“Chuparla” para evitar las urnas

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El paisaje político que deja tras de sí la dimisión de Carlos Mazón es desolador. Quien mal empieza, mal acaba. Él es el claro ejemplo de un político populista, hueco por fuera y por dentro. Un tipo que llegó a la Generalitat sin esperarlo. Un graciosillo que quiso ser cantante y luego influencer; que pensaba que el título de Molt Honorable President de la Generalitat consistía en ser el invitado estrella de bodas, bautizos y comuniones. Ninguna sorpresa. Aprendió del mejor, Eduardo Zaplana.

Ya lo han escrito otros periodistas. Mazón creyó que estaba de Erasmus. Vino a disfrutar, no a trabajar. A grabarse vídeos de TikTok desde los que igual promocionaba unas papas, que bajaba a tomarse una orxata en un local próximo, que promocionaba entradas para eventos. Y ya. De fondo, nada. Ni una reflexión trascendental, ni siquiera en sus intervenciones públicas. Como aquellos primeros actos en los que acababa sus discursos ante la sociedad civil con un desconcertante: “sé que soy lo único que se interpone entre vosotros y la cerveza”.

A todo el mundo le resultaba gracioso. Tanto que enseguida los aduladores empezaron a escribir sobre él que tenía voz propia, que estaba marcando el paso a sus adversarios políticos, que ejercía un liderazgo diferente, un auténtico influencer. Un campechano que no tenía reparos en mostrar su intimidad como escaparate para ocultar que tras toda esa teatralidad solo podíamos encontrar estupidez.

Lo teorizó Carlo M. Cipolla. Las personas estúpidas son las más peligrosas cuando ocupan posiciones de poder, siguiendo las leyes esenciales que estableció el historiador italiano en Allegro ma non troppo. El estúpido no sabe que lo es y, si encima se rodea de aduladores, su peligrosidad se multiplica. Así lo hemos constatado los valencianos y valencianas en los poco más de dos años que ha durado el gobierno del PP y Vox en la Generalitat Valenciana.

Lo que empezó con el desmantelamiento de la Unidad Valenciana de Emergencias, el recorte en prevención para financiar a los toros, el retroceso en derechos LGTBI, en igualdad, en lucha contra la violencia de género, se convirtió en una pesadilla real y tangible para miles de ciudadanos el fatídico 29 de octubre de 2024. Mazón pensó que podía ausentarse porque nunca estuvo. No llegó a asumir sus responsabilidades. Un año después, no solo se marcha sin pedir perdón sino que ha urdido un ataque inmisericorde contra las familias de las 229 víctimas mortales a las que asesores, dirigentes y medios afines atacan sin piedad, tergiversando sus declaraciones y acusándolas de partidistas.

En esta batalla contra las víctimas, el PP no actúa solo. Como desde hace dos años, va de la mano de Vox. Los mismos sobre los que el president tiktoker dijo aquello de “en el peor de los casos tendríamos que chupársela” y por lo que parece ahora mismo en el PP están manos a la obra para intentar llegar a un acuerdo que evite que los valencianos y valencianas podamos votar.

La cuarta ley fundamental de Cipolla recuerda que las personas no estúpidas subestiman a las estúpidas y esto les conduce a olvidar su peligrosidad, a asociarse con ellas. La sociedad valenciana no se puede permitir cometer el mismo error, de la misma manera que no puede consentir que dos señores decidan desde Madrid el futuro de la Generalitat Valenciana. Las urnas son el único mecanismo de defensa que existe en democracia ante los estúpidos.

Alberto Núñez Feijóo lo sabe. Por eso quiere coartar el derecho de los valencianos y las valencianas a votar. A decidir sobre su futuro. Sabe que si se convocan elecciones el PP perderá y para evitar que ese momento llegue anda practicando con Santiago Abascal aquello que dijo Carlos Mazón. Pero los valencianos y las valencianas se merecen respeto. No un partido dispuesto a “chuparla” para evitar las urnas.