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CIUDAD REAL

Daimiel guarda el secreto milenario del agua: la Motilla del Azuer deslumbra 4.000 años después

Las motillas fueron una especie de asentamientos con fuertes muros circulares y viviendas tanto en su interior como en el exterior que actuaban como lugares centrales de un área agrícola. Su principal recurso consistía en el control del agua de pozos muy profundos.

Su mejor representación en España es el yacimiento de la Motilla del Azuer, un poblado prehistórico de la Edad del Bronce, situado a 14 kilómetros al este de Daimiel, en la provincia de Ciudad Real. Hubo varias motillas en esa época por toda la zona de la Mancha, pero ninguna se ha conservado como esta. Es única.

El pozo interior de la Motilla del Azuer, con más de 4.000 años de antigüedad, es considerado el más antiguo de la península ibérica. Conforme los niveles hídricos bajaban en aquella época, los habitantes de las motillas accedieron a los niveles más bajos del nivel freático del agua por medio de pequeñas rampas descendiendo más y más en el subsuelo, superando, según datos del yacimiento, los 14 metros de profundidad.

Las motillas ocuparon la región entre el año 2200 y el 1500 a.C., tratándose de montículos artificiales, de entre 4 a 10 metros de altura, como resultado de la destrucción de una fortificación de planta central con varias líneas amuralladas concéntricas. Su distribución en la llanura manchega, con equidistancias de cuatro a cinco kilómetros afectaba a las vegas de los ríos y las zonas deprimidas donde hasta momentos recientes era frecuente la existencia de lagunas y áreas palustres.

La Motilla del Azuer se encuentra situada junto al río del mismo nombre. Las especiales características de este yacimiento, así como la monumentalidad de las estructuras de su fortificación, con muros de mampostería que conservan más de ocho metros de alzado, le confieren un carácter relevante dentro de la Edad del Bronce de la península ibérica.

Como en las restantes motillas, su especial configuración responde a una adaptación a las peculiares condiciones ecológicas del paisaje manchego. Durante la Edad del Bronce estos asentamientos fortificados ejercieron una importante función de gestión y control de recursos económicos.

En el interior de sus recintos fortificados se protegían recursos básicos como el agua, captada del nivel freático mediante un pozo, y se realizaba el almacenamiento y procesado de cereales a gran escala, la estabulación ocasional de ganado y la producción de cerámica y otros productos artesanales.

Su emplazamiento permitía el acceso a recursos productivos básicos, como tierras potencialmente óptimas desde el punto de vista agropecuario, abastecimiento de agua o el control de rutas naturales, vitales para los intercambios referidos a grupos prehistóricos.

Dos espacios diferenciados: de silos a patios

Las actuaciones arqueológicas realizadas en el yacimiento han permitido delimitar dos espacios diferenciados. El primero de ellos corresponde con un recinto interior fortificado, integrado por una serie de murallas concéntricas en torno a una torre central cuadrangular, que protegía un conjunto de estructuras donde se gestionaba y controlaba las actividades económicas del yacimiento.

De entre estos elementos destacan los grandes silos de almacenaje, con una capacidad en torno a los 6 metros cúbicos, donde se conservaban productos como cereales, entre los que se encuentran diferentes tipos de trigo y cebada, o leguminosas como lentejas, guisantes o chícharos. También hubo hornos para la cocción de la cerámica, el tostado de cereales o la producción metalúrgica.

Especialmente significativo es el gran patio trapezoidal situado al este de la fortificación, y en cuyo interior se encuentra un pozo para la obtención de agua. Es la estructura hidráulica más antigua documentada en la península ibérica. Satisfacía así las necesidades de la población a través de la perforación de las terrazas del río hasta llegar al nivel freático.

La línea de fortificación más externa, circular y concéntrica a los sistemas defensivos, presenta en su última fase de construcción un paramento de grandes bloques de caliza. El acceso al interior del área fortificada desde el poblado se realizaba a través de pasillos paralelos a las murallas.

Al exterior del núcleo fortificado se emplazaban las viviendas, en un diámetro de unos 50 metros, en el que se documentan diferentes cabañas, hogares y fosas de desperdicio.

Asociado a este espacio se localizan grandes áreas abiertas dedicadas a diferentes actividades de almacenamiento y a trabajos de producción, con presencia de fosas y restos de hogares y hornos. Los análisis desarrollados en diferentes investigaciones han permitido establecer una ocupación formada por un grupo de algo más de cien individuos.

La altura total de la construcción, desde la base del pozo hasta la torre vigía, alcanza los 30 metros, lo que la convierte en una estructura impresionante para su época. 

Los investigadores destacan el aspecto monumental de su arquitectura, que infiere la gran inversión de esfuerzos que implicó la construcción y mantenimiento de todas estas estructuras, “que excedía de las necesidades vitales básicas para estas comunidades”.

Unido a otras particularidades, como la regularidad existente en sus patrones de asentamientos, “lleva a plantear la existencia de un sistema político con una jerarquización social por definir, dentro de una articulación territorial en la que las motillas representarían un hito singular”.

La visibilización desde las administraciones

El Ayuntamiento de Daimiel, consciente de la magnitud y grandeza de este legado cultural e histórico, decidió ponerlo en valor, marcándose como objetivo principal, compartir “una de las joyas arqueológicas” principales de la Península Ibérica con el resto del mundo.

El convenio suscrito entre la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Ayuntamiento de Daimiel permite que este último gestione el recurso, aunque el Ejecutivo autonómico mantiene la titularidad del yacimiento.

Desde junio de 2013, el yacimiento de la Motilla del Azuer cuenta con la máxima figura de protección patrimonial, al ser declarada Bien de Interés Cultural (BIC) por el Gobierno de Castilla-La Mancha, a instancias del ayuntamiento.