Jordi Coronas (Barcelona, 1969) es concejal del Ayuntamiento de la capital catalana por ERC desde 2015, pero el último mes ha sido el Capitán Coronas. O ‘el Capi’, para aquellos con quien tenía más confianza. Bajo su mando han estado tres barcos de la Flotilla que zarpó el pasado 31 de agosto y fue interceptada por Israel el 1 de octubre.
Primero, la fortuna tuvo el capricho de hacer que este republicano capitaneara el Bribón, un antiguo navío del Rey Juan Carlos I. “Fue algo muy gracioso”, reconoce él mismo, con una sonrisa omnipresente que le ha acompañado en todas las apariciones públicas que ha realizado desde que se bajó del avión el pasado domingo. Sonríe a pesar de haber estado un mes en alta mar y cuatro días en una cárcel israelí de alta seguridad.
Él, que se considera una persona “para nada autoritaria”, tuvo que hacer cumplir su cargo, que le situó como máxima autoridad a bordo. Él era el encargado de zanjar los conflictos, de vigilar que se cumplieran los turnos y de organizar a la tripulación. Y también de conseguir que llegaran sanos y salvos hasta Gaza.
“Cuando eres capitán, no decides por ti. Decides por las personas que están contigo en el barco. Y yo no podía permitirme ni plantearme otra cosa que no fuera seguir. Porque a bordo había valores, compromiso, coraje y la determinación de seguir aunque nos fuéramos acercando a la boca del lobo. A pesar de las averías y los ataques con drones, casi nadie quiso volver”, relata Coronas.
Aunque la vida en el barco se organizaba de manera colectiva, sobre él recaía la responsabilidad. Fue él quien reorganizó los turnos de guardias tras los primeros ataques nocturnos con drones, para evitar que nadie tuviera que dormir en la cubierta, desprotegido. También fue quien remolcó al Family cuando dejó de funcionar. Y era el encargado de 'hacer de Macgyver' cuando algo se estropeaba.
“Esos barcos los compró la organización, que fue la encargada de buscar algunos que estuvieran en venta. Pero, a modo de crítica, sí que es verdad que para la próxima los debería comprar alguien que entienda un poco, porque nos hemos encontrado con navíos con problemas muy graves”, confiesa el capitán. El Bribón fue una de las naves que pereció a medio camino, a pesar de los esfuerzos de Coronas.
“Perdí el piloto, luego el circuito hidráulico. Luego falló uno de los dos motores y, aunque mi intención era repararlo, dejé de poder gobernarlo y lo abandonamos”. Se tuvo que embarcar en otro barco, que debido a los problemas, también se quedó por el camino. Finalmente, tomó el control del Adara, un navío con otras 22 personas a bordo y que era el tercero más grande de toda la Flotilla. Fue en su puente donde avistó, por primera vez, la costa de Gaza y donde llegó a imaginar que, quizás sí, podrían desembarcar y romper el bloqueo humanitario. Pero no lo consiguieron.
Un infierno en prisión
Estaban a pocas millas de la costa de Gaza cuando una embarcación del Ejército israelí les ordenó apagar motores. Lo tenían todo ensayado: sabían dónde debían ponerse, cómo sentarse, quién había de responder a las preguntas y qué debía decir. “Lo habíamos pensado y practicado mucho. También sabíamos qué hacer en caso de que se llevaran a una mujer abajo [a los camarotes] y cometieran una agresión sexual”, confiesa.
Finalmente eso no pasó. Tampoco les pegaron o maltrataron físicamente durante el abordaje. “Fue muy pacífico”, dice Coronas, quien en seguida se enmienda: “Si es que se puede considerar pacífico que te apunten con rifles de asalto… Nos dijeron que nos venían a proteger. De ellos mismos, entiendo”. Los metieron en grupos de nueve en camarotes pensados para tres personas. Hasta que llegaron al puerto. Y allí todo se torció.
Preguntado por su experiencia durante la detención, Coronas es contundente y lacónico: “Estoy bien. Estoy aquí y a salvo. Pero si fuera palestino, no estaría aquí”. Él, que es concejal y que se acabó enrolando en la flotilla casi por casualidad, se encontraba esposado, con las manos a la espalda. Cabeza y rodillas en el suelo, mientras el ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, se les acercó para mofarse de ellos, hacerse selfies con los prisioneros y presumir de sus “trofeos de guerra”.
“Fue la demostración de estar en un Estado fascista y ante un criminal de guerra. De hecho, me permití gritárselo a la cara”, recuerda Coronas. Ben-Gvir prestó especial atención a Greta Thunberg, que estaba muy cerca de él. “La colocaron en un carrito portaequipajes, con una bandera de Israel, y empezaron a mofarse. Ella me sorprendió, porque mantuvo la entereza y la dignidad durante todo momento… Pero el resto reaccionamos”, explica.
