Las cooperativas obreras de Gracia, parte de la historia invisible del barrio
“Las cooperativas obreras fueron los teatros de la transición”, dice Ivan Miró frente al edificio del Teatreneu en la calle Terol. Este cooperativista en La Ciutat Invisible e investigador de la historia del cooperativismo catalán fue el encargado de conducir el pasado viernes una ruta histórica por las cooperativas obreras del barrio que, con motivo de la fiesta mayor, organizaban el espacio cultural La Llibertaria y el ateneo independentista La Torna.
El edificio donde hoy encontramos este teatro graciense fue construido en 1928 por una cooperativa de tejedores a mano, que en un momento de crecimiento lo amplió e hizo construir un teatro para el disfrute de los socios. Cooperativas como ésta, creadas para abastecer la clase trabajadora de los productos de consumo básicos, fueron ampliando progresivamente sus actividades.
El dinero que ahorraban con la eliminación de intermediarios lo dedicaban a la obra social, que incluía actividades culturales como las que justificaban la construcción de teatros. En Gracia, también es el caso del edificio del Teatre Lliure, la antigua Lealtad. Pero el teatro era sólo una pequeña parte de toda la aportación social de estas entidades. De hecho, según Ivan Miró, “las cooperativas obreras siempre han sido la retaguardia de la guerra de clases”.
La retaguardia
La ruta comenzó con una introducción al cooperativismo obrero en Cataluña. Según Miró, son tres los factores que lo potencian. En primer lugar, la industrialización del siglo XIX, que “obliga a los obreros a buscar mecanismos de resistencia y ayuda mutua para garantizar su supervivencia”, dice. A principios del siglo XX, “grandes huelgas como la de La Canadiense hacen que los trabajadores vean que deben contruirse herramientas de retaguardia”, explica Miró.
En segundo lugar, apunta a los valores del republicanismo federal, aunque en las cooperativas habrá trabajadores de ideologías muy diversas. Finalmente, Miró destaca la incorporación de los pueblos de alrededor en la Barcelona metropolitana, que representó un trastorno del estilo de vida de sus habitantes, al que se respondió aprovechando las redes preexistentes, con las que se articularon los barrios.
El objetivo con el que se creaban las cooperativas es “suprimir el intermediario, el burgués que tiene la tienda, y así se generan unos beneficios que son reinvertidos socialmente”, explica el investigador. Sirvieron para empoderar las huelgas ya que permitían la supervivencia de los obreros cuando no cobraban su sueldo y durante la guerra sirvieron para abastecer el frente, pero la mayor parte de la historia de las cooperativas se encuentra en situaciones mucho más cotidianas.
De hecho, Ivan Miró señala este factor como la causa de que su historia haya quedado en el olvido: “Es una experiencia que no se ha conservado porque de tan cotidiana era invisible, pero permitieron durante 70 años la supervivencia la clase trabajadora y articular los barrios”.
Teixidors a Mà
La cooperativa Teixidors a Mà se fundó en 1876, pero en ese momento no se encontraba en el edificio del actual Teatreneu, sino en una pequeña tienda de la misma calle. En 1879 sólo se vendía vino, mistela, aceite, aguardiente y tocino y no había dependencia, sino que los mismos cooperativistas se encargaban de abrir la tienda cuando se acababan las largas jornadas laborales.
Durante 20 o 30 años la cooperativa se limitaba a eso y tenía una veintena de socios, explica Miró, que añadió, ante un público lleno de activistas, que “el avance del cooperativismo fue lento, y hay que remarcar esto ante las ansias que tenemos a menudo con nuestros proyectos”.
No obstante, en su momento álgido, la cooperativa llegó a tener 700 familias asociadas. Este crecimiento del cooperativismo permitió que, además de vender los productos de necesidad, ampliaran su actividad para crear cooperativas de segundo grado y producir los productos de primera necesidad, que crearan grupos culturales, con corales, grupos de teatro y grupos excursionistas, e incluso impulsaran sus propias escuelas.
L'Espigoladora
Ante la antigua Teixidors a Mà, un vecino del distrito intervino para explicar la historia de L'Espigoladora, en el barrio del Camp d'en Grassot, fundada por su bisabuelo en 1907, en la calle Roger de Flor. La cooperativa duró hasta 1988 y él llegó a trabajar ahí. “Era un mecanismo de unidad popular”, asegura, porque había militantes desde la CNT hasta la UGT.
Este vecino explica que era de los pocos núcleos de socialización durante el franquismo, aunque, según le explicaba su abuelo, estaba intervenida y las reuniones debían hacerse con la presencia de dos policías. Sin embargo duró hasta finales del 80, cuando “los jóvenes que la llevaban pensaron en cómo venderla y deshacerse de ella”. No obstante, remarca el papel importante que tuvo para el barrio: “los abuelos que fundaron la asociación de vecinos del Camp d'en Grassot y impulsaron la lucha por recuperar La Sedeta habían sido todos cooperativistas”, explica.
La Lleialtat y la unidad cooperativa
En un principio, Teixidors a Mà no era una cooperativa abierta a todo el proletariado, como era habitual, sino sólo a los tejedores a mano. Esto hizo que algunos de los socios se n'escindieran para fundar La Lleialtat en 1892, una cooperativa con un espíritu colectivista que tenía la sede en la calle Montseny, en donde se encuentra el actual Teatre Lliure.
Junto con La Previsora impulsaron la creación de redes entre las cooperativas del barrio. Uno de los resultados de esta red fue la creación, en 1913, de un horno colectivo. Miró destaca que el objetivo era abastecer el barrio, ya que era un elemento básico de la dieta obrera, y por eso se hacían entre 7.000 y 14.000 quilos de pan a la semana.
El debate sobre la unificación de las cooperativas llevaba muchos años sobre la mesa, hasta que en 1936 la guerra obligó a crear la Unión de Cooperadores de Barcelona y las cooperativas de barrio perdieron su identidad. En este proceso, el barrio de Gracia fue el que aportó más cooperativas, aunque otros aportaron más cooperativistas.
Pensar el presente
La historia del cooperativismo obrero, según Ivan Miró, “nos obliga a pensar qué tareas queremos hacer si lo que queremos hoy es, como querían ellos, derribar el capitalismo”. Es por ello que la ruta terminó con una visita al ateneo indepedentista La Torna y el espacio cultural La Llibertaria, que acogen dos de las 12 cooperativas de consumo que hay actualmente en Gracia, según señaló Carles Masià, de La Torna.
Los grupos de consumo agroecológico se basan en tres criterios: La producción ecológica (no necesariamente certificada), el consumo de productos de temporada y la no utilización de envases, explica Masià. Son una realidad creciente y en el barrio de Gracia ya existe una coordinación entre ellas. Después de la ruta histórica, sin embargo, algunos de los asistentes remarcaban que les queda camino por recorrer si quieren ser, como lo eran las cooperativas obreras de principios de siglo, espacios que permitan la autoorganización más allá del consumo.