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Los 'buscadores de setas' advierten: cada vez hay menos hongos en los bosques

Ramis (izquierda) y Vericad (derecha), durante su paseo por el bosque para recoger setas.

Pablo Sierra del Sol / Francisco Ubilla

Eivissa —
22 de diciembre de 2025 21:58 h

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Suena en mitad del bosque una voz que dice: “¡Mira, algún fredolic igual cogeremos!”. Miguel Vericad Marcuello (Jaca, Huesca, 1969) está buscando setas una mañana de mediados de diciembre con su amigo Llorenç Ramis Abrines (Santa Eugènia, Mallorca, 1992). Hablan en una mezcla de catalán y castellano mientras zigzaguean a ambos lados de un sendero en busca de carnosos sombreros. No resulta sencillo.

De ahí, la sorpresa al ver ese grupito de negrillas –richoloma terreum; llamadas fredolics– que empiezan a arrancar con cuidado para guardarlo en una cesta de mimbre. “Con lo poco, y mal, que llueve esta temporada de setas está siendo muy escasa. Y, además, si hiciera frío, o al menos el frío que hacía antes, ya no tendríamos que encontrar muchas especies en el bosque, salvo las que nacían casi en invierno y sobrevivían hasta febrero o principios de marzo. En el Pirineo, a partir de noviembre, resultaba difícil encontrar. A los hongos ha dejado de matarlos las bajas temperaturas para que los mate la sequía. En estas islas se nota mucho el efecto del cambio climático”.

Este “naturalista aficionado” –de oficio, guardabosques– sabe por dónde pisa cuando se aleja del asfalto. Llegó a las Illes Balears a finales de los noventa. Después de dos décadas en Eivissa –donde nacieron su hija y su hijo– se mudó a Mallorca. En horario de trabajo le toca recorrer los caminos de la Serra de Tramuntana, los bosques de es Pla, los acantilados de Cabrera. Su tiempo libre también lo pasa a cielo abierto.

El ‘Lycoperdon perlatum’ tiene un nombre curioso: 'pet de llop’ (pedo de lobo) y, aunque es comestible, no tiene valor culinario.

– De niño ya era muy curioso –cuenta Vericad– y me gustaba andar entre árboles preguntándome cómo se llamaba cada plantal, y, claro, empecé a coger setas, y a interesarme por ellas. Los hongos nos explican como sociedad. Hay pueblos micófilos (como los siberianos o los amazónicos: algunas personas llegan a conocer cientos de variedades, entre comestibles, sin valor culinario, venenosas y alucinógenas), micófagos (España sería un ejemplo, pero sólo vascos, navarros y catalanes, donde los recolectores conocen entre media y una docena de setas, se acercan a la afición y el conocimiento de países como Italia o Francia) o micrófobos (en los países anglosajones o de raíz celta se han empezado a comer las setas silvestres por la globalización). En Baleares, lo común es que la gente acostumbrada a recogerlas conozca tres o cuatro especies. El picornell (Cantharellus cibarius), rebozuelo en castellano, también es muy popular. Fíjate hasta qué punto llegan las costumbres que el otro día fui a por setas con dos amigos, Pere y Begoña, dos gironins que viven en Mallorca, y no dejan de sorprenderse que, aquí, la Hygrophorus russula, que ellos llaman el carlet, no se recoja cuando en Girona se considera un manjar.

– ¿Por qué no se aprovecha?

– Por el culto al níscalo que los baleares compartimos con absolutamente todos los pueblos mediterráneos. De Marruecos a Turquía se come, sobre todo, la misma especie. En Menorca y Mallorca la llaman esclata-sang y en Ibiza y Formentera, pebràs. Es la que más se recoge porque es la que más se come; una seta sabrosa, abundante (crece entre pinos) y fácil de identificar. ¿Para qué complicarse la vida entonces? 

