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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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La gente de bien

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En un discurso contra la ley Trans y la ley del solo sí es sí, Feijóo acabó exigiéndole a Pedro Sánchez que dejase de legislar contra “la gente de bien”. A la derecha siempre le ha gustado dividir España en dos clases: la gente de bien, que son ellos, y los malos españoles, que somos los rojos, masones, travestis, separatistas, ateos y demás degenerados que queremos romper la patria y manchar su buen nombre. De esta división viene la guerra civil. En ella se resume todo el clasismo de los conservadores. Por ella distinguen a la gente bien, de la gente pobre, porque la “gente de bien” es también “la gente bien”: el niño pera, la niña pija, la señora del visón y el señoro de traje y corbata. Con ella separan a la gente decente de misa los domingos, de la chusma atea que quiere acabar con la reserva espiritual de Occidente. La superioridad moral de la derecha no es democrática, es económica y nacionalcatólica. 

Pues, por lo visto, para Feijóo las personas trans no son “gente de bien”. Los trans no son más que otra ralea de desviados que mañana irán en masa al registro a cambiarse de género por capricho. La gente de bien es otra. La gente de bien es la que dirige la banca y las eléctricas, la que obtiene beneficios históricos pero recurre el impuesto a sus ingresos con el que el Gobierno quiere financiar las medidas contra la crisis porque les parece “discriminatorio e injustificado”. A la gente de bien no le parece injustificado y discriminatorio crecer sin medida mientras muchos españoles tienen dificultades para pagarles. La gente de bien son los Roig y compañía que suben la cesta de la compra por encima de la subida general de precios. Los Ortega que ganan como nunca y pagan como siempre: mal. Pero no los llames capitalistas depravados. Llámalos gente de bien.  

A la gente de bien no le gusta que te suban el salario mínimo ni que hagan una reforma laboral para convertir tu contrato de falso autónomo en contrato fijo. La gente de bien no quiere que haya mucha gente de bien. Prefieren seguir siendo un club reducido porque en el palco del Bernabéu el aforo es limitado. La gente de bien estaba el sábado en el Teatro Real celebrando el 70 cumpleaños de Aznar, al que faltaron los ex ministros del PP que han pasado una temporadita en la cárcel porque la gente de bien tiene tendencia a coger el dinero ajeno y llevárselo a Suiza o a un paraíso fiscal lejano. Aunque lleva siempre la banderita de España en la muñeca y coloca banderones nacionales en plazas principales. 

La gente de bien tiene una doble moral muy acusada. Son muy estrictos con la moral del pueblo llano pero muy relajados con la propia. Muy de hacer lo contrario de lo que predican. Muy de Semana Santa pero poco cristianos. Les encanta meterse en tu vida y en tu muerte, en tu casa y en tu cama, y hasta en tu vientre, pero hacer lo que les sale del bajo vientre en lo que respecta a lo suyo. Quieren llevar a sus hijos a colegio de pago pero que se lo paguemos todos. Son enemigos de lo público, los inventores de expresiones tan castizas como “la teta del Estado”, pero muy amigos de chupar del bote y vivir del cuento. La gente de bien esconde, bajo sus puños y puñetas de blanco nuclear, puñados de dinero del blanqueo. 

La gente de bien, sin duda, se hizo la semana pasada un impagable retrato, la fotografía de la moción de censura de Vox. Ahí había una buena representación de lo que son: los que utilizan la política en beneficio propio, pero dan lecciones de democracia y constitucionalismo. Los que se denominan “la España que madruga” aunque nunca han madrugado. Los que hablan de chiringuitos pero han vivido siempre de ellos, como Abascal. Los que se reforman la mansión pero no pagan al obrero, como Espinosa de los Monteros. Los que quieren que el Estado les financie a la “chacha” que es como llaman a la inmigrante a la que pagan en negro para que les haga la comida y les vista a los niños. Tamames es gente de bien. Esa gente que tiene la ideología donde tiene la cartera, parece fiable pero es traicionera, cambia de chaqueta según sople el viento y divide España en vencedores y vencidos.

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