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La vida en el centro
Por suerte para todos y todas, se está oyendo en estos días de campaña, sobre todo de boca de varias mujeres candidatas, una afortunada expresión de lo que debería ser la política, la economía y la cultura: «poner la vida en el centro». Se trata de un eslogan que expresa algo que debería ser obvio, pero que resulta que en este mundo loco y desnortado ni mucho menos lo es.
La mayoría de las opciones políticas que se presentan a estos comicios son opciones neoliberales, desde el socioliberalismo del PSOE al neoliberalismo a secas del PP, Ciudadanos, e incluso del partido fascista cuyo nombre prefiero ni pronunciar. El neoliberalismo es la ideología que antepone el beneficio empresarial a todo, incluida la propia vida, que se jacta de emplear un estilo de inteligencia calculadora e instrumental —anteponer la vida al beneficio es tachado de «buenismo»— y que parece estar dispuesta a despojarnos a las más de todo medio de subsistencia, con tal de aquilatar un sistema injusto en el que los ricos son cada vez más y más ricos y los pobres más pobres. Lo ha vuelto a poner de manifiesto un informe, en esta ocasión de Credit Suisse, que señala que el número de multimillonarios en España se ha quintuplicado desde 2010, rozando el millón, algo que debe leerse en paralelo a un incremento, desde la crisis de 2008, hasta los 12,2 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en España, según la Red Europea de Lucha contra la pobreza.
Y aún habrá quien considere el slogan naíf, pese a su profunda radicalidad y potencia, o quienes tengan dificultad para entenderlo, enfermos/as como estamos de economicismo y ceguera neoliberal. Dada la importancia que tiene, tal vez no esté de más explicar qué significa, cómo se concreta, a qué apunta.
Poner la vida en el centro implica, por ejemplo, preocuparse por generar empleo y que sea de calidad, de manera que las familias puedan vivir con tranquilidad. Esto significa acabar con las reformas laborales, del PP y del PSOE, y ponerse del lado de los trabajadores, no de la CEOE, para revertir una dinámica laboral que nos somete a trabajos precarios, que genera trabajadoras pobres, que socava la capacidad de negociación colectiva, que permite el despido incluso por enfermedad, que deja indefensos a los mayores despedidos, que penaliza la juventud… Y plantearse seriamente los mecanismos para una renta básica universal y no tanto una renta mínima, pues garantizar unas condiciones mínimas a cualquiera ya resulta imprescindible con el horizonte de robotización y pérdida de empleo que se avecina, y del que la política actual no ha dicho palabra.
Poner la vida en el centro supone también atender al estado de la Sanidad pública, a la que se estima que se le han recortado entre 15.000 y 21.000 millones de euros desde 2009. Recuperar la universalidad, paralizar las privatizaciones y racionalizar el gasto farmacéutico como propone la Cumbre Social, formada por más de 120 organizaciones sociales y sindicales, que recomienda aumentar la financiación pública hasta el 7% del PIB para garantizar la cobertura universal a todas las personas que vivan en España.
Poner la vida en el centro implica una política de vivienda que permita cobijarse sin dejarse la vida en ello. Regular los precios de los alquileres, como ya se ha hecho en muchos países europeos, impidiendo la rapiña de rentistas y, sobre todo, de fondos buitre que, como su nombre indica, se nutren de la desgracia ajena. Supone generar políticas de vivienda pública y, por supuesto, combatir esa inhumanidad que va contra una vida digna que son los desahucios.
Consiste asimismo en estar dispuestas a defender las pensiones públicas, a que sea la política quien oriente a la economía —y no al revés— y las priorice. Investigar el saqueo al que se ha sometido la hucha destinada a tal efecto e impedir que los intereses bancarios acaben con este importante mecanismo de estabilidad social y vital. Subir las pensiones para que nuestros mayores, a una edad en que merecerían estar disfrutando tras toda una vida de esfuerzo, no tengan que verse en la calle luchando o en casa pasando preocupaciones y miserias. Si decidimos poner la vida en el centro, impediremos que nuestras calles se llenen de mendigos y mendigas adultas mayores.
Poner la vida en el centro es, qué duda cabe, cuidar de la Educación Pública, asegurarse de que no haya niños y niñas de primera y de segunda, y que, mientras unos pueden pagarse cursos y estudios, otros y otras estén siendo formados con límites que los condenan a perpetuar la pobreza de sus padres. Una educación basada en el talento natural de cada niño y niña, y que tire abajo ese monumento al neoliberalismo que ha sido la LOMCE, donde se coloca por delante la perspectiva empresarial y no la formación… la vida.
