Problemas de salud mental que tapan la violencia machista: “¿Quién denuncia si en tu casa no te creen?”

Meritxell Rigol

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Para dejar lejos los abusos sufridos en casa, Lurdes Da Costa decidió que migraría en cuanto pudiera. “Me fui de mi país escapando de esta violencia, y, aquí, me encontré con una peor”, afirma. Se refiere a una relación de pareja de la que no saldría en cuatro años. En la historia de Lurdes hay varios intentos de suicidio. El primero, a los nueve años. Hay también diversos diagnósticos, como el trastorno límite de personalidad. Asegura que en la atención recibida por los problemas de salud mental nunca se tuvo en cuenta el impacto de la violencia que carga. “Muchas de las heridas que tengo no se pueden curar con pastillas”, valora ante la respuesta médica que le dieron durante años. Años que recuerda vivir medio dormida.

Cuando la violencia machista y los problemas de salud mental se solapan, servicios sociales, profesionales sanitarios y entidades de ayuda se encuentran con realidades complejas de acompañar. Para empezar, debido a la tendencia a abordar algunas cuestiones de salud mental únicamente con fármacos. Pero también por las particulares dificultades que encuentran las mujeres con estas patologías al enfrentarse a situaciones de violencia contra ellas.

Marina (nombre ficticio a petición de la víctima) cuenta que, sin ponerle una mano encima, el dolor que su marido le generaba con sus gritos de menosprecio era como “intentar andar teniendo la pierna rota”. Ahora lleva ocho años separada. Ocho años sin sentir que vuelve a caer tan bajo como había llegado a caer. “El trastorno bipolar lo tengo igual, pero el maltrato me lo agravaba mucho”, resume. Viviendo con su exmarido había llegado a tener cuatro intentos de suicidio. Fue una época en la que ingresaba repetidamente con ataques de ansiedad. Pero en ninguno de estos ingresos fue preguntada por el desencadenante. Entre el hospital comarcal y el Clínic de Barcelona, calcula que pasó por cuatro psiquiatras distintos.

Para Yolanda Guasch, coordinadora del programa ‘Actúa dona’, de atención a mujeres en situaciones de violencia machista y con trastornos de la salud mental, es importante tener en cuenta que hay indicadores de violencia machista que coinciden con los de “descompensación” de enfermedades mentales. “Demasiado a menudo el trastorno lo invisibiliza”, denuncia. 

“De golpe engordas por la medicación, dejas de ser una persona activa, no tienes ganas de nada… La incomprensión de quien era mi pareja hacia mi enfermedad se convirtió en un maltrato, a la vez que yo estaba especialmente sensible, y cobrando muy poco de la pensión de incapacidad”, resume Marina. La salida, tras 12 años de violencia psicológica, fue irse a casa de sus padres.

El riesgo de sufrir violencia en la pareja entre las mujeres con un trastorno grave se multiplica entre dos y cuatro veces respecto al conjunto de mujeres, según detecta un informe de la Federación de Euskadi de asociaciones de familiares y personas con enfermedad mental de 2017. Pese a la creciente sensibilización entre los equipos de salud mental para identificar los casos, la falta de tiempo y frecuencia de las visitas hace que se pierda capacidad de detectar la violencia.

Una mirada de género para la psiquiatría

La crítica al abordaje estrictamente farmacológico de los problemas de salud mental de algunas mujeres es un tema cada vez más presente. El departamento de Salud y la Agencia de Salud Pública de Catalunya encargaron un informe sobre la atención a mujeres en situación de violencia machista y consumo problemático de sustancias y/o problemas de salud mental, que se publicó en 2020. La mayoría de los profesionales que participaron en el estudio advirtieron de que los psiquiatras son un perfil profesional con “especiales resistencias” a tratar las situaciones de violencia machista. 

Según este análisis, la disciplina psiquiátrica puede presentar “evidentes limitaciones” para ayudar a aflorar la situación de violencia y tenerla en cuenta como un problema que puede estar interfiriendo en el trastorno de salud de la mujer, incluyendo las adicciones. Esto pese a que el 75% de mujeres con problemas mentales graves han sufrido violencia en la pareja o en la familia, según recoge el mismo informe.

Entre los propios profesionales han surgido voces que se muestran conscientes del problema. “Lo que tenemos que hacer es más amplio que los tratamientos farmacológicos; hay una parte de comprensión de los trastornos de la gente”, afirma Roser Cirici, coordinadora del grupo de violencia machista en la Sociedad Catalana de Psiquiatría y Salud Mental. Considera problemático que haber experimentado o estar experimentando violencia sea a menudo visto como una información irrelevante, aunque asegura que se está trabajando para corregirlo. 

