Las cenizas de la escritora y política socialista Matilde de la Torre (1884-1946) regresan del prolongado y amargo exilio de la dictadura a su 'Villacaciques' natal, apodo irónico que acuñó para la burguesía local que boicoteó su academia de enseñanza y el coro campesino que inspiró. Después de 79 años enterrada en el olvido del panteón español de la Ciudad de México, el grupo de danzas Virgen del Campo de su pueblo, Cabezón de la Sal (Cantabria), ha tomado la iniciativa de cumplir el último deseo de la diputada republicana: descansar en su tierra.
La Fundación cántabra que lleva su nombre ya ha recibido el permiso para exhumar sus restos que llegarán a Cantabria el año que viene, junto a los de su hermano Carlos que yacen en la misma fosa, gracias a la intercesión de la Asociación Montañesa en México.
Escritora, folclorista, pedagoga y política, Matilde de la Torre fue protagonista de un entusiasta y efímero liderazgo intelectual en la sociedad española. En sintonía con Ortega y Gasset aspiró a modernizar España y destacó por su compromiso con los derechos sociales.
La política cántabra fue una de las nueve mujeres ocuparon un escaño durante la República junto a Dolores Ibárruri, Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent, María Lejárraga, Francisca Bohigas, Veneranda Garcia Manzano y Julia Álvarez Resano.
El jardín de mujeres rebeldes
Matilde de la Torre creció en un jardín de mujeres rebeldes, en la generosa biblioteca de sus padres. La casa familiar de Cabezón de la Sal donde se crio en el recreo de la infancia con sus primas, la prodigiosa pintora María Blanchard y la maestra y traductora Consuelo Berges. Una generación de mujeres de exultante talento artístico e intelectual nacidas a finales del siglo XIX en la misma familia y en el mismo entorno rural. A ellas se unió, por matrimonio, la escritora Concha Espina cuando se casó con otro primo suyo. Fueron amigas íntimas hasta que la guerra les separó en una trinchera ideológica sin retorno. La escritora de Luzmela arremetió contra ella en hirientes escritos cuando se alistó en la Sección Femenina y proclamó su adhesión a la Falange.
En paralelo a la actividad intelectual y narrativa, Matilde dirigía funciones de teatro local en Cabezón –su prima María Blanchard pintaba los decorados- e impulsó la Academia Torre, un centro educativo mixto y laico inspirado en la Institución Libre de Enseñanza. Su gran proyecto educativo que desarrolla en los años 20. Las clases de la Academia Torre se imparten en la biblioteca y en el jardín de su casa. Allí junto a otra prima, Consuelo Berges, instruían a jóvenes de toda condición. Recurrió a ella porque tenía el título oficial de maestra que hubo que aportar para que le permitiesen abrir su academia dedicada a la formación preuniversitaria.
La casa de Matilde, ya convertida en feminista y en una gran humanista, fue refugio y centro de reunión de intelectuales y políticos como Indalecio Prieto o el doctor Madrazo, una persona altamente influyente en su pensamiento con el que compartió una estrecha y profunda amistad.
Fundadora de un coro que sigue activo
De la Torre destacó también en el campo de la música, talento que heredó de su madre. En 1924 formó el Coro Campesino Voces Cántabras para recuperar cantos y danzas populares de Cantabria. Un coro que sigue vivo -ya ha celebrado su centenario- y que llegó a actuar en el Royal Albert Hall de Londres, en la Fiesta anual de la Sociedad Inglesa de Danzas Folklóricas. A la emoción por esta oportunidad se unió un problema: cómo conseguir el dinero para hacer el viaje.
El Ayuntamiento de Cabezón no solo no les concedió ni una peseta, sino que les quitó la subvención ordinaria que tenían. Matilde recurrió entonces al Ministerio de Instrucción Pública a través de Fernando de los Ríos quien, ante su insistencia, llegó a decir: “Haré lo posible por atender a la señora De la Torre. Es conveniente que conserve esa inclinación hacia la música para que se dedique lo menos posible a la política”.
Finalmente, el Ayuntamiento y la Diputación cedieron una modesta cantidad que completó con mil pesetas el entonces propietario del Hotel Royalty. Al fin, en 1932, el coro cántabro se subió al escenario del Royal Albert Hall de Londres ante 12.000 espectadores e interpretó la baila de Ibio, que Matilde había rescatado y adaptado al son del bígaro y el tambor.
Llevó el folclore cántabro al corazón de Gran Bretaña. Fue una actuación histórica. Los ingleses estaban fascinados con la calidad del espectáculo y no se creyeron que eran trabajadores del campo hasta que no les mostraron sus manos callosas.
Enfrentamiento con la burguesía local
Matilde escribió casi una decena de libros - 'Mares en la sombra' y 'Las Cortes Republicanas', entre otros- y numerosos artículos en periódicos y revistas.
