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Inteligencia artificial y luces de neón: la vida en el futurismo del Mobile World Congress

Primera jornada del Mobile World Congress

Sandra Vicente

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“Bienvenidos al futuro”. Así reza el gran cartel que recibe a las decenas de miles de personas que durante estos días cruzarán las puertas de la Fira de Barcelona para asistir al Mobile World Congress. El aburrido tráfico, los quehaceres de la cotidianidad y el gris de este gélido lunes quedan atrás cuando se ingresa en este evento mundial que promete llevarnos al futuro. Pero ¿qué es el futuro? A simple vista y a juzgar por lo que transmite el Mobile, se parecería mucho a la animación futurista de los ochenta 'Tron'.

El azul neón, las tipografías que recuerdan sospechosamente a los videojuegos de finales de siglo y la música electrónica están por doquier. Un aviso constante a navegantes de que lo que sucede dentro de ese faraónico recinto no es cosa del hoy sino del mañana. Los carteles lumínicos prometen sinergias inolvidables y experiencias inmersivas. Y la música llega a hacer pensar que cualquiera de los asistentes se podría revelar como un robot con inteligencia artificial al puro estilo Blade Runner.

Pero esta estética futurista tan ochentera contrasta bastante con lo que los más de 80.000 congresistas y 2.000 expositores presentes en el Mobile muestran en sus 'stands'. No hay colores estridentes, solo el plateado y el negro satinado de las gafas de realidad virtual, de los gadgets que prometen una vida muy cómoda y de los miles de teléfonos que lo registran todo. De hecho, la gran mayoría de ponentes y CEO de las empresas que copan los escenarios y los mostradores ni siquiera habían nacido cuando se estrenó 'Tron'.

Es el caso de tres jóvenes que lucen sudaderas grises con el logo de la escuela privada ESADE. Tienen un proyecto de 'app' para crear y organizar equipos que crearán otras 'app'. Están haciendo tiempo para asistir a una 'speed dating' (ronda de citas rápidas) con inversores. Dicen estar muy nerviosos (así se demuestra por los seis cafés vacíos que tienen sobre la mesa) y preguntados por su uniforme aseguran que “tener un logo en el jersey da 'caché'”. “Es como llevar una sudadera de la NASA”, dicen.

Además, el traje, aseguran, ya no está de moda. “En este mundillo lo que se lleva es un rollo Mark Zuckerberg, que va en chándal”, explican. Mientras esperan a sus citas escuchan la charla de un joven CEO, que no pasa de los 30 años. Lleva el pelo surfero tapado con una gorra del revés; una combinación muy urbana, que complementa un 'look' algo más clásico conformado por pantalones chinos y suéter beige. Habla de su red de pequeños satélites, que usa para controlar y hacer más eficiente la distribución de mercancías.

La escena provoca unas risitas entre dos azafatas del Mobile. “Yo no entiendo a estos chavales. Van de tirados, pero no puedo ni imaginarme la cantidad de dinero que deben tener. ¿Cómo si no iban a poder enviar satélites al espacio? A mí, que debo tener su edad, ya me ha costado llegar hasta aquí”, dice una de ellas, ahogando una carcajada.

Tecnología para todos los gustos

Conseguir entrar al Mobile forma ya parte de la experiencia. A las puertas de La Fira la seguridad es alta: Mossos con arma larga y decenas de trabajadores de seguridad privada flanquean el ingreso. Pero nadie pedirá el DNI. Los objetos físicos no son comunes en un espacio en que todo se soluciona a través de la tecnología. Y es que al Mobile se viene con la comprobación de identidad hecha de casa. Para tener la entrada, es necesario descargarse una 'app' que pide tomar una imagen al DNI para luego comprobarla con una foto que debes sacarte de ti mismo. Y si la aplicación dice que puedes pasar, la opinión de un miembro del equipo de seguridad (humano) no va a contradecirla.

Una vez dentro, pasear entre los expositores es como asistir a una feria de variedades. Están los que envían satélites al espacio o los que escanean toda la ropa de tu armario y encuentran tu mejor 'outfit', a la vez que recomiendan nuevas adquisiciones. Incluso hay un sacaleches inteligente, para la “libertad de la mujer moderna”, pensado para que las madres trabajadoras puedan sacar “el mejor partido” a sus cuerpos y jornadas laborales. Y para demostrarlo, echan mano de un pecho de silicona para hacer demostraciones.

