Entrevista María Huertas, psiquiatra y escritora

“El patriarcado ha colocado a las mujeres como mentalmente débiles para mantenerlas en la subordinación”

Blanca Sáinz

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María Huertas Zarco es psiquiatra pero además es escritora y precisamente por este motivo estará este jueves -de forma virtual- en la librería La Vorágine a las 19.30 horas para presentar su libro 'Nueve nombres' (Temporal, 2021). Pero, ¿a quiénes pertenecen esos nueve nombres? Pues a nueve de las cientos de mujeres que Huertas atendió durante sus años en el Hospital Psiquiátrico de Bétera en Valencia. Unas mujeres que sufrieron lo más cruel de la violencia psiquiátrica que se practicaba en el Manicomio de Jesús durante el franquismo, y unas mujeres que llegaron “destruidas” al centro de Bétera.

Precisamente, su conciencia feminista y su voluntad de que este pasado comience a visibilizarse fue lo que le llevó a lanzarse al mundo de la escritura: “Se habla muy poco de las mujeres a las que se calificó de locas y a las que se encerró”, explica antes de realizar la entrevista con este periódico. No obstante, es crítica con su profesión y reconoce que aún falta perspectiva feminista y que se sigue funcionando “de forma automática”, es decir, escuchando los síntomas y dando la medicación sin observar el contexto ni lo que está causando esa sintomatología. Comprometida con el movimiento antipsiquiátrico en un momento en el que las lobotomías o los electroshocks eran el pan de cada día, Huertas admite la tremenda estigmatización que sufrieron todas esas mujeres que un día pudieron volver a sus casas tras años de deshumanización en Jesús y recuperar un poco de sus vidas.

‘Nueve nombres’ narra su experiencia en el Hospital Psiquiátrico de Bétera. Cuando comenzó a trabajar allí, ¿ya era consciente de la situación que sufrían las mujeres en los psiquiátricos?

No, qué va. Yo empiezo a trabajar allí justo cuando termino Medicina. Entro como residente, y entonces abren el psiquiátrico de Bétera, vamos, que lo inauguramos las residentes y los residentes. Había estado un verano en Italia en un hospital psiquiátrico, y sí que sabía que allí ya se estaban planteando la línea antipsiquiátrica y la crítica de los manicomios pero no era consciente de cómo iban a venir las mujeres. Cuando empezaron a trasladar a las mujeres del antiguo Manicomio de Jesús a Bétera fue un impacto total al ver la situación en la que llegaban.

¿Cómo funcionaba el Manicomio de Jesús? ¿Cuáles eran esas condiciones en las que llegaban las mujeres?

Funcionaba como todos porque el manicomio era el único recurso que había de tratamiento, sobre todo para las personas pobres. Sí que había clínicas privadas para la gente que tenía dinero, pero no para aquellos que no lo tenían. Estos se utilizaban para tratar cualquier tipo de problema, y digo cualquier tipo porque algunas de las ingresadas no tenían ninguna enfermedad mental, sino que eran problemas de transgresión. En el manicomio se ingresaba todo: todo lo que era una transgresión de la ley o de la norma, además de las personas que tuvieran alguna enfermedad mental, que también estaban ahí. El manicomio era el único sitio de tratamiento o ingreso, y eso ocurría en Valencia, en España y en toda Europa, no era nada especial. Pero recién terminada medicina no conoces nada de esto, y cuando llegas allí te encuentras con que las mujeres que venían del Manicomio de Jesús llegaban totalmente destruidas. No se comunicaban con nadie, venían con posturas totalmente anómalas, babeantes,… teníamos que hacer algo y no servía para nada lo que habíamos estudiado en la Facultad, ni los tratados de psiquiatría ni la formación analítica, no servía nada más que humanizar todo aquello y tratar de hacer que esas personas volvieran a tener algún tipo de derecho que, algunas, habían perdido durante más de 30 años.

También habla en el libro de que se les quitaba la identidad y las pertenencias, ¿era un proceso más de la deshumanización que llevaban a cabo con ellas?

Efectivamente. En cuanto las ingresaban en el manicomio sabían que se iban a quedar para siempre y ellas mismas establecían esa diferencia entre las cárceles y los manicomios porque en las primeras sabes más o menos cuando ibas a salir y en los segundos lo que sabías era que no ibas a salir nunca. Además, se cortaba cualquier contacto con el exterior, y aunque al principio las familias iban a verlas (las que podían, porque algunas vivían a muchísimos kilómetros), después les decían que no era necesario que fueran porque si iban las ponían nerviosas y peor. Las separaban de su familia, su comunidad, y ahí dentro no tenían espacio para tener absolutamente ninguna pertenencia. Se juntaba la situación de la psiquiatría en ese momento y que Jesús era una especie de convento antiguo y ruinoso que tenía una cabida para 500 personas pero que llegó a tener 1.500 personas ingresadas. Entonces, el hacinamiento y las condiciones de vida se sumaron al aislamiento que tenían todas las personas que ingresaban en un hospital psiquiátrico. Ahí dormían en habitaciones de 60 o 70 camas y con una cama al lado de la otra. Es que no tenían ni una mesita donde dejar sus cosas, no tenían nada suyo.