“El mejor monumento son las escuelas donde se forja la nueva generación”, proclamaba. Era ya una activista cultural que funda ateneos y bibliotecas en los pueblos. Está convencida de que la cultura tiene que llegar a toda la población. Su compromiso social se va fortaleciendo en una sociedad poco acostumbrada a la iniciativa femenina. Ella pide el voto para las mujeres e insiste en que accedan al terreno público, que tengan protagonismo social y político.
Va tejiendo un profundo compromiso político que empezó por reivindicar la organización de las casas campesinas. Circunstancia que enfrentó a la burguesía local de su ‘Villacaciques’ natal con la ‘viuda soltera’, como la llamaban tras abandonar a su marido en Perú a los diez días de la boda. Al parecer, Matilde se casó por poderes con un pariente que ya tenía su propia familia al otro lado del Atlántico y se volvió a España.
La actividad de Matilde en las casas campesinas y en la organización de sociedades obreras para garantizar la libertad de voto de los campesinos en las elecciones del 31, supuso un enfrentamiento con la burguesía del pueblo, que lo tomó como una afrenta. Además, la mayoría de los integrantes del coro eran afines a las organizaciones agrarias que defendía Matilde. Así que empezaron a retirar su apoyo económico al coro, el ayuntamiento les prohibió ensayar en el teatro municipal y amenazaron con despedir a los obreros que perteneciesen a ese coro, que pasó de contar con trescientas personas entre coralistas y danzantes a una treintena.
Los recelos en el pueblo también se llevaron por delante su proyecto pedagógico. “Mi academia se veía concurridísima (…) pero cuando me afilié al Partido Socialista ya comprenderán ustedes que…, al fin, tuve que cerrarla”, reconoció la propia afectada.
Su etapa como política socialista
Pero no se dejó intimidar. Cuando está a punto de cumplir 50 años, en noviembre de 1933, se presenta a las elecciones generales con el Partido Socialist, pero por la circunscripción de Oviedo, al parecer por las críticas que había hecho sobre algunos dirigentes socialistas cántabros, como Bruno Alonso.
Cuando se produce la huelga revolucionaria del 34, Matilde de la Torre, ya como diputada, dedica todos sus esfuerzos en defender a los huelguistas asturianos. Visita las cárceles donde son torturados, valiéndose de su condición de diputada, y exige que les den un trato humano. Repite como candidata en 1936 con las izquierdas unidas en el Frente Popular. Obtuvo más de 170.000 votos, algunos pocos más que la propia Pasionaria.
El Gobierno de Largo Caballero la nombra directora de Comercio y Política Arancelaria en el 37 y siguió entregando gran parte de su tiempo a la solidaridad con los obreros asturianos. Incluso, tras el golpe de estado, cuando sobreponiéndose a su miedo a volar trata de visitar el frente de Asturias con cierta asiduidad a bordo de un destartalado bimotor.
Matilde creció junto a sus primas en la libertad de la biblioteca familiar que ya no existe. Cuando las tropas falangistas -capitaneadas por un hijo de Concha Espina- llegaron a Cabezón, en agosto de 1937, saquearon la casa de Matilde de la Torre, pinturas y mobiliario de gran valor, y quemaron sus libros en el patio formando una pira con un retrato suyo en lo alto.
Pero aquella biblioteca hecha cenizas ya vivía dentro de ella, el fuego destruyó el papel, pero no pudo borrar el efecto de aquellas lecturas. Sobre aquellas cenizas del hogar que le expropiaron durante su exilio se erige hoy el Instituto Valle del Saja como símbolo de su victoria moral. El conocimiento y la cultura vencieron la censura del fuego.
Exilio en México
La Guerra Civil lo truncó todo. Matilde se trasladó con el Gobierno a Valencia y más tarde al exilio desde Francia. La diputada republicana murió prácticamente en la pobreza repudiada por su propio partido. Malvivió en Cuernavaca casi ciega, enferma y cuidando de su hermano Carlos atado a una silla de ruedas. Aun en esas circunstancias pidió ayuda para su amiga y diputada socialista María Lejárraga, exiliada en Francia en un estado tan precario como el suyo propio.
Matilde vio con certeza que España libraba la primera batalla contra el fascismo, en sintonía con el denostado dirigente socialista Juan Negrín y escribe que la “cacería” contra él es “uno de los más grandes errores que se han podido cometer”.
Desde sus profundas convicciones humanistas tuvo la visión de formular los conceptos universalismo y europeísmo, y de reivindicar la ciencia frente al involucionismo. Sus textos reivindican libertad, la abolición de la esclavitud, la solidaridad universal y el pacifismo frente a la guerra.
Ingresada muy grave en el Hospital Español de México acuden a visitarla unos conocidos españoles. Los médicos les comentan que no entienden cómo sigue viva. “No me muero porque no me da la gana”, replica contundente.
La vida de Matilde de la Torre se apagó el 19 de marzo de 1946 en la amargura del exilio. No tenía dinero ni para pagar los gastos de su entierro en el pabellón español del Cementerio Nacional de México.
Unas semanas después de haber fallecido la expulsaron del Partido Socialista por su postura afín a Juan Negrín.
De todo lo que le arrebataron, el carné político fue lo que único que le devolvieron en 2008.