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PERFIL

Miquel Iceta, astucia y fidelidad al partido hasta el final

El líder del PSC, Miquel Iceta, EFE/ Toni Albir

Arturo Puente

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A Miquel Iceta no le atraía demasiado la vida palaciega de Madrid. Cuando Pedro Sánchez le propuso convertirse en presidente del Senado, él lo aceptó sin demasiada convicción y dejando claro que no abandonaba sus cargos en la dirección del PSC. Aquella operación no salió, así que pudo seguir dedicándose a tiempo completo al que era su gran proyecto: dejar al socialismo catalán en condiciones para ganar unas elecciones que pasaran página del procés. Lo había dicho en el último congreso de su partido: “Nos hemos consolidado como segundo partido catalán y estamos en disposición de ser el primero”. En los últimos meses, Iceta ha demostrado estar dispuesto a hacer cualquier cosa por convertir esa aspiración en una realidad, incluso dar paso a Salvador Illa, que fue su discípulo y se ha convertido en un candidato al que las encuestas pronostican un gran resultado.

Tras 35 años en cargos públicos, Iceta casi puede decir que lo ha sido todo en política menos ministro. Sí ha sido, en cambio, miembro de un Gobierno, en concreto director general de la presidencia en los últimos compases del Gobierno de Felipe González. Pero la gran carrera del joven que entró a la política de la mano de la corriente catalana de Tierno Galván acabó haciéndose en los parlamentos. Iceta ha sido reconocido por sus adversarios como un buen diputado, orador envidiable, con fama de calculador y de buen fontanero. Esas dotes desempeñó en el Congreso como diputado de la oposición en la primera legislatura de Aznar y luego en el Parlament de Catalunya ininterrumpidamente desde 1999 hasta el mes de diciembre.

Nacido de un matrimonio de madre catalana y padre de Bilbao, él de convicciones nacionalistas vascas y republicanas, el primer cargo de Iceta fue de concejal en Cornellà. Allí entabló una relación que nunca ha perdido con el poderoso PSC del Baix Llobregat, muy pegado al mundo local pero con un enorme ascendente en el partido. Con todo, Iceta siempre se cuidó de identificarse en público con ninguna de las corrientes que a menudo batallaron en el partido en la década de los 90 y los primeros 2000. Prefería permanecer en un discreto segundo plano que sin embargo le garantizaba una mejor posición para aquello que él siempre ha disfrutado más, la negociación entre bambalinas y la estrategia política. Ese gusto por pasar desapercibido no evitó que pasara a la historia en 1999 como uno de los primeros políticos españoles en hablar abiertamente de su orientación sexual gay.

Bien considerado en el Ferraz de Zapatero, en 2008 acabó ocupando una silla en la ejecutiva del PSOE y se convirtió en un puente entre Madrid y Barcelona en una época en la que el primer tripartito parecía haber estado a punto de romperlos todos. Su llegada a la primera secretaria del PSC se produjo casi por descarte. En medio de una enorme crisis del socialismo catalán, desgastado por la gestión en el Govern, el fracaso del Estatut y el estallido polarizador del procés, la dirección del PSC de Pere Navarro dimitió en 2014 y nadie en el partido se lanzó entusiasmado a coger el volante de una formación que se desangraba.

Iceta apareció entonces como un hombre dispuesto a sacrificarse y sentarse en una silla que achicharraba. Su primera decisión fue tratar de parar la sangría interna y cortar por lo sano con el reguero de críticos internos, casi siempre del ala catalanista, que abogaban por que el PSC apoyara un referéndum. La receta del nuevo líder era más bien la contraria. Él quería situar al PSC como una fuerza pragmática y capaz de pactar casi con cualquiera, pero claramente alineada contra cualquier deriva secesionista. Creía tener además la clave para evitar ser acusado de ambiguo: conseguir que el PSOE abrazara un programa de corte federalista.

Junto a esa apuesta nacional, Iceta siempre entendió que el espacio natural del socialismo era un centro-izquierda que tuviera como socio preferente a los 'comuns' en Catalunya y a Podemos en España. Él mismo promovió los dos acuerdos que Ada Colau hizo con Jaume Collboni para formar coalición en el Ayuntamiento de Barcelona. También pensaba que los independentistas eran un interlocutor válido y que incluso se podía pactar con ellos si aceptaban un programa claro sin concesiones a su agenda nacional. El PSC de Iceta, a partir de 2015, se caracterizó por la versatilidad y diversidad de pactos municipales, pudiendo gobernar con los 'comuns', con ERC, con Ciudadanos, con el PP, con Convergència y sus sucesores e incluso con la CUP.

Por eso no es de extrañar que en los momentos más oscuros de Pedro Sánchez, cuando el Comité Federal optó por defenestrarle como secretario general al considerar que tenía prevista una investidura con Podemos y votos independentistas, el hoy presidente del Gobierno encontrara un aliado fiel, prácticamente el único barón, en el primer secretario catalán. Iceta tenía afinidad personal con Sánchez, pero sobre todo encajaba con el proyecto que él representaba. Al PSC nada le podía ir peor en Catalunya que ser considerado un partido subalterno del PP, pensaba Iceta, por lo que dio la orden a sus diputados de desobedecer el mandato de Ferraz y votar 'no' a la investidura de Rajoy en octubre de 2016.

Un año después, en plena tormenta política por el procés y tras haber apoyado el 155, el PSC salvó los muebles en las elecciones catalanas más polarizadas que se recuerdan. Iceta se creció entonces y comenzó a actuar como líder de la oposición 'de facto' en el Parlament, posición que consolidó gracias a la salida de Arrimadas en mayo de 2019. Durante la pasada legislatura, Iceta se destacó como un diputado hábil en el atril y en el despacho, elegante y cordial en las formas, pero duro e implacable contra el independentismo. Fue la voz que la Moncloa más escuchaba para entender el laberinto catalán, uno de los líderes que más claros veía los beneficios de un gobierno de coalición con Pablo Iglesias y el mayor valedor para que Salvador Illa se convirtiera en ministro.

“Quiero ser presidente de Catalunya”, aseguraba rotundo el experimentado político hace un año. El primer secretario socialista no quería dejar el Parlament porque, como en 2014 cuando tomó las riendas del PSC, creía que era allí donde más podía ayudar a su partido. Pero una encuesta en agosto pasado comenzó a hacerle cambiar de idea. Ciudadanos iba de bajada y, mientras, Illa se había convertido en un ministro popular entre el votante catalán que mira el telediario en castellano y mira las tertulias de La Sexta. Era el electorado que necesitaba conseguir para que el acariciase la victoria electoral. El ministro de Sanidad podría ilusionar y él ya no. Iceta comió con Pedro Sánchez un día de mediados de noviembre. Allí le hizo la propuesta y todas las piezas encajaron. Con 35 años de experiencia política a las espaldas, el hijo del bilbaíno Miguel Iceta volvía a cambiar de papel siguiendo la única brújula de su vida, la fidelidad a sus siglas por encima de cualquier otra cosa.

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