Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

Trincheras

Una de las cosas más importantes a la hora de discutir es no llevar al terreno personal las cosas de las que se discute. Ah, pero qué difícil es hacerlo. El problema es que la identidad, muchas veces, se construye por oposición. Lo que no somos acaba por delimitar lo que somos. Esa trampa es la que nos lleva a la perdición cuando intercambiamos impresiones porque parece que dar al razón al otro (o que exista la mera posibilidad de que el otro tenga una verdad distinta de la nuestra) implica cuestionar nuestra identidad al confrontarla con otras posibilidades. Así que mejor atacamos sutil o abiertamente al que tiene una postura que muestra otras alternativas a la hora de pensar y de vivir porque asomarse a ese precipicio de alternativas puede ser un fastidio.

Es agotador vivir así, protegiendo la identidad en todos los frentes para que permanezca sólida, para hacer de la identidad un dibujo de buen trazo que delimite con claridad lo que somos. Adentro la verdad y fuera el resto. Y una vez en la trinchera fijar la posición con alambre de espino, granadas de mano, artillería, armas blancas o bofetadas con la mano abierta llegado el caso. Ocurre con las personas, con las instituciones, con los países, con los equipos de fútbol y con los partidos políticos. Los de Sánchez por un lado, los de Susana por otro. Cito esa pelea porque la tenemos reciente, palpitando aún, con la sangre todavía no reseca del todo. Tú o yo. Ellos o nosotros. No hubo posibilidad de acuerdo porque nadie estaba dispuesto a moverse un centímetro. No hubo intercambio de impresiones sino de golpes, lo que se quería era derribar al otro. Cada uno estaba en su esquina, alentado por los suyos, y cuando saltaban al cuadrilátero lo hacían con la protección dental en la boca y el puño prieto.

La RAE dice que discutir tiene dos acepciones: una pasa por tratar o examinar un tema para, con argumentos y razonamientos, explicarlo, solucionarlo o llegar a un acuerdo acerca de él; la otra consiste en que dos o más personas defiendan intereses opuestos en una conversación. Tengo la sensación de que en España somos más de la segunda acepción de que de la primera. En una discusión tendemos a hacernos fuertes en nuestras posiciones y de ahí no nos mueve ni dios. Para argumentar, razonar y llegar a acuerdos sobre algo, los que están inmersos en una discusión tienen que estar dispuestos a escuchar, lo que implica estar dispuestos a ceder (no significa que haya que hacerlo siempre sino que se está verdaderamente abierto a reconocer la verdad del otro si esa verdad, a través de argumentos y razonamientos, nos termina por convencer). Esa actitud es la diferencia entre jugar al tenis o pegar pelotazos en un frontón.

Cuando alguien me dice que una persona no ha cambiado desde los veinte años me pongo a temblar. Porque me cuesta comprender que la vida pase por uno sin que esa experiencia nos transforme. No hablo ni siquiera de mejorar (unas veces cambiaremos a mejor y otras a peor) hablo de ser permeables a las cosas que vemos, oímos o leemos. Hablo de no hacer del pensamiento un fósil, una foto fija acartonada. A una discusión, creo, hay que entrar estando dispuestos a cuestionar nuestros cimientos, quitándonos importancia a nosotros mismos y a lo que pensamos y admitiendo que la identidad es algo imprescindible y vaporoso a un mismo tiempo. Porque discutir con quien siempre permanece en su sitio es un coñazo solo equiparable a hacerlo con alguien que te da siempre la razón.

Una de las cosas más importantes a la hora de discutir es no llevar al terreno personal las cosas de las que se discute. Ah, pero qué difícil es hacerlo. El problema es que la identidad, muchas veces, se construye por oposición. Lo que no somos acaba por delimitar lo que somos. Esa trampa es la que nos lleva a la perdición cuando intercambiamos impresiones porque parece que dar al razón al otro (o que exista la mera posibilidad de que el otro tenga una verdad distinta de la nuestra) implica cuestionar nuestra identidad al confrontarla con otras posibilidades. Así que mejor atacamos sutil o abiertamente al que tiene una postura que muestra otras alternativas a la hora de pensar y de vivir porque asomarse a ese precipicio de alternativas puede ser un fastidio.

Es agotador vivir así, protegiendo la identidad en todos los frentes para que permanezca sólida, para hacer de la identidad un dibujo de buen trazo que delimite con claridad lo que somos. Adentro la verdad y fuera el resto. Y una vez en la trinchera fijar la posición con alambre de espino, granadas de mano, artillería, armas blancas o bofetadas con la mano abierta llegado el caso. Ocurre con las personas, con las instituciones, con los países, con los equipos de fútbol y con los partidos políticos. Los de Sánchez por un lado, los de Susana por otro. Cito esa pelea porque la tenemos reciente, palpitando aún, con la sangre todavía no reseca del todo. Tú o yo. Ellos o nosotros. No hubo posibilidad de acuerdo porque nadie estaba dispuesto a moverse un centímetro. No hubo intercambio de impresiones sino de golpes, lo que se quería era derribar al otro. Cada uno estaba en su esquina, alentado por los suyos, y cuando saltaban al cuadrilátero lo hacían con la protección dental en la boca y el puño prieto.