Cuando escasea, las cajas de níscalos (russulales) aparecen en los mercados de las islas a más de 30 euros el kilo. Un producto básico para guisar platos muy arraigados al terreno –el arròs de matances pitiuso, el llom amb esclata-sangs menorquín, el arròs brut mallorquín– se convierte –si no se sale al bosque a recolectarlo– en un producto caro. Después de rastrear durante una hora larga, Vericad y Llorenç volverán al coche y, sobre el capó, extenderán una tela para desplegar el botín. No demasiada cantidad, y apenas dos o tres pebrassos, pero de una variedad apreciable: entre el medio centenar de hongos hay “doce taxones” –en Biología, un grupo de organismos que está emparentado– distintos. Una minucia entre los 2.468 tipos –2.005 en Mallorca, 994 en Menorca, 602 en Eivissa, 237 en Formentera, 150 en Cabrera– que aparecen referenciados por Josep Siquier y Joan Carles Salom en el último ejemplar de la Revista catalana de micologia.

La ‘Lepista sordida’, conocida popularmente como ‘blava’ impresiona por sus tonalidades azuladas y se puede comer.
‘Fredolics’ mallorquines, conocidos en Eivissa como ‘esteperols’ y en castellano como seta de pino, negrilla o ratón: un hongo comestible.

Más especies en los libros, menos hongos en los bosques

“Siquier es, para mí, el padre de la micología moderna en Baleares y Salom, uno de sus discípulos más aventajados”, explica una voz rota al otro lado del teléfono, que añade: “Con las campañas que estamos haciendo, cada año en una isla diferente e intentado visitar también los islotes (las dunas de s’Espalmador, por citar un ejemplo), que son un tesoro micológico, no dejan de salir nuevas referencias. Y las que quedan. Pero es paradójico: conocemos más especies y hay menos setas en el bosque. Este año será, por la sequía, casi tan malo como lo fue 2023, el peor que se recuerda en mucho tiempo: hubo unas ponientadas muy fuertes que secaron los bosques”. Jaime Espinosa Noguera –de profesión, farmacéutico: un oficio muy relacionado con los hongos, materia prima esencial para preparar los remedios de otras épocas– se aficionó “al reino fúngico” mientras estudiaba la carrera en Alcalá de Henares. Madrileño, se trasladó a Eivissa, entró en contacto con Siquier y Salom, los puso en contacto con otros aficionados que, sin necesidad de dominar un microscopio, querían observar y documentar, de la forma más científica posible, las setas que se llevaban a casa. A veces, han encontrado un ejemplar al que todavía no se le había puesto nombre.

Conocemos más especies y hay menos setas en el bosque. Este año será, por la sequía, casi tan malo como lo fue 2023, el peor que se recuerda en mucho tiempo: hubo unas ponientadas muy fuertes que secaron los bosques

Jaime Espinosa Noguera Farmacéutico

Como le ocurrió a Vericad, su pasión por los hongos le sirvió a Espinosa “para conocer el territorio”, aprender a hablar el dialecto ibicenco del catalán, profundizar en la idiosincrasia isleña. Una norma sagrada y no escrita es que el lugar donde se encuentran níscalos año tras año es un secreto inconfesable. “Yo he conocido un caso, y aquí no hay ironía”, dice entre risas Espinosa, “de un tipo, creo que fue en Sant Jordi de ses Salines, que fue a despedirse de un amigo que estaba en su lecho de muerte. Antes de irse intentó sonsacarle dónde iba a buscar el pebràs. ¿Tú crees que se lo dijo? ¡No! Al ser humano lo que nos fascina es lo que resulta difícil de encontrar algo”.

Un tipo fue a despedirse de un amigo, que estaba en su lecho de muerte. Antes de irse intentó sonsacarle dónde iba a buscar el pebràs. ¿Tú crees que se lo dijo? ¡No! Al ser humano lo que nos fascina es lo que resulta difícil de encontrar algo

Jaime Espinosa Noguera Farmacéutico

De regreso al bosque mallorquín, y como si tuvieran telepatía, Vericad le da la razón a su colega: “Hay una cómica ibicenca, Cristina Ramon, que hizo un sketch sobre ese tema; muy bien traído, además, porque mis amigos ibicencos siempre me han dicho que allí, no hace tanto tiempo, lo de ir a por setas era una labor femenina –luego las mujeres las ensartaban en una cuerda para colgarlas, secarlas y conservarlas más tiempo–, pero cuesta hasta que las madres le digan a las hijas dónde están sus redolets, los trozos donde saben que el pebràs crece en cuanto caen las primeras lluvias de otoño. El asunto tiene mucho jugo. Para mí la gran pregunta es: ¿de quién son las setas? La ley de Montes y nuestra Ley Agraria, es clara” 

“Es que”, continúa Espinosa, “no hay que olvidar que las setas no son de cualquiera, sino del propietario del terreno en el que crecen. No puedes saltar una valla para ir a coger. Otra cosa es que pidas permiso y te lo den. Es todo un debate. Lo que no se debe hacer nunca es publicar con nombre y apellidos el lugar donde has encontrado setas porque, con las redes sociales, al día siguiente se te plantarán treinta coches allí y las aglomeraciones humanas se llevan mal con la naturaleza”.

