Mujeres machistas
Hoy hemos conocido la llamativa noticia de que la Conselleria de Hacienda ha decidido primar a los aspirantes varones sobre las mujeres, dentro de un concurso de méritos para acceder al cuerpo de Inspectores de Tributos, como criterio para dirimir a quién se le adjudica un destino, en caso de empate.
Quizás esta resolución –que es legal–, puede resultar chirriante, pues si ya a veces surgen dudas sobre la conveniencia de determinadas discriminaciones positivas para la mujer como las cuotas paritarias “por decreto”, más chocante resulta en principio que esa diferenciación por sexo se haga para favorecer al varón en el ámbito laboral, uno de los terrenos de tradicional reivindicación igualitaria femenina.
Desde el punto de vista contrario, sin embargo, también podríamos argumentar que esta noticia demuestra que la mujer va ganando terreno en el mundo del trabajo, al menos en determinados sectores, pues el motivo alegado para favorecer a los hombres es que ese cuerpo de Inspectores está ocupado mayoritariamente por mujeres.
Está claro que la igualdad laboral que ha logrado la mujer en la administración pública no se ha hecho tan extensible al sector privado ni al acceso a puestos de responsabilidad y ejecutivos. Un caso especialmente difícil es el de la trabajadora que además es madre, pues la conciliación familiar hoy en día es un camino de espinas para todos, pero especialmente para las mujeres. Pero debemos preguntarnos si la clave de ese retraso en la conquista efectiva del derecho a la igualdad para las madres trabajadores es sólo culpa del empresario que lo dificulte, o hay que empezar a apuntar también otras responsabilidades sociales. Yo creo que esto último es absolutamente necesario, y recientemente lo estoy comprobando personalmente.
Me ha impactado en los últimos meses comprobar por experiencia propia cómo la sociedad acepta mayoritariamente o, al menos, en demasiada proporción que el cuidado de los hijos y la organización familiar y del hogar debe corresponder principalmente a la mujer; pero sobre todo me ha sorprendido y preocupado ver cómo esto es asumido por una gran parte de mujeres, para muchas como una convicción, para otras como una constatación de un hecho al que parecen resignarse. Especialmente preocupante encuentro que algunas de esas personas sean chicas muy jóvenes, pues me hace temer por el avance conquistado a lo largo de las últimas décadas.
Les explico: en los últimos meses me he trasladado lejos de mi familia por motivos laborales y desde entonces no dejo de recibir la misma pregunta de personas atónitas: “¿y quién está cuidando a los niños?”, seguida de los siguientes comentarios cuando respondo que su padre –a la sazón, mi marido–: “¿y se apaña bien?”, “¿pero sabe cocinar?”, “¿pero no lo ayuda nadie?”, “¿y él cómo se toma que te vayas?”.
Añadidas a estas insinuaciones sobre la incapacidad masculina para ser padre y responsable del hogar –que ya no sé si son machistas o feministas, porque califican al varón de inútil–, tengo que oír constantemente estas otras expresiones referidas a la parte que me toca a mí, y encima en boca femenina: “¡yo no podría dejar a mis hijos!”, “¡yo sería incapaz de hacerlo!”.
Todas ellas saben que vuelvo a casa los fines de semana y que la situación es temporal y corta, pero ni aún así me escapo de los incómodos silencios de reproche cuando tras afirmar mi interlocutora que lo debo “llevar fatal”, que debo estar “deprimida”, yo respondo que estoy en plenas condiciones psicológicas, y que aunque echo de menos a los míos, valoro por otro lado las ventajas de disponer de mi tiempo y de poder trabajar más centrada que en otras épocas. Por ejemplo, les explico que estoy más relajada que cuando mi jefe me reprochaba que me fuese del trabajo a mi hora y no me quedase más tiempo -sin cobrarlo, claro- porque yo tenía que recoger a mi hijo del colegio. Eso pasó justo antes de que ese jefe, que tenía que reducir plantilla, me despidiese, no sé si porque las otras opciones eran compañeros masculinos solteros y siempre disponibles, pues nunca puso en tela de juicio mi capacidad profesional.
Pero el comentario que más me hizo reflexionar, como les decía, fue el de una chica de 13 años, que con la franqueza que caracteriza a los adolescentes, me espetó: “¡dejar a tus hijos, eso no se hace!”. En principio me hizo gracia su espontaneidad, pero después me dio por pensar –un defecto que tengo- y por enlazar esta actitud con los estudios según los cuales crecen entre los adolescentes las actitudes sexistas e incluso la tolerancia con cuestiones de violencia machista. Todo ello a pesar de las campañas educativas sobre igualdad.
Y es que la publicidad, o la promoción de los valores de igualdad en las aulas, poco pueden hacer cuando se enfrentan a entornos familiares y sociales sexistas. ¿Se imaginan ustedes todos estos comentarios a la inversa, cuando es el hombre el que se va fuera del hogar por motivos de trabajo? No me veo yo a los camioneros de larga distancia teniendo estas conversaciones con sus compañeros cuando paran en un bar a hacer una pausa en su jornada.
La vida me ha hecho coincidir, en este destino laboral lejos de casa con una madre en mi misma situación… Bueno en la misma no, ella se va a traer consigo a sus hijos a un lugar donde está absolutamente sola porque su esposo se niega a hacerse cargo de ellos. A propósito, mi reconocimiento público a mi pareja y padre de mis hijos, que día a día demuestra que cada vez más hombres de nuestro país también avanzan junto a nosotras hacia la igualdad real, y que son capaces de compartir las responsabilidades familiares y que además le dan cada día lecciones de feminismo, sin perder su masculinidad, a muchas mujeres cortas de mente y de miras.