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Así vive una familia de refugiados el confinamiento en Toledo: “Vinimos a darle una mejor calidad de vida a los niños”

Delimar y su familia

Fidel Manjavacas

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Delimar, su marido y los cuatro hijos de ambos emigraron a España el pasado mes de octubre. En mes y medio consiguieron tramitar la solicitud de protección internacional y estuvieron viviendo en Madrid en el domicilio de una persona que se encontraba fuera y no volvía hasta Navidad. “No teníamos dónde estar, Cáritas nos iba a asignar un hotal y nos llamaron la última semana de diciembre para decirnos que nos habían asignado un piso en Toledo”, relata esta mujer, médico de profesión.

Desde su llegada a la capital regional, esta familia venezolana está siendo atendida por Cruz Roja Toledo, que en total asiste actualmente a 115 personas en toda la provincia. Ahora están bien de salud, pero Delimar afirma que los seis estuvieron “un poco enfermos desde la semana en que se dictó el confinamiento”. “Tuvimos algunos síntomas similares -a los que provoca la COVID-19-”, apunta con la incertidumbre de saber si han estado contagiados por coronavirus.

Ahora viven en un apartamento en la ciudad que les ha facilitado la entidad humanitaria en el que han estado confinados con los cuatro menores hasta el primer domingo en que pudieron salir a la calle con sus hijos, de 4, 7, 11 y 14 años. “Salieron después de 43 días que no estaban en la luz del sol”, relata Delimar, que señala que el “más afectado” ha sido el pequeño, pues relaciona la llegada a Toledo la pandemia: “Mami, quiero volver a casa”, decía.

La hija mayor tiene una discapacidad severa por la que usa una silla de ruedas. “¿Cómo explicarle a ella que no puede salir? No duerma nada en la noche, no está cansada porque no hace gran actividad. Con ella es el reto más grande”, describe Delimar, que apunta que no tenido ningún problema para poder conseguir la medicación que requiere la menor de 14 años y que “tanto los colegios en los que están escolarizados como Cruz Roja han estado muy pendientes” de todos ellos, proporcionándoles materiales también para poder seguir el curso escolar o libros para sus ratos de ocio.

En este sentido, recuerda que su principal motivación para salir de Maracaibo, la ciudad de Venezuela en la que residía, fue su hija mayor. “Perdió la mitad del cabello del estrés que tenía. Los medicamentos eran de muy baja calidad y se deterioró muchísimo físicamente su salud en los últimos dos años”, explica Delimar, que apunta satisfecha que en estos últimos meses en España su hija ha mejorado “muchísimo, su color de piel es otro y está contenta, el colegio le encanta”.

A disposición para trabajar en la pandemia

Sobre su desempeño profesional, apunta que desde que se inició la pandemia en España se inscribió a “todas las páginas de voluntarios para la COVID-19” aunque no han precisado de su labor desde las instituciones sanitarias. “En Venezuela trabajé con el virus del zika, con la gripe A... tengo diez años de graduada, no tendría problema para trabajar con eso”, subraya Delimar, que espera iniciar la homologación de sus títulos y “trabajar lo más pronto posible”.

No obstante, recalca que tanto ella como su marido, ingeniero de telecomunicaciones, no tendrían “ningún problema” en trabajar cualquier otro oficio. “Vinimos a darle una mejor calidad de vida a los niños, no a tener un mejor estatus”, agrega la venezolana, que relata cómo su familia han estado “muy preocupados” por las noticias que llegaban a su país sobre la situación de la pandemia en España. “Mi madre estaba que se moría e intentaba calmarle. El único que sale es mi esposo a hacer las compras y tenemos un protocolo superestricto de higiene”.

Sobre su situación en Venezuela, recuerda “la penumbre de la noche” en su ciudad debido a los continuos cortes de luz que afirma que sufrían y “las siluetas de la gente llevándose cajas de comida”. “No teníamos comunicación, salíamos una vez al día para encontrar un lugar con señal para poder hablar por teléfono con nuestra familia”, cuenta Delimar, que asevera que eligieron “el mejor país del mundo para emigrar”.

“Como todos los países, tienen sus problemas pero créanme que aquí tienen pocos. De política todavía no entiendo mucho pero en la parte social no hemos tenido ni un solo intento de xenofobia, nos han recibido bien. La gente de Cruz Roja ha sido una bendición. A veces pienso qué puedo hacer en esta vida para retribuir lo que han hecho por nosotros”, relata.

El proceso de acogida con Cruz Roja

En este sentido, hablamos también con Raquel Rodríguez Cuevas, educadora de Cruz Roja en Toledo, quien nos explica los procesos de acogida de personas refugiadas que llevan a cabo tanto en la capital regional como en otros municipios de la provincia. “El proyecto está dividido en dos fases. Aquí están de 18 a 24 meses, dependiendo del nivel de vulnerabilidad que tengan las personas. La primera fase dura seis meses y en ella están en dispositivos de Cruz Roja pues todo depende de la propia entidad -que cuenta con un equipo de 14 personas en Toledo-”.

Estos dispositivos pueden ser compartidos, como es el caso de la familia de Delimar. La entidad se encarga de recibir a las personas que han solicitado la protección internacional, de contar con traductores para quienes no hablan español y de llevar a cabo el proceso de acompañamiento socioeducativo. “Hacemos el padrón, la tarjeta sanitaria o la escolarización si hay menores. También hay una cita con el departamento de psicología y con los servicios jurídicos. Se aborda de manera interdisciplinar desde todas las áreas”, cuenta la educadora.

“Es adecuarse a las situaciones de las personas, conocer sus demandas y necesidades y llegar a un acuerdo en base a sus objetivos en términos realistas”, detalla sobre una primera fase que puede alargarse en los casos en los que todavía no consigan llevar una vida autónoma y en la que es primordial el aprendizaje del idioma en el caso de las personas que no son hispanohablantes.

Después, en la segunda fase, tienen que hacer buscar una vivienda  -los dispositivos en los que habitan durante los primeros meses han de liberarse para las personas refugiadas que siguen llegando al país- y poner a su nombre los contratos de alquiler así como los de los suministros básicos. Comienza también una búsqueda activa de empleo con el objetivo de llevar a cabo su completa integración e independencia, aunque la entidad sigue pendiente de la evolución de cada caso.

La atención a personas refugiadas en el confinamiento

Según señala la educadora, desde el inicio de la pandemia Cruz Roja está trabajando “muchísimo el tema de la salud” con todas las personas refugiadas a las que asisten, elaborando infografías en distintos idiomas y comunicándose con ellos a través de correo electrónico, llamadas o vídeollamadas. Aunque con el inicio de la pandemia se han paralizado todos los procesos de acogida, recuerda Rodríguez que una semana antes de que se decretar al estado de alarma llevaron a cabo el último traslado de una familia a la capital regional.

“Ha sido una situación compleja pero superbonita”, apunta sobre esta familia que no es de habla hispana y que desde hace unas semanas convive con otra familia hispanohablante que “se ha preocupado también por ayudarles”. “Las niñas se han escolarizado durante el estado de alarma y desde el centro educativo se están portando de una manera extraordinaria facilitando las cosas todo lo posible”, indica Rodríguez sobre el último proceso que están llevando a cabo en una situación de la que destaca “la imaginación, la creatividad y la labor de todo el voluntariado”.

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