Nunca se debe publicar con nombre y apellidos el lugar donde has encontrado setas porque, con las redes sociales, al día siguiente se te plantarán treinta coches allí y las aglomeraciones humanas se llevan mal con la naturaleza

Jaime Espinosa Noguera Farmacéutico
Un ejemplar de ‘Mycena pura’, venenosa porque contiene muscarina.
El 'Clathrus ruber' desprende un olor muy característico: a carne podrida.

Vedados micológicos “carentes de legislación”

Los dos expertos explican que en las Illes Balears han empezado a reconocerse “vedados micológicos”, pero que todavía el archipiélago carece de leyes que regulen la recogida. “Como sí ocurre”, precisa Vericad, “en Catalunya, Navarra o País Vasco, donde en algunas fincas pagas una tasa y puedes llevarte una cantidad concreta de hongos. Dos o tres kilos, por lo general y depende de las especies, que no está nada mal”.

–¿Pero está mal visto llevarse más de una cierta cantidad de setas? ¿Hay un código interno entre buscadores tradicionales? ¿Es diferente al de los micólogos aficionados?

–Los lobos, en la naturaleza, pueden comer pocas presas –responde el aragonés–. Pero cuando entran en una paridera con ganado, ¿qué pasa? Se comportan como un jubilado en un bufet libre. Nosotros tampoco tenemos inhibido el sentido de depredación. Antropológicamente, nuestro ser profundo, cuando entramos en modo recolección, coge todo lo que puede porque mañana no sabe cuánto habrá. ¿Las buenas prácticas boletaires qué dicen? Que los lleves siempre en una cesta. Que no cojas los ejemplares más jóvenes. Que no arrambles. Pero es muy difícil resistir a la tentación. A mí me ha pasado [ríe].

Revisión, con lupa, de una de las setas recogidas.
Para Miguel Vericad, es esencial llevar libros y apuntes en el cesto para tratar de identificar las especies, nuevas o ambiguas, que encuentra.

Caminar con Miguel Vericad y Llorenç Ramis por un encinar moteado de pinos es asistir a una lección práctica de Ciencias Naturales. Cada loco con su tema. Uno, con su acento de la Part Forana, va nombrando arbustos y matorrales en voz alta (“Estepa blanca, estepa negra, que en castellano se le dice jara, murta –mirto–, càrritx –carrizo–...). El otro se concentra en los seres vivos que se dedican a absorber y descomponer la materia de las plantas y animales que mueren a sus pies. El pilar maestro de cualquier ecosistema. Aunque lleva una navaja en el bolsillo, el micólogo prefiere arrancar con cuidado cada seta (”El daño que le hace el corte al pie se puede transmitir a la base, que es realmente el hongo: nosotros vemos su cuerpo fructífero“), nunca antes de estudiarla con detenimiento y, si le parece lo bastante curiosa, fotografiarla (”Se permite hacer un poco de jardinería antes de sacar la foto, pero sin alterar mucho el terreno, cuidado“).

“Escamas”, “láminas”, “esporas”, “micelios” son algunos de los conceptos que salen por una boca convertida en glosario. “Pero, ojo, siempre llevo estos manuales encima, por si las dudas”, dice Vericad, enseñando un par de libros, con muchos tiros pegados, que carga en el cesto. Sobre las cubiertas de tapa dura descansa un folio donde aparecen –esquematizados– los dibujos de algunas variedades. Vericad coloca una seta –mediana de tamaño y de tonos marrón clarito, parecida al níscalo– encima del croquis y trata de identificarla. Comparando y acercándose con una pequeña lupa. Tras ir al detalle, sospecha que podría ser un Lactarius zonarius. En Catalunya conocen a esta seta como enganyapastors de llet blanca –engañapastores de leche blanca– y el nombre –al contrario que el de la trompeta de la muerte, que es comestible– no es una licencia poética. “Es tóxica”, confirma Vericad, que más tarde manipulará una Mycena pura: “Popularmente se la conoce como seta de enanitos porque es alucinógena”. También, un depósito de muscarina, un alcaloide venenoso que puede matar.