Poner la vida en el centro significa, por supuesto, atender políticamente al hecho de que somos seres interdependientes y vulnerables, necesitados de cuidados. España invierte la mitad que la media de la OCDE en cuidados: un 0,7% del PIB, alejado del 1,4% de media de los países de la OCDE. Desde 2012 se han recortado 5.406 millones de euros en dependencia y hay más de 260.000 dependientes a la espera de recibir una prestación, sin contar los y las 140.000 que solicitaron una valoración y siguen esperando. El trabajo invisible de cuidado, que en un 80% realizan mujeres, podría generar cifras altísimas de empleos públicos directos, mejor que contribuir al enriquecimiento de empresas como Clece —ACS, Florentino Pérez—, que hacen el agosto a costa de un servicio muy poco humano. Habría que hacer que esos cuidados no recaigan en mujeres vulnerables por su situación socioeconómica y garantizar desde las instituciones públicas un adecuado abordaje de la dependencia —y de la diversidad funcional, por cierto—, y no conformarse con usarla políticamente para ganar votos para luego dejarla tirada, sin presupuesto.
Poner la vida en el centro implica atender seriamente al calentamiento global y a la sexta extinción masiva de especies que estamos viviendo, por la mano humana, y generar una economía verde —no un capitalismo verde— en la que es imprescindible hacer entender a la población la necesidad de desaprender, cambiar la mirada sobre la realidad y cambiar nuestro modo de vida insostenible, esto es, decrecer: no se trata de perpetrar los mismos atentados al medioambiente con la economía verde —en Cantabria sabemos de lo dañina que puede ser, por ejemplo, la alternativa eólica si se convierte en un mero nicho de mercado con burbuja incluida—. También reconocer el valor de los pueblos y entenderlos como la España nutricia, esencial y cuidadora del medio ambiente, que puede garantizar, si disponen de los servicios que se les han ido retirando, nuestra soberanía alimentaria.
Poner la vida en el centro es, asimismo, considerar inaceptable la muerte que asola el Mediterráneo, el goteo incesante y atronador de vidas que se quedan el fondo del mar, las multitudes hacinadas en campos de concentración en las fronteras europeas… y cuidar de quienes se dedican al rescate, en vez de criminalizarlos. Es afear todo lo posible gestos como el de la judicatura española al zanjar la muerte de 16 personas por pelotas de goma de la Guardia Civil, negando a las familias de los ahogados la posibilidad de personarse. Es entender que los MENA son niños y niñas.
Poner la vida en el centro es, en general, un feminismo consecuente, cuidadoso con todas las mujeres, atendiendo a las problemáticas machistas por orden de importancia: considerando, por tanto, prioritaria la lucha contra el suelo de barro de las cuidadoras y las Kellys o la situación de las trabajadoras de la fresa y las porteadoras del «comercio atípico» marroquíes en nuestro suelo que los techos de cristal de las Patricias Botín. Es considerar que la violencia de género no son solo los dramáticos asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas, sino también la que sufren las víctimas de trata, muchas de ellas migrantes, y las ahogadas en la Frontera Sur, o los asesinatos de mujeres indígenas en países latinoamericanos por defender su tierra ante empresas «españolas» —multinacionales, en realidad— como Iberdrola o Repsol.
Defender la vida, ponerla en el centro, es mucho más, pero con esto hemos dado algunas pistas. Y no excluye tratar temas como la difícil relación entre España y Catalunya, pero este no puede ser el único ni el central. Y bien, ¿cuánto de lo dicho está teniendo protagonismo en campaña? ¿Se habla en la mayoría de los partidos de las cuestiones arriba enumeradas o más bien sobre el concepto de cada cual de España, la situación de bloqueo y poco más? Escuchemos cuántos de ellos y ellas se dedican a proponer cuestiones sensatas sobre lo imprescindible, y cuántos, en cambio, no hacen sino repetir los temas demandados por el sensacionalismo de unos medios, con sus analistas y todólogas, que hoy forman parte sustancial del problema. ¿Cuántas propuestas hay para construir políticas, economías, cultura y comunidades que garanticen unas condiciones de vida digna de ser vivida, sin miedo al futuro?
Poner la vida en el centro es, en definitiva, preocuparse de lo que importa… lo demás es, sobre todo, ruido.
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