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Nos encontramos sufriendo un grave episodio de sequía que no solo afecta a la España seca, sino que alcanza a la España húmeda e incluso a gran parte de Europa. Muestra de ello son las restricciones del uso de agua que de forma inédita se están imponiendo en el Reino Unido y otros países del norte.
Resulta incuestionable, aún para el más recalcitrante de los negacionistas, que la escasez de las lluvias, y la concatenación de las olas de calor son productos del inexorable cambio climático.
Son muchos los estudios que indican que en las próximas dos décadas la temperatura aumentará en 1,5 ºC con respecto a los últimos 50 años, y que se incrementará de forma importante los periodos de sequía y la evaporación y evapotranspiración, lo que conlleva que cada vez haya menos recursos hídricos disponibles.
A primera vista, la mejor forma de combatir este déficit hídrico, en lo que a la agricultura se refiere, es el regadío, aunque para ello son necesarios dos elementos imprescindibles: que haya agua y dinero para hacerlo. No hay duda que de esta forma no solo mantendrán la producción sino que la aumentarán de forma importante (aunque, hay que tener en cuenta, que el aumento de la producción también conlleva, en muchos casos, un deterioro de la calidad y el descenso de los precios).
Esta idea ha sido la que ha llevado a que cada vez veamos más cultivos, tradicionalmente de secano, como la vid y el olivo, convertidas al regadío.
Pero como se decía, para realizar esta conversión es necesaria una fuerte inversión que, en la mayoría de las ocasiones, no les es posible acometer a la inmensa mayoría de los agricultores profesionales. Por ello, los que lo están haciendo solo son grandes haciendas o grupos de inversores, a los que coloquialmente llamamos fondos buitre.
El segundo elemento que resulta necesario es el agua. Agua, que al ser cada día más escasa, hay que buscarla en sus últimas reservas, como son las aguas subterráneas, que han necesitado cientos de miles de años para formarse, y los trasvases. En Castilla-La Mancha tenemos dos magníficas representaciones de cada uno de estos casos en el acuífero 23 de La Mancha Occidental y el trasvase Tajo-Segura. Ambos ejemplos nos muestran los niveles de depredación que sobre el agua se ejerce y la insostenibilidad de este modelo al esquilmar las pocas reservas hídricas que existen en nuestra tierra. Las consecuencias para el futuro serán irreparables ya que transformarán tierras de cultivo en terrenos desérticos.
Para los fondos buitres que, tan solo buscan el beneficio inmediato sin preocuparse del futuro, esto no le supone ningún problema. Una vez agotada el agua disponible buscarán otros mercados y explotarán otros recursos donde continuar obteniendo sus elevados beneficios.
Pero las consecuencias sí que las sufriremos los que habitamos estas tierras, y sobre todo los agricultores que quieran seguir ganándose la vida trabajando el campo aquí, ya que se encontraran con unos terrenos sobreexplotados, yermos e improductivos, y con los precios de sus productos tirados por los suelos.
Es evidente que este tema es lo bastante profundo como para no poder ser tratado en este artículo, pero sí que debe servir éste para levantar, nuevamente, una voz de alarma, y hacer una llamamiento a la necesidad de un debate, abierto a todos los actores de nuestra sociedad, para que entre todos y todas, sin verdades preconcebidas ni prejuicios, repensemos el modelo de desarrollo agrícola que queremos, y para ello, el primer foro donde debe plantearse, es la Mesa Regional del Agua.
Mientras tanto, hay que pedir a las Administraciones Públicas que se abstengan de financiar con fondos públicos proyectos que pueden suponer el suicidio de nuestra agricultura.
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