Castilla-La Mancha Opinión y blogs

Sobre este blog

Las fiestas de Toledo serán 'ingobernables' o no serán

Luis Miguel Romo Castañeda

0

Toledo vuelve a vestirse de fiesta. Agosto llega con conciertos, mercados medievales, desfiles de gigantes, y hasta limonadas… Sobre el papel, todo parece un festín; con lupa, un menú infantil.

Todo lo imprevisible ha sido fulminado del programa. Precisamente, porque estamos ante unas ferias que no buscan la participación, sino el consumo. Lo afirmaba Juvenal: Panem et Circenses. Pan para atiborrar el estómago y espectáculo para desamueblar la cabeza. Lo repiten, extenuados, en el grupo de 'Demandas Vecinales de Toledo', con la exaltación propia de un funeral: todo planificado para que contemplemos… pero, sobre todo, no incordiemos.

Nada de esto es casual, responde a una dinámica política que concibe la cultura como escaparate y a sus ciudadanos como reclusos. Es el modelo Cultura- Espectáculo basado en la oferta, no en la participación. La primera es lo que el poder traza, contrata y emplaza para que lo consumamos; la segunda, decidir de forma colectiva qué, cómo y por qué lo hacemos.

Este modelo no es inocente: entiende la cultura como producto de consumo más que como bien común. Se acuerdan espectáculos externos que externalizan el relato, mientras se anula la capacidad ciudadana de asumir su propia narratoria cultural. Se alimentan acciones que lucen mucho como nota de prensa -ya nos imaginamos la fotito del concejal de turno junto a Abraham Mateo- mientras vacía de contenido el territorio que dice “dinamizar”.

Las consecuencias de este aquelarre cultural responden a la lógica de la 'Cultura Toda': todo cerrado, sellado, programado y, por supuesto, controlado desde el despacho: no vaya a ser que la gente piense por sí misma. El crimen es doble. Primero, el empobrecimiento creativo: colectivos y artistas locales colocados como macetas de una sucursal bancaria -fundamentales para la foto, prescindibles para toda decisión-, mientras las propuestas democráticas… ni existen ni se esperan.

Segundo, uniformación cultural: conciertos clónicos, mercadillos turistificados y pasacalles a patadas, mientras lo crítico, experimental o minoritario termina exiliado por inanición. Unas nefastas políticas que, el actual Consistorio, reproduce en paralelo a otras tantas ideas esperpénticas como realizar un entierro ficticio de reyes visigodos como producto 'identitario' de consumo rápido, plantear un teleférico turístico que mercantiliza un paisaje UNESCO y planificar un auditorio faraónico en el Valle sin demanda ciudadana de ningún tipo.

La intencionalidad es evidente: acciones de elevado impacto visual y nula consistencia participativa. Todo bajo una ciudad cuyo Casco Histórico está en liquidación por cierre: éxodo poblacional, comercios de toda la vida sustituidos por monocultivo turístico y Bienes de Interés Cultural (BIC) en la UCI. Y para rematar, una ordenanza turística redactada a espaldas del tejido local, que evidencia la absoluta deriva del Consistorio, que prioriza la rentabilidad inmediata sobre la sostenibilidad social, económica y patrimonial.

Lo irónico es que Toledo tiene potencial de sobra para ser lo contrario: un espacio de democratización radical, donde las acciones se escriban con la gente y no contra ella. Como nos recuerda Paulo Freire en Pedagogía del oprimido: “Nadie educa a nadie… los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”.

La cultura funciona igual: no se impone, se construye. Y se construye en base a la participación cultural, un derecho reconocido en el artículo 27 de la Declaración Universal y el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Toledo tiene potencial de sobra para ser un laboratorio de cultura ingobernable en el sentido que acuña Jazmín Beirak, directora general de Derechos Culturales del Ministerio de Cultura. Trabajando con ella en el programa cultural de Más Madrid aprendí que el kit era que cada proyecto responda a un principio de política cultural.

