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Carta desde... Finlandia, la paradoja de la felicidad

Los felices países nórdicos ¿o no tanto?

Heikki Aittokoski

  • Nueva entrega de la serie de 'Cartas desde...' diferentes países de Europa, escrita por periodistas locales para que entendamos mejor su realidad ante las próximas elecciones

Queridos compañeros europeos:

Cada mañana, en la pequeña calle en la que vivo a las afueras de Helsinki, se repite la misma escena adorable. Los niños caminan al colegio, algunos solos, otros en grupos de dos o tres, con las mochilas balanceándose en sus espaldas. Los más pequeños tienen siete años y su mochila es casi tan grande como ellos mismos.

Camino a la escuela, hay un paso de peatones. Los conductores reducen la velocidad y, cuando ven a los niños, se detienen para cederles el paso. Quien no se detiene para dejar pasar a un niño es considerado maleducado. Pero en la mayoría de los casos, el niño cruza, saluda con la mano al conductor y sigue caminando hacia uno de los mejores sistemas de escuelas primarias del mundo.

El área metropolitana de Helsinki tiene una población de más de un millón de personas. Pero los niños de siete años van solos a la escuela. Por segundo año consecutivo, Finlandia ha sido elegido el país más feliz del mundo y todo se reduce a esto: lo segura que es aquí la vida.

La sociedad también es segura y, sobre todo, estable. En general, la gente es honesta. Si se te cae la cartera en la calle, es bastante probable que la recuperes con todo lo que tenías dentro. En cuanto a la corrupción, Finlandia también encabeza el ránking de honestidad. El campo no está contaminado y es muy sencillo estar en contacto con la naturaleza. La mayoría de finlandeses viven a no más de 30 minutos del bosque. 

La riqueza está distribuida de forma muy equitativa, en términos globales, aunque entre los finlandeses no exista esta percepción. Cada año se publican las declaraciones de la renta del ejercicio anterior y, entonces, los medios de comunicación arden y la gente se horroriza de la cantidad de gente rica que hay en el país. Los finlandeses más listos simplemente se ríen y lo llaman el Día de la Envidia Nacional. Todo el mundo saca el móvil y lee artículos sobre declaraciones de la renta de otras personas. 

Las declaraciones de la renta son públicas porque la población cree de verdad que el acceso abierto a la información da buenos resultados. Cualquiera que lo considere importante, puede averiguar cuánto dinero gana su vecino, su primo o sus colegas. Sin embargo, nadie cree que, en comparación con otros países, los finlandeses ganen mucho dinero. Por lo menos, no tanto como los suecos o los daneses, y ni hablar de los noruegos. Nos va bien y ya está.

Finlandia es una sorprendente historia de éxito en la periferia norte de Europa, y es sorprendente porque no había mucho con lo que empezar. La segunda estrofa de nuestro himno nacional, escrito en los años 1840, comienza así: “nuestra patria es pobre y así permanecerá”. Aunque no se suele cantar esta segunda estrofa.

En la década de 1860, Finlandia sufrió la última hambruna europea debida a causas naturales. Cuando Finlandia se independizó en 1917, la consecuencia inmediata fue una guerra civil, que resultó una de las más sangrientas y crueles. Hace cien años Finlandia tenía casi todas las características de un país abocado al fracaso. Pero muchas cosas han mejorado desde el entonces hasta hoy, que somos la nación más feliz del mundo. 

Pero, ¿realmente lo somos?

Finlandia también sufre de un extraño conflicto que le es familiar a muchos otros países europeos. Algo que podría llamarse la paradoja de la felicidad. 

La gran mayoría de los habitantes, en términos objetivos, tiene una calidad de vida mejor que la de casi todo el resto del mundo, de cualquier época de la historia. Década tras década, el nivel educativo de la población ha progresado y la gente es más sana y vive más tiempo.

Sin embargo, existe también un perturbador clima de insatisfacción.

Finlandia es un país basado en una democracia progresista y una economía de mercado. Todo país pequeño debe tener apertura y una estrategia internacional.

Puede que a las personas que han nacido en países grandes les cueste comprender esto. Quizá Alemania o Francia se las puedan arreglar solos, y el Reino Unido está planeando intentarlo, pero Finlandia, con su población de 5,5 millones de habitantes, no puede darse ese lujo.

Sin influencias foráneas, nuestro país se pudriría en su propia excelencia imaginada, y sin una industria de exportación todavía estaríamos tejiendo calcetines en la oscuridad de los inviernos sin luz eléctrica. Finlandia es uno de los campeones de la democracia progresista, la economía de mercado, la globalización y la integración europea. Y sin embargo, hay algo que cruje: la paradoja de la felicidad. 

El escritor indio Pankaj Mishra llamó a nuestra época la Era de la Furia. En su libro de 2007 con el mismo título, utilizó la palabra francesa ressentiment. Quizá un término demasiado sofisticado que proviene de los textos del propio Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán hablaba de “hombres de resentimiento” que operaban en “el tembloroso imperio terreno de la venganza subterránea, inagotable e insaciable en estallidos”.

Casi parece que Nietzsche hubiera predicho el surgimiento de las redes sociales donde, desde ahora, los estallidos de furia podrían considerarse como un acompañamiento constante. La gran pregunta es cuán a menudo irrumpen en la vida real.

Se ha dicho y escrito mucho sobre la turbulencia en Europa. Los principios esenciales son los mismos en todos lados, pero en cada país esta turbulencia se manifiesta de forma diferente. El resentimiento finlandés se expresa prominentemente en forma de xenofobia. Proporcionalmente, Finlandia tiene menos inmigrantes que, por ejemplo, Suecia, Reino Unido o Alemania, y aún así los finlandeses se han colado entre los más xenófobos de Europa.

Hace poco, tras la celebración de las elecciones en Finlandia, el paisaje político comenzó a fragmentarse de una forma que recuerda a Holanda. El Partidos de los Finlandeses, la formación nacionalista en contra de la inmigración, obtuvo el 17,5% de los votos. Su consigna electoral podría traducirse como “Recuperemos Finlandia”. 

También se espera que a este partido le vaya bien en las elecciones europeas de mayo. Así que así es como Finlandia, el país más feliz del mundo, hará su pequeña contribución al fenómeno que Matteo Salvini espera que se traduzca en una “primavera europea”. 

Sería engañoso y simplista decir que sólo las formaciones populistas desahogan sus frustraciones, aunque sea una característica que se atribuyen de buen grado. Sin embargo, estos resultados ni siquiera tienen en cuenta el hecho de que un cuarto de los finlandeses no se molesta en ir a votar. Y esa cifra es de las elecciones nacionales: en las elecciones europeas, la participación es aún menor.

En general, los finlandeses parecen tener una insatisfacción mística hacia todo. Cada vez que se producen cambios de gran magnitud (como la reforma del sistema de sanidad), tienden a pensar que el resultado será un problema, no una solución.

Y esta actitud no se limita a soluciones que cuestan decenas de miles de millones de euros. Incluso el más insignificante problema puede convertirse en una batalla apocalíptica, como las comidas escolares. En Finlandia, hace décadas las escuelas ofrecen comida gratuita y ahora, con los cambios en las preferencias, se ha abierto un debate feroz en los Ayuntamientos sobre la proporción correcta de carne, pescado, comidas vegetarianas o veganas.

En medio de estas discusiones, es fácil olvidar qué gran logro es que una sociedad se haga cargo de las comidas escolares. La tragedia del país más feliz del mundo puede ser su incapacidad de recordar que es feliz.

Un abrazo,

Heikki.

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