El 'Geastrum triplex’ no es comestible: conocido como ‘estrelleta de terra’, escupe esporas cuando presionan su sombrero con un palo.

Consejos para no envenenarse

En España se produce una media de trescientas intoxicaciones por consumo de hongos cada año: la gran mayoría –un 80%, precisa la Sociedad Española de Medicina de Laboratorio–, son colectivas. “Fue muy famoso el caso”, recuerda Vericad, “de una familia extranjera que se intoxicó hace años en la península. Como comieron una seta venenosa que era de baja latencia, tardaron demasiado en darse cuenta de lo que ocurría. Murieron el padre y uno de los hijos, y la madre y el otro hijo quedaron tocados. Hay que andarse con ojo, nunca mezclar las setas antes de repartirlas y, en caso de duda, no comerlas. Hay varias con las que la ingesta de un solo ejemplar basta para irse al otro barrio. En Baleares crecen variedades de lepiotas, que se consideran mortíferas. Si te pillan a tiempo y pueden salvarte, o trasplante de hígado o hemodiálisis para toda la vida”. Esa fue la especie que comió, hacia mediados de los noventa, una mujer mallorquina –del pueblo de Pina, en el municipio de Algaida– a la que pudieron salvar. Ese caso no se ha olvidado entre las comunidades de recolectores de setas de unas islas donde el instinto de conservación se ha ido desarrollando durante siglos. A no ser que la micología se gentrifique, considera Vericad, el sentido común seguirá imperando.

En España se produce una media de trescientas intoxicaciones por consumo de hongos cada año: la gran mayoría –un 80%, precisa la Sociedad Española de Medicina de Laboratorio–, son colectivas

“Cualquier mallorquín mínimamente experto”, reflexiona el micólogo, “cuando pasea por el bosque reconoce el Omphalotus olearius, la gírgola d’olivera; tóxica. Cuando se va un poco más allá y se empieza a estudiar los diferentes tipos de hongo y diferenciar entre los que son parecidos, y traicioneros, para saber si son comestibles o no, es importante identificar la forma de inserción de las láminas, el dibujo que tienen, la forma del pie, si tienen bulbo, radicillas; la forma del sombrero, y entre muchos otros detalles, la textura de la carne. Y, luego, claro, el olor. El olor es muy importante, muy característico en muchas especies”.

Hay que andarse con ojo, nunca mezclar las setas antes de repartirlas y, en caso de duda, no comerlas. Hay varias con las que la ingesta de un solo ejemplar basta para irse al otro barrio

Miguel Vericad Experto en setas
El pinar es el hábitat donde se encuentra el níscalo, la especie más buscada, pero una de las más amenazadas por la falta de lluvia.

Pescado, carne podrida, anís, asfalto, almendras dulces (o amargas)... Como si fuera un sommelier, Vericad empieza a enumerar una carta de “notas olfativas” que podría alargarse “hasta las ciento ochenta” similitudes.

–¿Los olores desagradables son como un semáforo en rojo?

–No siempre, pero sí, el asco está muy vinculado a la prevención de alimentos en mal estado. Los champiñones silvestres son un buen ejemplo. Hay de dos tipos, los que amarillean y los que enrojecen: si amarillea mucho y huele mal, es tóxico. No te mata, pero te provoca una diarrea con retortijones. Muy desagradable. En cambio, si tiene un olor suave y agradable, adelante. Otra cosa son los usos medicinales, pero es muy difícil que, de forma tradicional, se llegue a consumir algo que no huele bien. Y todo tiene una explicación: el falo impúdico –en catalán, ou del diable– es un hongo que huele a carne podrida para que vengan las moscas a llevarse las esporas. En estado huevo hay gente que se los come, algún atrevido al que le gustan las setas y conoce la literatura. Pero, aquí, mientras quede algún esclata-sangs para prepararnos un buen arròs brut o un risotto, no creo que se ponga de moda.

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