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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los antisistema… de la ultraderecha

Pasacalles franquista que tuvo lugar en julio en Santander. | EL ROBLEDAL DE TODOS

Paco Gómez Nadal

Es peligroso acostumbrarse a lo peligroso. Esta redundancia debería ser una máxima cuando nuestros espacios públicos y los medios de comunicación aparecen preñados de la anormalidad antidemocrática, de antisistemas con ropa interior rojigualda, el puño fácil y la lengua con el filo de bilis e ignorancia asentado en alguna chaira oxidada.

Es cierto que esto ocurre en tiempos extraños en que la política está en manos, en general, de gente mediocre. Es lo que pasa cuando la gente excepcional, la ejemplar, da por hecho que la democracia es un patrimonio perenne o que los derechos están garantizados en la cadena genética. En esos momentos, personas sin grandeza, sin una idea democrática de lo común y sin ninguna noción respecto al servicio público toman al asalto las instituciones encaramadas en la libertad (limitada) de partidos y en ese seductor pero alarmante mantra de que cualquiera puede hacer política (institucional) o tiene derecho a desempolvar el odio cainita que parece caracterizarnos.

Los parlamentos, los plenos de los ayuntamientos, las instituciones deberían ser caja de resonancia de lo mejor de nuestras sociedades. Allí deberían intervenir las mejores personas, las más nobles, las más ilustradas, las que tienen mayor sensibilidad social, aquellas con una capacidad de escucha a prueba de gritos mediáticos… Esas son las que necesitamos. Cuando no es así, y vivimos un déficit aterrador de políticos y políticas de altura, entonces la sociedad debe presionar desde afuera para cambiar ese estéril adentro de la política que tanto daño (y tanto bien) puede hacer.

En el afuera, los medios de comunicación deben ejercer con responsabilidad su función de selección y difusión: ni todo merece ser contado, ni todos merecen ponerse delante de un micrófono; ni todos los periodistas están listos para esta inmensa tarea cargada de responsabilidad, ni todas las audiencias están formadas para distinguir una flor de un puñal.

Tenemos muchos ejemplos estos días. Una manifestación de ultraderechistas no puede convertirse en una manifestación “por la unidad de España”, por mucho que los convocantes lo reclamen. Un mitin de una organización legal pero xenófoba que alienta valores anticonstitucionales no es una conferencia lícita (la legalidad no es un dogma pétreo que evite que los antisistema de la ultraderecha se cuelen en nuestras instituciones y en nuestra vida social). Y unas mentiras repetidas desde el agrio y obtuso discurso de los que se quedaron petrificados en 1975 no pueden ser compartidas dentro del marco de la libertad de expresión.

La ultraderecha de Vox, que según las encuestas saca rédito de la histórica inquina patria, está pasando al ataque gracias al dinero público que les transferimos de nuestros impuestos y a un malentendido democrático que ilegaliza los partidos que no gustan a las élites del Estado y permite campar por sus fueros a aquellos que ya prendieron en llamas a este país una vez y que parecen no tener problemas en volverlo a hacer.

Están crecidos, se sienten recién salidos del armario político y están sacudiendo su caspa allá donde van (o mejor: allá donde les dejan ir, que son más lugares de los imaginables). Y claro, si uno de los 'grandes' líderes nacionales tiene la osadía de afirmar y reafirmar que Las Trece Rosas violaban y mataban, pues el 'pequeño' líder local, acompañado del líder de sus pequeñas fuerzas de choque alfonsianas, se puede permitir decir en una emisora que en La Magdalena no hubo campo de concentración (“una arcadia feliz comunista, porque no ocurrió en la vida”).

La mentira busca la provocación y se apoya en la ignorancia pública. Los propios 'regentes' del campo de concentración estampaban el sello con dicho nombre en sus documentos oficiales. Es decir, que ni siquiera los salvajes golpistas disimulaban en 1938 lo que habían instalado en La Magdalena (o en Corbán, o en Santoña, o en Laredo, o en Castro…).

Ahora, 81 años después, es fácil mentir si te dejan hacerlo. Y lo van a seguir haciendo. Provocan en las calles, con marchas como la falangista organizada por la autodenominada Asociación Cultural Almirante Bonifaz en pleno mes de julio por las calles de Santander o con la xenófoba que realizó la llamada Asociación Cultural Alfonso I este sábado en la ciudad después de quitarse los pasamontañas y patear a un par de activistas feministas a poquísimos metros de una comisaría inútil. Provocan con mítines en un Bilbao donde sus seguidores son tan exóticos como una peña rociera. Provocan haciendo descarada campaña electoral junto a la Delegación del Gobierno sin que haya Junta Electoral que intervenga en el asunto.

Es peligroso acostumbrarse a lo peligroso. Este país ya sabe lo que esta gente es capaz de hacer. La última vez se alzaron contra el sistema, abrieron la puerta a tropas extranjeras invadieran el país por tierra, mar y aire, y mantuvieron una 'cruzada' contra el distinto que duró cuarenta años y costó miles de muertos y millones de silencios. Ahora mienten y provocan, pero se trata solo del primer paso antes de disparar.

Una sociedad que no se autoprotege de las células que promueven la apotosis colectiva es una sociedad suicida. Los medios nos señalan todo el tiempo hacia otro lado. Vemos el peligro allá donde las cámaras apuntan. Y no dudo que habrá que mirar por esos lares. Pero mientras el fuego de Barcelona nos atonta –como cuando de niños nos advertían de los riesgos de quedarnos prendidos del fuego de la chimenea– en nuestras calles, en nuestros medios y en nuestros espacios públicos proliferan sin pudor los que una vez destrozaron este país, expulsaron a la materia gris al exilio y apostaron por el miedo y el hueso rancio del cocido.

No hay nada inofensivo en el fascismo. Parte de la Europa bien pensante del periodo de guerras cometió el error de pensar que era una anécdota, que pasaría, que las democracias eran más fuertes que unos cuantos bravucones envueltos en la bandera. El resultado de la irresponsable indolencia ya lo conocemos.

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