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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Toros, relojes y mitos

La Feria de Santiago se celebra durante la Semana Grande de Santander. |

Javier Fernández Rubio

El otro día, en un programa de televisión al que fui invitado, me preguntaron mi opinión sobre la fiesta taurina, a propósito de la aprobación de la retirada de subvenciones municipales al cartel de la Feria de Santiago. Di mi opinión y no se resquebrajaron las paredes del estudio, cosa que me sorprendió porque ya me veía corriendo los sanfermines alrededor de la mesa; pero en lo que insistí, y aprovecho la ocasión que se me da para abundar sobre el tema, es en el convencimiento de que cualquier debate sobre este asunto es baladí ya que la suerte antitaurina está echada, solo es cuestión de tiempo. Puede tardarse un año o diez, pero la muerte del toro y otros animales para diversión del vecindario tiene los días contados.

Habría que retrotraerse a mil años antes del nacimiento de Cristo para establecer los pilares míticos de nuestra sociedad. Aunque han pasado más de 3.000 años no estamos muy lejos de esos pueblos de pastores guerreros que arrasaron y pasaron a cuchillo la tierra cananea para quedarse con ella. Su Dios, el Dios del Deuteronomio, que es un libro tan espantoso que no sé por qué el ministro del Interior no hace algo, es un Dios terrible, que no tiene piedad con los enemigos. Es un Dios que no admite disidencias de los hombres ni competencia en los cielos. Es único, es lanzador de rayos y anda siempre mosqueado con sus criaturas.

De ese monoteísmo, y no es el único monoteísmo que se arrastra hasta nuestros días, surge la separación de nuestra cultura con la naturaleza. Es antiquísima la vinculación de nosotros con ella y de rebote con los dioses de turno. Muy tardíamente, en 1852, el último portavoz del Paleolítico en el siglo de los descubrimientos, el gran jefe indio Seattle, en una carta al Congreso norteamericano se mostraba perplejo porque no entendía la pretensión de comprar sus tierras, ya que no se puede comprar el aire, el agua y el espíritu. La carta es bellísima, por lo que les encomiendo que la busquen ya que me extrañaría mucho que la leyeran por televisión.

Como digo, el jefe Seattle fue el último exponente de una tradición mitológica antiquísima. Desde entonces el hombre está solo ante una naturaleza que ha cosificado de una manera brutal a otras especies, al paisaje, a esta bola aún tibia que gira alrededor del sol. En apenas dos siglos, hemos esquilmado el planeta y reducido a los seres vivos a la condición de cosas, con las que se puede hacer de todo.

Lo que diferencia al hombre, y la mujer, de los animales no es que se vista para dormir, como decía un amigo mío al que todavía le queda un poco de sentido del humor; la gran diferencia es que el ser humano es el único animal que disfruta con la crueldad, disfruta haciendo daño. Su psique puede tener alguna duda cuando se inflige daño gratuito a otros seres humanos, pero en estos casos la solución es fácil: se declara una guerra y santas pascuas. Pero con los animales, que son cosas para él y no una parte de él mismo ni una porción de eternidad, se puede volcar toda la vesania que a uno se le pueda ocurrir.

El león en la sabana mata para comer, pero cuando está saciado no ataca. Y así todos los demás. Toda la naturaleza está basada en el daño y la muerte, pero no en el daño y la muerte gratuitos. Esta patente nos pertenece a nosotros como especie, que aún guardamos un gen dañino debajo de la cintura y que en ocasiones, y qué mejor ocasión que unas fiestas patronales, sacamos a relucir con cohetes, charangas e incensario político y religioso.

Una de las causas de la incertidumbre en la que vivimos, y creo que todo el mundo lo ha experimentado estos años, es la ausencia de referentes míticos. Cuando el Dios inflexible del Deuteronomio ha dejado de regir nuestras vidas, porque ya no tenemos héroes ni mitos, solo fantoches televisivos, hay que buscar unos nuevos. Es lo que tiene el escepticismo. Pero, ¿dónde buscar? Se requieren referentes que cumplan la función narrativa, instructiva y catártica de los antiguos dioses.

Yo creo, y aquí va el busilis, que desde los años 60 se está fraguando una nueva mitología, una nueva referencia colectiva, que va más allá de nacionalidades, de razas y de ideologías y que pone al hombre de nuevo dentro y no fuera de la naturaleza. No estoy hablando tanto de ecología como del mito, que es más misterioso y totalizador. Cada vez más personas en esta abigarrada arca llamada Tierra reclaman una nueva mitología, quieren suscribir un pacto con el cuidado del Planeta que no es más que una señal de respeto por algo que está a la misma altura que nosotros. Y en esa construcción es donde los festejos brutales son atavismos en vías de extinción. Millones de personas, y sobre todo las nuevas generaciones, ya no están por la labor de jalear al matador ni aplaudir cuando el toro vomita medio litro de sangre.

Esto se puede aceptar o no, en el fondo da igual.

Por eso creo que toda esta alharaca no va más allá del desesperado intento de parar el tiempo y, ya saben, no es lo mismo detener el reloj que parar el tiempo.

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