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Educar para ser libres

Varios niños entran a un colegio

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Dicen los expertos que la mayoría de los cientos de decisiones que tomamos cada día no se basan en un razonamiento consciente, sino en instintos o rutinas automatizadas. No podría ser de otra forma, porque pensar es un proceso que requiere mucho esfuerzo, y aun así, a veces nos equivocamos.

Sencillamente, si cada pequeña decisión tuviera que ser meditada no habríamos sobrevivido. Nos habríamos muerto de hambre o se nos habrían comido los leones. Pero por otra parte, si nos hubiéramos limitado a seguir nuestros instintos, repetir rutinas y hacer en cada momento lo que más nos apetecía, no habríamos salido de la sabana africana. Lo maravilloso de nuestra especie es, precisamente, la capacidad que tenemos para liberarnos del determinismo biológico y las apetencias inmediatas controlando nuestra conducta y nuestras decisiones más importantes mediante la previsión y el razonamiento, solo así, obedeciéndonos a nosotros mismos,  conseguimos ser libres.

Cualquier civilización se basa en el mismo principio, hasta el punto de que si por algún motivo nuestra capacidad de autocontrol racional se debilita, si pensar nos resulta demasiado pesado y siempre hacemos lo que más nos apetece, aunque sea en nombre de la libertad, cualquier civilización desaparece en pocas generaciones.

José Antonio Marina, en El vuelo de la inteligencia, nos recuerda que la habilidad para controlar racionalmente nuestras decisiones, y en definitiva nuestra vida, no es innata, sino que tiene que ser adquirida a través de la educación y consolidada a través de la práctica. Para tomar decisiones racionales hace falta conocer la realidad, ser capaz de elaborar previsiones sobre las consecuencias de nuestros actos, conocer bien lo que nos interesa a nosotros y lo que interesa a los demás, y sobre todo, tener la fuerza de voluntad suficiente para no hacer lo que más nos apetece en cada momento, sino lo que nos conviene a largo plazo. Lamentablemente, nada de esto lo tenemos al nacer, es necesario aprenderlo.

A pocos sorprenderá que alguien diga que es necesaria la educación para conocer la realidad que nos rodea, pero lo que quiero destacar es que la fuerza de voluntad y la capacidad de autocontrol también se aprenden, y si no tenemos la fuerza de voluntad suficiente para tomar una decisión racional y actuar en consecuencia, es inútil cualquier habilidad o conocimiento.

Pues bien, la segunda evidencia que nos recuerda José Antonio Marina es que, aunque pueda parecer paradójico, la fuerza de voluntad se adquiere mediante el hábito de la obediencia. Por lo visto un niño tiene que empezar obedeciendo a sus padres, o a su educador, para aprender a obedecerse a sí mismo. Solo así será libre. No hay otro camino. Si no pasamos por la primera etapa cuando somos niños, será muy difícil llegar a la segunda y seremos adultos inmaduros hasta el cementerio. En el mejor de los casos, tendremos muchos conocimientos inútiles, porque no seremos capaces de utilizarlos para lo más importante: controlar nuestras decisiones, nuestros actos y en definitiva nuestra vida.

Los griegos, los romanos o cualquier civilización conocida no habían avanzado tanto en psicología y neurociencia como los científicos del siglo XXI, pero siempre supieron que a un niño no se le educa dejándole disfrutar de la vida en libertad, sino estableciendo reglas y obligaciones. Aristóteles, Platón o Newton fueron educados en la obediencia, como todos. Los Pink Floyd también, por eso fueron capaces de escribir Another Brik in The Wall.  Lo que resulta sorprendente es que ahora, cuando más evidencias tenemos sobre los procesos de aprendizaje y el funcionamiento de nuestra mente, no se tengan en cuenta ni en la escuela ni en las familias. Queremos que nuestros hijos sean libres desde pequeñitos y estamos creando generaciones de inmaduros esclavos de sus propias apetencias.

Los que sí siguen al pie de la letra las evidencias científicas son las grandes tecnológicas que basan su negocio en la publicidad. Ellos son, además, los que más invierten para ensanchar los conocimientos sobre los procesos de aprendizaje y toma de decisiones. Por algo será. Al final acabaremos siendo libres para comprar lo que nos digan. El resto de las decisiones quedará en manos de la inteligencia artificial, porque si nos dejan a nosotros, seguro que nos equivocamos.

Me dirán que soy pesimista compulsivo, pero no es cierto, porque al menos en este tema tenemos una solución y he empezado hablando de ella. Está en el título de este artículo.

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