Fue muy importante escucharlas, saber sus historias, sus necesidades y qué querían. Creo que fue un poco fomentar que tuvieran derechos, no únicamente de ciudadanía, sino derechos humanos

¿Cómo cambia su vida cuando llegan al Hospital Psiquiátrico de Bétera?

Estas mujeres habían llevado tratamientos, si se pueden llamar tratamientos, y lo primero que hicimos fue retirárselo para ver qué era lo que pasaba. Y por lo menos ya no estaban en esa situación total de atontamiento en la que se encontraban después de haber llevado tratamiento todos los días de su vida desde que estaban ahí. Y luego empezamos a humanizar su existencia teniendo su propia habitación, o como mucho compartiéndola con una amiga, aprendiendo a tener un aseo personal, a ducharse, a cocinar, a convivir... Y a escucharlas, eso fue fundamental cuando empezaron a hablar (al principio eran muy pocas las que lo hacían). Así que se fomentó mucho que hubiera comunicación entre ellas y con todo el personal tratante. Fue muy importante escucharlas, saber sus historias, sus necesidades y qué querían desde entonces. Creo que fue un poco fomentar que tuvieran derechos, no únicamente de ciudadanía, sino derechos humanos. Y compartir con ellas cuáles eran sus necesidades o deseos y ayudarlas a que los consiguieran.

¿Qué tipo de trastornos presentaban las internas?

Había mujeres con epilepsia, con neurocrisis, deficiencias mentales… O personas simplemente que habían transgredido la norma por tener un hijo soltera, por salir lo que decían que era demasiado de casa… O sea, por tener un comportamiento que no consideraban adecuado para una mujer de la época. Sí que había algunas mujeres que sí que tenían algunas patologías, algunas habían tenido un trastorno esquizofrénico o una depresión, pero tener una depresión no tiene que ser motivo de ingreso. Y con un trastorno más grave lo que se hace es ingresar, estar 15 días durante la crisis y luego enviarles a su casa. Ningún trastorno era motivo para haber estado tantos años en el hospital, no había justificación. Pero lo que hicimos fue hacer un acompañamiento de 24 horas para poder escucharlas y compartir con ellas todo lo que estaban sintiendo.

¿Cómo se trataba a las mujeres internas respecto a los hombres en Jesús?

Era diferente y de una manera clarísima. Hicimos estudios posteriores, tanto sobre los motivos de ingreso sobre el trato que se daba dentro del hospital, y en los motivos de ingreso las diferencias eran muy claras: las transgresiones que había por parte de los hombres eran diferentes de las que había por las mujeres. Todas ellas tenían que ver con una normativa social, pero esa normativa siempre ha sido mucho más estricta para las mujeres. Y en el tratamiento que había dentro de los centros también vimos que en las mujeres se medía más la mejoría o el que estuvieran adaptadas a las normas por las funciones típicas del rol femenino como la costura, la lavandería o la cocina. Es decir, si participaban en este tipo de cosas. También porque no se revelaran ante el encierro o el tratamiento. Otra cosa es que también vimos que las mujeres habían sido más castigadas cuando había una protesta o reacciones que no consideraban adecuadas en ellas.

En Bétera, sin embargo, y pese a que yo trabajaba en pabellones de mujeres, el trato era más o menos igual entre hombres y mujeres. Queríamos que recuperaran hábitos, que recuperaran sociabilización, que compartieran entre ellas, que pudieran salir a la calle y recuperar las que pudieran a sus familias para reinsertarse a nivel social.

¿La salud mental de las mujeres es diferente a la de los hombres? O es algo más educacional?

Es complicado, pero yo creo que más que diferentes, la sociedad y la estructura patriarcal nos ha colocado en diferentes lugares. Dentro de esa diferencia de lugares en los que se nos ha colocado a las mujeres, a nosotras nos ha tocado la de la mala salud mental, si las características que se definen de la masculinidad es que son personas activas, competitivas, valientes, a las mujeres se nos ha colocado en la indefensión. Según las diferentes teorías que ha habido de psiquiatras o filósofos a lo largo de la historia, siempre nos ha colocado en el lugar de la debilidad mental, y este ha sido uno de los grandes instrumentos que ha tenido la estructura patriarcal para mantener a las mujeres en un lugar de subordinación y desigualdad.