Gritaron, abuchearon, corearon y exigieron la liberación de Palestina. Fue una pequeña sublevación de los más de 400 detenidos, pero que pagaron, sobre todo, las pocas personas que no eran blancas ni europeas. “Fueron a por las personas de origen árabe. Ellos se llevaron las palizas”, relata el capitán. “Creo que hay una línea roja que con nosotros no se atreven a cruzar, pero con el pueblo árabe y con los palestinos, sobre todo, ni se lo piensan”, añade.
Aunque contra él no usaron la fuerza física, sí ejercieron torturas de otro tipo. Les negaron la comida y las medicinas. Les tuvieron hacinados en celdas, no les dejaban dormir y les insultaban constantemente. “Si me dicen que estuve en la Alemania nazi, me lo creo. El comportamiento de Israel es de psicópata, un odio muy arraigado que no se ha gestado en una semana”, relata.
Les negaron los derechos más básicos porque, según les decían los soldados, estos son para las personas. Pero ellos eran animales. “Y claro, eso provocó revueltas”, reconoce. El capitán Coronas relata cómo los detenidos rompieron cosas, patearon los suelos y quebraron las ventanas. Incluso usaron pimientos rojos de la cena para escribir Free Palestine en las paredes de la celda. “Todavía me sorprende que participara en una revuelta, porque yo soy una persona pacífica, pero cuando estás con gente capaz de hacerlo, te sumas”, dice con una sonrisa incrédula y algo traviesa.
Falta de apoyo gubernamental
Han pasado ya 72 horas desde que Coronas, al igual que los 21 primeros tripulantes españoles liberados, llegaron a casa. Y todavía no ha hablado con el presidente Pedro Sánchez ni con el president de la Generalitat, Salvador Illa. Con la única persona con cargo y cercana al Gobierno con quien ha hablado, dice, es con el alcalde Collboni. “Quiero pensar que no es por inacción, así que todavía no quiero emitir ningún juicio”.
Coronas concede el beneficio de la duda, pero a la vez se muestra decepcionado con el papel del Gobierno durante los días que estuvo, primero en alta mar, y luego detenido. “No estuvieron a la altura de ninguna manera. Israel atacó un barco que, en mi caso, llevaba bandera española y no ha habido respuesta efectiva”, afea.
Reconoce el gesto de que tanto España como Italia enviaran fragatas de apoyo, pero a la vez reconoce que nunca entendió cuál era su cometido. “Primero, porque la española jamás llegó y la italiana, cuando era importante que estuviera, no estaba. ¿Qué hicieron? ¿Nos acompañaron un trozo? ¿Sirvió de algo?”, se pregunta. “No le veo más sentido que el rédito mediático que hayan podido sacar de enviarlas”, confiesa.
Coronas asegura que “esto no se solucionará con respuestas tibias” y reclama acciones contundentes de las administraciones. “Cuando eres político, esto forma parte de tus responsabilidades públicas”, considera. Él reconoce que se enrolarse a la Flotilla fue una decisión personal (“ni el alcalde ni mi partido me enviaron allí”), pero asegura que, a bordo, seguía siendo un concejal de Barcelona. “Lo soy las 24 horas del día. Es cierto que he actuado fuera de la administración y me he perdido plenos, pero no he estado de vacaciones”.
Lo dice en respuesta a quienes han criticado que no haya renunciado a su sueldo público durante los 35 días que ha estado fuera de Barcelona, situación en la que también se encuentra la diputada de la CUP Pilar Castillejos. Contra ambos, Vox ha iniciado trámites para que devuelvan el dinero percibido. En el caso de la anticapitalista, la Mesa del Parlament ha denegado la petición. Y en el caso de Coronas, esta todavía tiene que ser debatida en el consistorio.
“Acataré la decisión que se tome, pero me pregunto si todos estos que nos critican han renunciado a su sueldo cuando se han ido una semana a una convención de extrema derecha, o cuando han ido a la investidura de Milei. No creo que Abascal haya renunciado a su sueldo cuando ha hecho todas esas actividades políticas al margen de su institución”, reflexiona Coronas.
Defiende que la causa palestina es un deber de cualquier persona que se considere antifascista y demócrata. Por eso, cuando, por casualidad, un activista que se encontraba en la huelga de hambre organizada por Mi Hoa Lee en Barcelona le propuso ser capitán de la Flotilla, no se lo pensó demasiado. Dice que no volvería a hacerlo de nuevo, pero que no se arrepiente. “No creo que me volviera a subir a un barco, pero sí les ayudaría a escoger los que deberían adquirir”, bromea.
Ahora, su lugar está en tierra firme. En el Ayuntamiento de Barcelona (donde ya ha vuelto a asumir todas sus funciones como concejal) y desde donde, asegura, hará lo que pueda para exigir a las administraciones que hagan lo que nunca deberían haber tenido que intentar ellos. “Les toca abrir el corredor humanitario y parar el genocidio. El único que está cometiendo ilegalidades es Israel y, si no se le para, seguirán llegando flotillas. Habrá otra y otra y otra. Y más acciones. Porque esto no va a parar, pero a quien le toca actuar ahora es a los Estados”, concluye.