que acepten trabajos con contratos precarios, temporales y mal remunerados, como en los sectores de la limpieza, la construcción, la atención telefónica, mensajería o seguridad. 

A través de las páginas del libro, la ensayista también desgrana el funcionamiento del sistema discriminatorio. Ouassak sostiene que para justificar el acceso prioritario a los recursos, las personas que no son migrantes o racializadas van a poner en marcha una serie de prejuicios sobre determinados grupos de población. Para ello van a recurrir a las representaciones coloniales, como que los árabes son violadores, las mujeres musulmanas son sumisas o que los negros no tienen historia. “Hay una función en la discriminación, no es un accidente, no es una percepción ni la idea de que tomándonos un cuscús o un té de menta vamos a favorecer la tolerancia. La discriminación es un sistema de explotación de trabajo”, reivindica. La autora sostiene que con los prejuicios muy presentes es más sencillo explotar, por ejemplo, a las trabajadoras marroquíes que vienen cada año a España durante la temporada de la recogida de la fresa. “Si se les estigmatiza es para explotar mejor en el trabajo, si les estigmatiza es para impedir mejor la resistencia”, concluye. 

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