¿Y ahora? ¿Hay perspectiva de género en la psiquiatría?

No, aún falta mucho. Debería ser una asignatura transversal en las universidades y hasta en todas las actividades formativas de la vida. Se deben tener en cuenta todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana de esas personas, su vida emocional y su contexto. Hay que tener en cuenta todo lo que la rodea y todos los condicionantes que tiene para comportarse de una manera determinada. Lo que pasa es que la salud mental en estos momentos, quizá por la falta de recursos y por esa falta de perspectiva feminista se funciona de una forma muy automática. Simplemente se escuchan los síntomas, se da medicación para esos síntomas, y no se ve cuál es el contexto o el entorno de esa persona ni que es lo que está causando esa sintomatología. Ahora tenemos una medicación a medida pero abusamos de ella bastante.

Es una psiquiatra que se compromete con el movimiento antipsiquiátrico, ¿qué pedía ese movimiento?

Denuncia los manicomios y las condiciones en las que han vivido las personas durante siglos porque el encierro no es una solución para las enfermedades mentales sino que es peor todavía porque lo que causa es mucho más daño que el que hay. Este movimiento, que estaba por toda Europa en ese momento, generó que muchísimos filósofos, sociólogos, antropólogos y psiquiatras escribiesen sobre ello, como Foucault, Basaglia o Deleuze. Por una parte, se decía que a la gente que tuviera una enfermedad mental había que tratarla en la comunidad, es decir, debía llevar su tratamiento como en cualquier otra rama de la sanidad, pero a la vez era una denuncia absoluta del funcionamiento de la psiquiatría hasta entonces. Y se trataba de humanizar a las personas que estaban dentro de los hospitales y de cerrarlos. En España, el movimiento antipsiquiátrico es el que fuerza en gran parte que en la Ley General de Sanidad de 1986 se hable de estos cierres y de que haya equipos de salud mental en todas las comunidades.

Se realizaban contenciones físicas, y se suministraban inyecciones de trementina o insulina para mantenerles totalmente quietos. Lo importante era que no molestaran

¿Qué tipo de tratamientos se realizaban en los manicomios?

La lobotomía estuvo muy de moda desde principios del siglo XX, y se basaba en que al quitar un trocito de cerebro se quitaba también la agresividad y la violencia. Los electroshock se utilizaban de manera indiscriminada para cualquier tipo de trastornos. Y luego se realizaban contenciones físicas, y se suministraban inyecciones de trementina o insulina que les mantenían totalmente quietos. Lo importante era que no molestaran… Y desde los años 50 empieza la medicación psiquiátrica con la Clorpromazina, que sí que quitaba algunos síntomas, pero más bien es una medicación tranquilizante. Es a partir de los 80 cuando la industria farmacéutica se da cuenta del gran negocio que es la psiquiatría y empieza a haber montones de medicamentos para todas las enfermedades psiquiátricas.

¿Cómo seleccionó esos ‘Nueve nombres’?

Escribí estas historias durante el confinamiento. Había escrito 14 o 15 y cuando me propusieron editarlo seleccioné las nueve que estaban más completas. Lo que sí está claro es que esas nueve historias reflejan las miles de historias de mujeres que pasaron por los manicomios durante esa época. Es una forma de visibilizar a esas personas que han estado muy estigmatizadas. Primero por el hecho de ser mujeres, y después por el hecho de tener un diagnóstico psiquiátrico.

¿Qué futuro tuvieron esas mujeres? ¿Siguió en contacto con ellas de alguna manera?

Esas mujeres de las que hablo salieron todas. Porque en el Manicomio de Jesús no se daban altas pero en Bétera sí, desde el principio. Una de las cosas que se intentaba, es que todas las que quisieran salir lo hicieran y se dieron muchísimas altas durante ese tiempo. Unas salieron con sus familias, otras fueron a pisos supervisados… Hicimos un estudio diez años después de la salida y las que vivían seguían llevando una vida normal, casi como la que hubieran llevado si no hubieran ingresado en el hospital psiquiátrico. No era una maravilla pero vivían con su familia, tenían sus amigas, algunas cuidaban a personas de su familia que eran mayores... Y tuvieron una segunda oportunidad que era de lo que se trataba: de restituirles de alguna manera todo aquello que la sociedad le había quitado con el encierro. Al final, las historias son historias de esperanza y de ver cómo a pesar de todo el maltrato sufrido hay una resiliencia que hace que puedas volver de alguna manera a retomar tu vida.