La Barcelona única de Trias
Oriol Bohigas escribió en 1984 una monografía, Reconstrucción de Barcelona, que ha sido la biblia de todo lo que ha ocurrido en la ciudad, desde el punto de vista urbanístico, en los últimos años. Esa obra estaba basada en un par de premisas fundamentales: dar carpetazo a la ciudad faraónica de grandes vías que proyectaba el porciolismo e impulsar operaciones globales para regenerar los barrios. Todo ello implicaba el reconocimiento de que había una ciudad más allá del Eixample.
Y así fue en el inicio de los ayuntamientos democráticos. Una de las primeras grandes operaciones urbanísticas se realizó en la plaza Sòller, hasta entonces un descampado en Nou Barris. Y allí se plantó una escultura de alabastro creada por Xavier Corberó. Toda una declaración de principios porque las operaciones en los barrios más degradados no dejaron de sucederse hasta el punto de que se acuñó la expresión de monumentalizar la periferia. La Barcelona de las Barcelonas, la definió Pasqual Maragall en feliz expresión.
Urbanismo al servicio del consumo
Urbanismo al servicio del consumoLos Juegos Olímpicos pueden considerarse como la culminación de aquél proyecto de Bohigas, y no tanto por las obras olímpicas en sí mismas, sino porque significaron una inyección de dinero público que de otra forma hubiera tardado muchísimos años en llegar. Los Juegos pusieron a Barcelona en el mapa y la coincidencia con el boom de los vuelos baratos hizo el resto: la ciudad se constituyó en destino turístico de primer orden.
El turismo no es malo en sí mismo, todo lo contrario, en su justa medida puede ser muy beneficioso para una ciudad como Barcelona. Pero deja de serlo cuando lo que prevalece son los intereses económicos asociados al turismo y esa influencia condiciona decididamente las políticas urbanas.
Llámenme suspicaz, pero no puedo sacudirme la sensación de que ahora se ha puesto en marcha un urbanismo que pretende, básicamente, satisfacer las expectativas de consumo de propios y extraños. Repasemos, si no, las obras que ha impulsado el ayuntamiento en los últimos meses: reforma del Passeig de Gràcia, reforma de la Diagonal, reforma de la Via Augusta, reforma de la calle Balmes, reforma de Pau Casals, reforma de Josep Tarradellas… Incluso la reforma del Paral·lel está bajo sospecha y algunos colectivos señalan que está pensada para el turismo.
Parecía una obviedad decir que Barcelona era algo más que el Eixample, pero a la vista de cómo y en dónde gasta el dinero el Ayuntamiento, ya no lo parece tanto. Y eso no significa que alguna de las obras sea más que necesaria, como la ampliación de aceras en la calle Balmes, una idea, por cierto, que no parece satisfacer a todos los ciudadanos de la parte alta de Barcelona, votantes potenciales de Trias, que exigen la conservación de una vía rápida que les lleve al centro.
El Turó de la Rovira como síntoma
El Turó de la Rovira como síntomaCon todo, la iniciativa que más ha puesto en evidencia el descaro municipal en su política urbanística es el intento de convertir el Turó de la Rovira en un punto turístico de primer orden. El turó, con sus antenas y su depósito de agua, era un lugar remoto, que conservaba los restos de la batería antiaérea que se montó durante la guerra civil y ladrillos y pavimentos del barrio de barracas que fue hasta los años noventa. La instalación del puente de Mühlberg –una estructura cedida por el Ejército- facilitó el acceso, pues hasta entonces la herida abierta por una cantera que había a espaldas de Can Baró complicaba el paso entre el Carmel y el Guinardó.
Hace unos años se llevó a cabo una interesante iniciativa de dignificación de ese espacio a cargo del Museu d’Història de Barcelona, pero el resultado ha sido que la montaña se ha llenado de visitantes, especialmente adolescentes que suben al atardecer para ver la puesta del sol tras Collserola y que no dejan de aprovechar la oportunidad de fotografiarse ante la magnífica visión de la ciudad y el mar que se extiende a sus pies.
Es indudable que el lugar tiene un atractivo enorme y de ahí que se haya convertido en escenario de algunos anuncios, pero los vecinos de la calle Mühlberg no acaban de salir de su asombro. Y más cuando empiecen a ver que, después de tantos años de olvido, de grandes dificultades de acceso y no digamos de aparcamiento, ahora el Ayuntamiento impulsa una reforma para que los visitantes gocen de las máximas facilidades para acceder al turó. No deja de ser un sarcasmo que el Ayuntamiento de CiU descubra ahora que el Carmel también existe, pero sólo para sacarle rentabilidad turística.
Lo que ocurre en el Turó de la Rovira es un síntoma, el más claro, de hacia dónde se encamina el urbanismo de Barcelona, que por cierto, ya ha visto pasar a tres gerentes de Hábitat Urbano (Vicente Guallart, Albert Vilalta y Albert Civit) en otros tantos años. Los pactos con el PP le han llevado a una política urbanística claramente diseñada para satisfacer a sus votantes (a los propios y a los del PP), pero las cosas se le están complicando a Trias en otros frentes.
Y no sólo porque el alcalde se haya quedado sin apoyos y se enfrente a la aparición de nuevos movimientos como Guanyem Barcelona y a la proverbial habilidad de ERC para sacar tajada de las debilidades ajenas. Unas opciones que suponen una alternativa viable más allá del PSC, enredado, también en Barcelona, en sus propios líos.
Can Vies, el talón de Aquiles de Trias
Can Vies, el talón de Aquiles de TriasA Jordi Hereu le costó la alcaldía el referéndum de la Diagonal, a pesar de las voces que le advertían de los riesgos que comportaba. Pero el empecinamiento de Carles Martí, concejal y hombre fuerte del aparato del PSC en Barcelona, lo llevó al precipicio.
Xavier Trias tiene su propio talón de Aquiles. También es urbanístico y se llama Can Vies. El menosprecio a los barrios que ha mostrado Trias en este mandato tuvo su máxima expresión en el torpe desalojo de Can Vies, un derribo vinculado al inicio de una de las obras más esperadas en Sants: la cobertura del cajón ferroviario.
La violenta respuesta al desalojo del centro social ocupado puede ser para Trias lo que la Diagonal fue para Hereu. Trias mostró, sucesivamente, síntomas de autoritarismo y de debilidad. Asoció el orden a la contundencia policial (una idea que es patrimonio del PP) y luego, cuando comprobó que aquello se le iba de las manos, echó el freno. Gran error, porque la “gent d’ordre”, sus votantes, no perdonan las debilidades. Eso, más que haber echado tierra sobre el modelo Bohigas, es lo que puede pasarle factura.