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El hotel de la meca del turismo ruso en España, convertido en refugio de exiliados ucranianos

Los ucranianos llegan a Tarragona con maletas y bolsas donde llevan toda su vida

Sandra Vicente

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“Sé que no es un hogar, pero es mejor que un refugio subterráneo”. Junto a sus dos hijos, Viktoria ha bajado este miércoles de un autobús que la ha dejado en el Hotel La Hacienda de La Pineda (Tarragona), un destino turístico muy destacado de la Costa Daurada. El establecimiento, ubicado en la meca del turismo ruso en España, se ha convertido en el hogar de 700 personas refugiadas provenientes de Ucrania gracias a la mediación de Cruz Roja.

Viktoria viene de Járkov, donde estuvo una semana escondiéndose de las bombas en su sótano antes de subirse a un tren que la sacara del “infierno”. Primero intentó quedarse en Polonia. Luego en Alemania. “Pero ya estaba lleno de ucranianos”, dice. Su periplo por Europa con un par de maletas y varias bolsas de plástico la llevó hasta Barcelona, donde fue atendida por Cruz Roja, que la envió a Calella. “El lunes nos avisaron de que el miércoles saldría un autocar hacia un hotel que nos acogería. Fue como un sueño. Estoy vacía por dentro y muy cansada, pero siento que, por fin, me puedo relajar”, explica Viktoria en la larga cola que forman ante la recepción del hotel decenas de compatriotas suyos. 

La apertura de puertas a los refugiados también ha sido una “grata sorpresa” para el personal del hotel, que llevaba cerrado desde el setiembre pasado. La Pineda es una de las destinaciones turísticas más concurridas de la Costa Daurada, pero ha notado la crisis del coronavirus y ahora la incertidumbre sobre el turismo ruso. “Llevamos años muy malos, así que el equipo ha recibido con mucha alegría la noticia. Nos hace muy felices poder volver a trabajar y mucho más si es por una causa como esta”, asegura Lucía Marchante, directora del hotel. Sus previsiones eran tan pesimistas que no tenían pensado abrir hasta después de Semana Santa.

La Costa Daurada es la zona que más turistas rusos recibe de toda España, más del 60% del total, según datos de la Federación Empresarial de Hosteleria y Turismo de la provincia de Tarragona. En 2019 llegaron aquí casi medio millón de rusos, convirtiéndose en el sustento de buena parte de la economía de la zona. En su gran mayoría, se alojaron en las localidades de Salou, Cambrils y, sobre todo, La Pineda, y ayudaron al turismo español a salir de la crisis económica de hace una década. “Hay hoteles que estaban dedicados en exclusiva al turista ruso y ahora se ven en un aprieto muy serio, aunque el nuestro no se encuentra entre ellos”, matiza la directora de La Hacienda.

De Kiev a Barcelona en coche

Este hotel de La Pineda podrá dar alojamiento hasta principios de junio a los más de 800 refugiados ucranianos que esperan. Es decir, hasta que empiece la temporada turística. “No podíamos tener el hotel cerrado viendo esta desgracia humanitaria. Teníamos que ayudar”, dice Marchante, que observa cómo la cola para registrarse crece a cada minuto que pasa.

Otra de las personas que la conforman es Anastasyia. Ella es de Kiev y resistió los bombardeos sobre su ciudad durante tres semanas, hasta que decidió coger su coche y conducir los 3.140 kilómetros que separan la capital ucraniana de Barcelona junto a su hijo, sus padres y su gato, que les acompaña metido en un transportín. “No podíamos dejarlo allí, mi hijo no me lo hubiera perdonado”, dice, señalando hacia un sofá ocupado por cuatro adolescentes con cara cansada y mirada hacia la nada.

La imagen de estos jóvenes derrotados contrasta con la de dos niñas correteando por el vestíbulo del hotel, jugando al pilla pilla y sorteando a personas, maletas y bolsas esparcidas por el suelo. “No son hermanas. De hecho, se acaban de conocer”, dice Irina, la madre de una de las pequeñas, que no suma más de cinco años. En el vestíbulo también se pueden ver algunas cajas con juguetes, que están a disposición de los huéspedes. “Han sido donados por el personal del hotel. A pesar de la guerra, tienen que seguir siendo niños”, explica su directora.

La hija de Irina, cansada de correr, mira ahora curiosa el libro que sostiene otro niño, con el que enseguida se pone a jugar. “Es tan pequeña que no se ha enterado demasiado de lo ocurrido. Nos fuimos en seguida de Ucrania y creo que piensa que esto son solo unas vacaciones extrañas”, explica Irina mientras mira a su hija. “Me alegro mucho de que nos hayan dejado venir aquí, a una ciudad con playa, porque mi niña todavía no conocía el mar”, cuenta.

Las personas van entrando y saliendo del hotel, carreteando “toda una vida en bolsas”, como dice Anastasiya. Unos atraviesan la puerta con una gran sonrisa que les atraviesa la cara y otros cabizbajos y taciturnos. “Ahora te salen todas las emociones, pero ya podemos estar un poco tranquilos”, asegura la joven, mirando hacia la puerta y sonriendo.

Al otro lado del vestíbulo, buscando un poco de intimidad, se encuentra su padre, que habla por teléfono con los familiares que se han quedado en Ucrania. “Nos pidieron que avisáramos cuando estuviéramos seguros y, a pesar de que llevamos una semana en este país, es la primera vez que podemos decirles algo bueno”, explica, mientras saca una fotografía a las cuatro estrellas del hotel y la envía a un grupo de Whatsapp.

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