Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Liberty
Corría el verano de 1943 cuando las tropas norteamericanas desembarcaron al sur de Nápoles, dentro del progresivo avance que llevaban desde que abandonaron el norte de África. La aparición de la flota norteamericana fue todo un espectáculo y Nápoles no tardó en caer. En sus muelles eran visibles los buques 'Liberty' unos mastodontes de 195 metros de eslora con los que Norteamérica fue capaz de sostener dos frentes simultáneos, con dos océanos de por medio (Pacífico y Atlántico), alimentar Gran Bretaña y suministrar material logístico (camiones, jeeps, de todo) a la Unión Soviética. Pero una noche de aquel mes de junio, lo impensable ocurrió: uno de los buques había desaparecido. Se lo buscó por tierra (sí, por tierra) y mar y nunca se dio con él. Y todavía se sigue sin saber qué pasó, aunque hay teorías para todos los gustos. Pero me imagino el trago que tuvo que pasar el comandante de la flota cuando tuvo que comunicar que uno de sus barcos se había volatilizado...
Estados Unidos es un país aparte. Cuando declaró la guerra reconvirtió su industria en industria de armamentos. En un tiempo récord pasaron de fabricar cacerolas y tapacubos a fabricar cañones y tanques Sherman. Los 'Liberty' son un claro ejemplo de ello. 18 astilleros construyeron cerca de 3.000 y el récord en construir uno está en cuatro días y 15 horas y media, desde poner la quilla hasta la botadura. Taylorismo elevado a la enésima potencia. Uno de estos grandes mastodontes marinos, dedicado al transporte de pertrechos, fue el que desapareció en Nápoles.
Pero me quedo con la cara del comandante al tener que lidiar con el absurdo. La misma cara que van poniendo los presidentes autonómicos cuando tienen que gestionar sus territorios ante los mayores ataques a que está siendo sometido el autogobierno en España.
Nuestra pequeña autonomía ha tardado más de 30 años en construirse. Desde los tiempos en que la Diputación podía reunirse en el salón de un casino hasta la actualidad en la que se gestiona más de 2.000 millones de euros de presupuesto, pasando por los tiempos agitados del hormacheísmo y sus acólitos que gestionaban una cuarta parte de lo que es ahora el Gobierno de Cantabria.
Recientemente, el presidente Miguel Ángel Revilla ha llamado a la sublevación de las autonomías contra la limitación del gasto que ha impuesto al mapa autonómico desde ya y hasta nuevo presupuesto. Y como todos sabemos, no hay libertad sin independencia económica. Les pasa a los individuos, a las empresas y a los gobiernos. Sin independencia económica, el autogobierno es puramente testimonial y daría igual convocar unas elecciones que un concurso para seleccionar una gestoría, y daría igual elegir a un presidente que a un contable. Revilla como William Wallace (Corocotta sería más apropiado, pero no existe constancia de su existencia), el héroe nacional de Escocia, se ha subido a un monte de Polaciones y ha clavado su estandarte en la cima esperando a que las tribus autonómicas acudan. No lo harán. Puigdemont preguntará por el 3%, a Feijoo no se le espera, Susana Díaz no juega si no manda y de los demás, casi mejor que no acudan. Como mucho, y harto de esperar, se encontrará con una mesnada de directores generales, bedeles y juristas, con los cuales se pueden hacer muchas cosas, excepto sublevarse.
No tiene mucho sentido sublevarse en estos tiempos. Se puede acudir a Madrid (en taxi), pedir cita al ministro de Hacienda y volver con la certidumbre de que Darth Vader es tu padre. Pero seamos serios. Ni queriendo el Estado podría cambiar las reglas de juego, y su papel es el de mera correa de transmisión de las directrices que le marca la Unión, a la cual se las marcan las principales instituciones financieras, tan interesadas en el autogobierno de los territorios como en los talleres de lectura.
Así que nuestro presidente tiene que decirle a los cántabros que le han robado un enorme buque sin saber exactamente cómo ha ocurrido.
Pero sí se sabe.
Hubo tratados que pusieron del revés la configuración europea y que fueron votados con entusiasmo. Hubo una reforma constitucional, rápida y unánime, única y exclusivamente para poner límite al déficit (esa misma Constitución que discrimina los territorios creando las Haciendas forales, que se quedan con lo que necesitan y ceden al resto lo que les sobra, cuyo valor se aproxima habitualmente a cero.) Y hay unas competencias, todavía en poder del Estado, que hacen pasar a toda una región por las horcas caudinas de tragarse una legislación antifracking delante de la mirada impertérrita de un exministro arrogante y panameño. Por no citar el reciente requerimiento del Estado a no comprometer más gasto en 2016 (¡y estamos en agosto!). En un ejercicio de sinceridad, el Gobierno de los cántabros es cualquier cosa menos independiente económicamente: endeudado hasta las cejas, en situación de quiebra no declarada, su mayor afán, como era el afán de los anteriores, es conseguir pagar las nóminas de los empleados públicos; ya no puede gastar ni endeudarse; y cualquier tentativa de sublevación se encontrará con la retención de las transferencias del Estado y/o la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna, ese tan bonito que dice:
Se mire como se mire, el ejercicio del autogobierno se ha convertido en un ejercicio de contabilidad aplicada.
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