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Malditas cantinelas

Xavier Latorre

Está bien como señuelo la coletilla del España se rompe. Con esa monserga, cargante hasta la saciedad, van a conseguir salirse con la suya y convertir nuestra sociedad en una charca maloliente de prejuicios y fomentar unas políticas de rapiña, de amiguitos del alma, con la invocación permanente al miedo del votante de a pie. Pese a todo, los valencianos deberíamos estar ya escarmentados; espero que de aquí a un mes saldremos de dudas sobre la fragilidad de nuestra memoria colectiva.

Con mis impuestos deseo seguir pagando operaciones caras a corazón abierto o los onerosos tratamientos para el cáncer que padece mi vecina. Tenemos una de las mejores sanidades del mundo y quieren liquidarla a precio de saldo y convertirla en un lujo al alcance de unos pocos. La mano derecha de Pablo Casado se llama Javier Fernández Lasquetty (¿recuerdan la Marea Blanca madrileña?), un aznarista convencido que privatizó un puñado de hospitales en la Comunidad de Madrid, siguiendo el pionero ejemplo de nuestra Comunidad y de Eduardo Zaplana, otro que tal, quién privatizó unos hospitales ahora revertidos en públicos por el gobierno del Botánic. El trío de Colón, al hablar de sanidad, solo les interesa repetir la cantinela del España se rompe.

Con mi aportación fiscal pertinente deseo contribuir a que un conseller de Compromís de mi pueblo plantee sufragar los comedores escolares de los centros públicos valencianos o que los socialistas de Puig propongan una recompensa a los estudiantes que logran aprobar el curso universitario correspondiente. Medidas educativas para combatir las fuertes desigualdades sociales que imperan. Con mi dinero quiero que un gobierno de izquierdas liberalice la autopista AP-7 y nos homologue a otros territorios donde desplazarse en coche no les sale por un ojo de la cara. Aunque cuando hablemos de educación o de infraestructuras ellos, los de las esencias patrias, nos advierten de nuevo que España está a punto de romperse.

En los próximos comicios nos jugamos una televisión pública sectaria (véase Canal 9) o unos medios dignos. Àpunt ya proporciona altas dosis de información de proximidad y fomenta un idioma que, pese a Toni Cantó, no debería avergonzar a nadie. El 28 de abril deberemos apostar por una televisión soez, o unos medios públicos de calidad. Otro ejemplo válido es la RTVE española. Ha recuperado dignidad profesional y pluralidad. Sin embargo, cuando nos dé por hablar de los medios de comunicación nos volverán a atizar con más fuerza aún si cabe con el manido eslogan del España se rompe.

Cuando gobiernen los economistas de tres al cuarto, los toreros o los nostálgicos del franquismo algunos (ellos) pagarán menos impuestos, por supuesto, pero privatizarán servicios públicos que aún ofrecen alguna tentadora rentabilidad como hicieron con la energía eólica o las ITV los Zaplana o los Pujol. Los sueldos exiguos seguirán a la baja y el ex de la Coca-Cola, desde Ciudadanos, promoverá medidas para exprimir aún más a nuestros hijos. No me gusta que una banda de trileros, con testaferros y cuentas en el extranjero, se pueda merendar la sanidad y la educación pública en una sola jornada electoral nefasta con el ardid de baratos alegatos patrióticos.

Prefiero sin duda a Ada Colau o Joan Ribó que a Rita Barberá, a Carmena que a Ana Botella. No hay color. Dirán que España se rompe, pero lo cierto es que con ellos además de romperse aún más la van a dejar hecha trizas, hecha unos zorros. Quiero que el hijo de mi amigo tenga las mismas oportunidades que cualquier otro joven de su edad, que mi vecina logré curarse del todo del cáncer que padece y que el entrañable jubilado que me regala naranjas de temporada no tenga que ingresar por obligación en una residencia de ancianos regentada por los familiares del aciago político Juan Cotino.

Por último, a Casado le diría que a mí no me importa en absoluto que el dinero de mi bolsillo se utilice para sacar al dictador Franco de la tumba de su mausoleo. Ya va siendo hora de reparar una aberración histórica.

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