Cirici, una de las expertas que está formando en perspectiva de género a otros profesionales de servicios de atención a la salud mental, subraya que no debe perderse de vista que un trastorno “no sale de la nada”: una pata está en la genética, pero otra está en las experiencias vitales. “Sufrir mucho estrés a raíz de situaciones como abusos infantiles o vivir en una familia con violencia machista, supone mucho más riesgo de sufrir patologías mentales”, ejemplifica. A la vez, remarca que la interacción entre trastornos mentales y violencia machista es “bidireccional” y que debe tenerse en cuenta que son factores de vulnerabilidad que “se potencian entre sí”.

Servicios saturados y sin respuestas

Después de diversos ingresos hospitalarios, Lurdes logró acceder a apoyo psicológico para ir reduciendo medicación y aumentando herramientas de autocuidado. En su proceso, se acercó al activismo por los derechos de las personas con trastornos de salud mental y se ha convertido en dinamizadora de grupos de ayuda mutua entre mujeres. Afirma que están “desbordadas”. “Necesitan profesionales de atención psicológica y tardan meses en poder acceder, y necesitan salir de su casa y resulta muy difícil acceder a recursos de vivienda para situaciones de violencia”, concreta. “Si te están maltratando cada día, ¿cómo te piden que estés estable?”, añade.

Desde la Federación Salud Mental Catalunya confirman conocer situaciones en las que se ha excluido a mujeres con trastornos de salud mental graves de recursos de atención a la violencia machista, algo que atribuyen a la “falta de costumbre” y el “miedo” a acompañarlas. En el estudio de la Generalitat se indica que las mujeres en situaciones de violencia y con problemas de salud mental graves se etiqueten como “casos de especial complejidad” y que las profesionales ponen de manifiesto que “no existen recursos adecuados para atender y acoger a estas mujeres”.

En la misma dirección, Cirici advierte de que, cuando los médicos identifican y prestan atención a la problemática, se encuentran que no hay suficientes recursos para ofrecer a las mujeres. “Faltan psicólogos y recursos económicos para resolver la necesidad de vivienda”, apunta.

“No podemos abrir la caja de pandora de la violencia, decirles que no tengan miedo, que confíen, pero luego no tener recursos para acogerlas y para que tengan autonomía económica”, denuncia Guasch. El servicio que coordina es uno de los excepcionales recursos dedicados a responder a las necesidades de mujeres con esta doble vivencia. Guasch afirma que están respondiendo a todas las demandas que les llegan con el “sobreesfuerzo” del equipo profesional, pero que están al máximo de su capacidad de atención, con unas 60 mujeres al año.

Más pastillas que credibilidad

Hace tiempo que también Marina se vinculó al activismo por los derechos de las personas con trastornos de salud mental y que dinamiza grupos de ayuda mutua entre mujeres. Afirma que la mayoría de las que conoce han sufrido abusos sexuales, violaciones o maltrato por parte de familiares o parejas y que estos grupos entre iguales se convierten a menudo en el único lugar en el que explican las violencias sufridas. “¿Quién se atreve a denunciar si en tu propia casa no te creen?”, lanza Marina.

El acentuado cuestionamiento que reciben las mujeres con diagnósticos de salud mental es una barrera en la protección y recuperación de esta parte de las mujeres. “Si empiezas a tener conciencia de tu malestar, lo más probable es que todo acabe con unas pastillas. Y si quieres explicar lo que te ha pasado, lo más probable es que no te crean, porque siempre se ha puesto en entredicho la credibilidad de las personas con diversidad de sufrimiento [trastornos], cuestión que se multiplica si, además, eres una mujer”, denuncia Jéssica López, técnica de proyectos en Salut Mental Catalunya.

Lurdes se dio cuenta de que buena parte de su vida había normalizado la violencia. “El mensaje que recibes es que no haces las cosas bien, que no vales para nada, que no encajas en ningún sitio… Piensas que es tu culpa, te vas menospreciando y, cuando nos damos cuenta de la violencia que vivimos, ya estamos muy destrozadas”, expone. 

Tampoco Marina era consciente de que lo que estaba viviendo era maltrato. Dice que, como tantas otras mujeres con diagnóstico, tenía la autoestima minada. Ahora, se siente recuperada de la violencia, pero no reparada. Reparada se sentirá el día que “cambie la mirada”, dice, tanto en las familias como en los servicios públicos, y que se tenga en cuenta que la violencia puede ser el frío que convierte “un resfriado en una pulmonía”, metaforiza Marina. “Hay que poner el acelerador en las herramientas para frenar tanto sufrimiento”, reclama.