Vega Baja de Toledo podría dejar de ser un descampado para convertirse en un espacio patrimonial vivo, coordinado bajo criterios de participación vinculante: excavaciones abiertas y laboratorios patrimoniales creados desde la propia ciudadanía.

El Mercado Medieval, hoy puro decorado turístico importado, debería ser un campus de oficios y saberes, con cogestión comunitaria sobre qué se muestra y cómo. Las plazas podrían funcionar como parlamentos culturales, con descentralización real y presupuestos blindados para programación de barrio.

Las calles deberían transformarse en rutas festivas que combinen gastronomía, música y memoria oral, planificadas desde procesos de mediación cultural inclusiva. Y muchas de las azoteas podrían convertirse en observatorios creativos para ser nodos de democratización tecnológica mediante la retransmisión de microteatros, poesías o debates en streaming. Lo que necesitamos es una Cultura No-Toda', abierta, incompleta, capaz de reescribirse en cada acción y no temer al caos creativo.

Bolonia transformó solares abandonados en espacios culturales autogestionados que hoy son referencia en Europa; Medellín planificó bibliotecas-parque en los barrios más desfavorecidos gracias a sus propios vecinos; Lisboa transfirió mercados abandonado para que las asociaciones programasen sin solicitar permiso. Así que, a otro perro con ese hueso. Porque nada de esto exige aumentar presupuesto, sino cambiar el punto de mira. Pasar de un modelo que programa para la ciudadanía a uno que programa con la ciudadanía. Y no, participar no es rellenar una encuesta que seguramente viaje directa a la papelera, ni sentarse en una Junta de Distrito para escuchar cómo ya está todo decidido. Es que nuestro Ayuntamiento actúe como facilitador, no como programador: dándonos recursos, espacio y voz real, tal y como le manda la Agenda 21 de la Cultura. Entiendo que eso le incomode: implica soltar el control, aceptar que las prioridades cambien, asumir que el resultado final será tan imprevisible como una tormenta de verano. Pero en esa imprevisibilidad -ese alea iacta est- es donde se evidencia si la cultura está viva. Mientras sigamos confundiendo cultura con agenda de eventos, tendremos espectáculos muy espectaculares… pero poco nuestros.

Por eso detesto las medallitas sufragadas con el dinero de la res publica para lucir carreras electorales. Y aun aceptando el juego, Toledo ni siquiera pasa la primera criba para ser 'Ciudad Europea de la Cultura', no sin todo un abanico de políticas culturales ingobernables: co-diseño por barrios; convocatorias transparentes y accesibles; presupuestos protegidos para el tejido independiente; descentralización real; accesibilidad plena y diaria; patrimonio activado mediante procesos de patrimonialización; evaluaciones públicas y vinculantes; y concejalías de cultura dirigidas por técnicos y gestores culturales profesionales, no por cuotas del partido.

No sin reconocer la cultura como derecho político, no solo como un bien de consumo: con garantías jurídicas que bloqueen su privatización, su empleo como propaganda o su rebaja a reclamo turístico, y blindar la cultura frente a cualquier injerencia partidista o corporativa que busque colonizar el espacio público: desviando fondos a productoras o artistas afines, desarticulando nodos independientes, sustituyendo programación crítica por propaganda festiva o imponiendo narrativas sesgadas.

Séneca es claro en Cartas a Lucilio: “No es porque las cosas sean difíciles que no nos atrevemos; es porque no nos atrevemos que son difíciles”. Y mientras Toledo no se atreva a todo esto, hablar de fiestas “de todos” y soñar con una capitalidad europea es como jactarse de haber cruzado el Rubicón… sin haberse mojado los pies.

Aquí llevamos demasiado tiempo mirando el río desde la orilla, y si nuestra ciudad busca dejar de contemplarse en postales y empezar a escribirse a sí misma, deberá asumir que las fiestas serán ingobernables… o no serán.