También hay robotitos coreanos para estimular el aprendizaje de los niños y niñas, tratamientos para la demencia prematura o robots que hablan como humanos, capaces de mantener conversaciones simples en entornos controlados. Es decir, ideal para sustituir a telefonistas. “Seguro que se les entiende más que a los de las centralitas de India o Bangladesh”, le comenta un asistente al Mobile a otro que se interesa por ese stand. Concretamente uno que, según su tarjeta identificativa, se llama Madhur, provocando cierta incomodidad en el ambiente.

Al lado de estas innovaciones, el Chat GTP es como un tamagochi. “Con la tecnología de hoy podemos hacer cualquier cosa. Incluso sin hacerla”, comenta un joven alemán que está en Barcelona haciendo una beca para una empresa que se dedica a crear “experiencias y entornos virtuales inmersivos”. Es decir, un vídeo 360º de una ascensión al Pedraforca o de una inmersión con delfines. “Es muy útil para hacer cosas que te dan pereza, pero también para ayudar a personas con demencia. Los puedes devolver a sitios en que han estado, aunque no los recuerden”, explica.

Autoayuda y 'culinary experience'

Muchas de las tecnologías se crearon inicialmente para ayudar a ciertas personas. Es el caso de un grupo de jóvenes de 30 años que hace cinco crearon unos guantes con los que se puede interactuar con objetos de la realidad virtual: se pueden sentir e incluso notar sus texturas y peso. “Ideal para personas ciegas o que se recuperan de lesiones cerebrales”, dice una de sus desarrolladoras. Pero hoy se están enfocando en usarlos para entrenar a astronautas en gravedad cero. “Vimos que era un mercado con más potencial”, añade.

Asistentes robóticos para tener en casa y que sustituyan las visitas presenciales del médico, violines que tocan solos y hasta un robot de un samurái que analiza una idea para una 'app' y calcula si existe ya alguna parecida. “Todo es posible, pero todo está inventado. ¿No es esta una gran idea, cuando ya no hay ideas nuevas?”, se emociona uno de los asistentes.

“Es que, definitivamente, si quieres ser alguien en este mundillo, tienes que venir aquí, aunque estés empezando”. Esta idea, que se intercambia un grupo de estudiantes de máster franceses, es muy recurrente en el Mobile World Congress, un evento cuyas entradas oscilan entre los 880 y los 5.000 euros y en el que todo está pensado para fascinar. No solo las luces y la música, también la sensación de exclusividad y el sentimiento de pertenencia al “futuro”, al “cambio” y a la “mejora”, conceptos que se van repitiendo constantemente.

Decenas de miles de personas pasarán estos días por el Mobile, entre tecnologías prometedoras (de las que, proporcionalmente, pocas llegarán a buen puerto) y charlas motivacionales. “Tienes que visualizar lo que quieres para conseguirlo. Para iniciar tu viaje transformador, debes descubrir qué te inspira y no tener miedo: toda gran historia empieza con un problema”, asevera un treintañero con jersey de cuello de cisne, micro en mano, a quien quiera escucharle.

Saliendo de la zona de expositores, la música electrónica retoma el control y los 'pufs' y hamacas se convierten en el mobiliario por excelencia, para dotar de confort a los pasillos, que se han convertido en 'coworking areas'. Todo en el Mobile se rinde a la modernidad: incluso la terraza se ha convertido en la 'culinary experience', donde, para decepción de algunos, solo se pueden conseguir pequeños bocadillos dudosamente apetitosos por 9 euros, bajados con una cerveza a 3,70.

Así es el futuro -o futurismo- según el Mobile World Congress, un evento mundial que a golpe de neón genera un mundo totalmente aislado del frío de febrero y lo anodino de la ciudad que lo acoge. Un mundo que despierta pasiones, tal como se demuestra por las decenas de personas que, antes de entrar, se toman un segundo para sacarse un selfie y, como en míticos conciertos o partidos de fútbol, poder demostrar en un futuro que ellos estuvieron ahí.  

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