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Sociedad de cobardes valientes

No hablaremos de atentados, también cobardes y, obviamente, violentos. Ya existenespecialistas que los analizan de cabo a rabo, nos dan las claves y no nos ofrecen esperanza. No hay nada que hacer frente a un colectivo que no valora lo que para nosotros, occidentales, tiene el máximo valor: la vida. La diferencia es tan abismal, pues, que no tenemos defensa. Queremos hablar de la pequeña violencia, la cotidiana, la pequeña, pero que también se convierte en mortal. El siglo XXI ve avanzar sin parar el retorno de la ignorancia, de la banalidad, de la intolerancia. Y por lo tanto, de la violencia gratuita e inmediata. En este sentido estamos llegando ya a lo que muchos desean: Parecerse en muchos aspectos a los Estados Unidos donde la normalidad cotidiana pende de un hilo siempre, cada día, en todo momento. Además, existe el problema añadido de la existencia masiva de armas de fuego de uso particular.

Y vamos a lo que queríamos decir: Uno de los incidentes de estos últimos días, es la muerte de un hombre de 81 años a causa de una discusión de tráfico. La situación es trivial. Aquí, los automovilistas no están acostumbrados a respetar el paso de cebra, van rápido y sólo paran si se ven obligados. Se dio esta situación tan habitual: El hombre cruzaba y, como ocurre a menudo, se asustó. A los 81 tienes mucho miedo de tropezar, caer, de romperte el fémur, etc. Alzó el bastón y recriminó al conductor su comportamiento. ¿Cuántas veces hemos visto levantar el bastón a una persona mayor para que los coches se detengan? Muchas. En el caso que nos ocupa, un conductor novel, de dieciocho años, no lo pudo soportar. Detuvo el coche, salió y le dio un puñetazo. El hombre tuvo la mala fortuna de pegar mal con la cabeza en el suelo y de eso se murió. El otro huyó miserablemente del sitio. Había testigos, se apuntó la matrícula del coche y al día siguiente, el chico se entregaba a la policía.

Las primeras informaciones daban a entender que era por arrepentimiento espontáneo. Después hemos sabido que el cobarde que es capaz de dar un puñetazo a un viejo también es un cobarde en general. La cosa es que la policía había localizado el coche, que era del padre del chico. Fue el mismo padre, ya desde la comisaría, que le instó a entregarse a las autoridades. Si no, no lo habría hecho. El comentario: Hemos seguido de cerca el caso y la mayoría de análisis hablan de la clase de hechizo en que caen los hombres (las mujeres, no) al volante del coche. Toda la simbología masculina que conlleva y que hace que el vehículo sea un sustitutivo de la virilidad y bla, bla, bla.

Muy bien, estamos de acuerdo. Pero esto explica relativamente que un chico de dieciocho años no pueda controlar el impulso de arrear un puñetazo a un anciano. ¿Vemos que se trata de cosas diferentes, o no? El chico, no sólo no acepta que: 1. Es un conductor novel y se puede equivocar y 2. De hecho, se ha equivocado y ha asustado a un peatón que atravesaba legalmente. Tampoco soporta que 1. Alguien se lo recrimine y 2. Lo único que se le ocurre, sea un viejo o un joven, es salir del coche y pegarle un puñetazo (con el resultado desafortunado de muerte).

Aún más, una vez cumplido el desastre, una vez visto que el hecho no tiene remedio, la falta de escrúpulos es, salvando las distancias, la misma que la de los nazis con los judíos: La cosificación, la deshumanización, tan bien explicada por Primo Levi, entre otros supervivientes de los campos de concentración. Una vez has matado, que es lo peor que puede pasar, aquello ya no es una persona. Es algo. El chico piensa, ya que está muerto, que no me perjudique. Me largo. Los nazis decían, ya que está muerto, saquemos un provecho. Y hacían jabón. Repito, en el fondo, salvando las distancias, es lo mismo: el desprecio por la dignidad humana.

¿De verdad que la única explicación es la violencia implícita que los coches comunican a los machos conductores? Es una simplificación tan grande que da vergüenza. ¿Queremos ser como los Estados Unidos? Ya llegamos. Si ves un adolescente con dos perros por la calle y te das cuenta que están permitiendo que se caguen (los perros) y no recogen los excrementos, cada vez te cuesta más llamarles la atención. No sabes por donde te saldrán. La respuesta más habitual (sin violencia, ignorantes) es: Ya lo recogerá el Ayuntamiento, que para eso pagamos. La otra es que terminen haciéndote comer la mierda del perro. Aquí está la raíz del incidente de la muerte del anciano: Que su agresor sólo tiene dieciocho años y no lo detuvo tener delante a un hombre de ochenta y uno. Y no es como la chica valenciana cargada de coca y alcohol que un domingo de madrugada arrolla a los ciclistas y mata a tres. No. Es un chico de dieciocho años con las venas limpias, sí, pero el cerebro asqueroso. Descontrolado del todo. Pensamos en todo lo que esto significa.

No hablaremos de atentados, también cobardes y, obviamente, violentos. Ya existenespecialistas que los analizan de cabo a rabo, nos dan las claves y no nos ofrecen esperanza. No hay nada que hacer frente a un colectivo que no valora lo que para nosotros, occidentales, tiene el máximo valor: la vida. La diferencia es tan abismal, pues, que no tenemos defensa. Queremos hablar de la pequeña violencia, la cotidiana, la pequeña, pero que también se convierte en mortal. El siglo XXI ve avanzar sin parar el retorno de la ignorancia, de la banalidad, de la intolerancia. Y por lo tanto, de la violencia gratuita e inmediata. En este sentido estamos llegando ya a lo que muchos desean: Parecerse en muchos aspectos a los Estados Unidos donde la normalidad cotidiana pende de un hilo siempre, cada día, en todo momento. Además, existe el problema añadido de la existencia masiva de armas de fuego de uso particular.

Y vamos a lo que queríamos decir: Uno de los incidentes de estos últimos días, es la muerte de un hombre de 81 años a causa de una discusión de tráfico. La situación es trivial. Aquí, los automovilistas no están acostumbrados a respetar el paso de cebra, van rápido y sólo paran si se ven obligados. Se dio esta situación tan habitual: El hombre cruzaba y, como ocurre a menudo, se asustó. A los 81 tienes mucho miedo de tropezar, caer, de romperte el fémur, etc. Alzó el bastón y recriminó al conductor su comportamiento. ¿Cuántas veces hemos visto levantar el bastón a una persona mayor para que los coches se detengan? Muchas. En el caso que nos ocupa, un conductor novel, de dieciocho años, no lo pudo soportar. Detuvo el coche, salió y le dio un puñetazo. El hombre tuvo la mala fortuna de pegar mal con la cabeza en el suelo y de eso se murió. El otro huyó miserablemente del sitio. Había testigos, se apuntó la matrícula del coche y al día siguiente, el chico se entregaba a la policía.