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Mazón, Nobel de literatura

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Si Trump cree merecer un Nobel de la paz, si Milei aspira al de economía y a un Grammy (o medio)… ¿Qué sentido tiene hurtarle a Mazón el de literatura? Total, se lo han dado a un húngaro, un tal László Krasznahorkai, que no lo conocen ni los másquesaben de Twitter. De Mazón, en cambio, nadie duda que haya escrito algunas de las páginas más floridas de la ficción universal. Recuerdo que Churchill se llevó ese mismo reconocimiento por unas memorias que, como lo que dicen del Molt Honorable, ni lo que no era mentira se lo había inventado. En ese lance, el de la ficción, Mazón le mea en la cara.

La realidad en forma de nuevos documentos o vídeos hace que su defensa haya pasado de numantina a delirante. Acorralado, apenas le quedan ya sus palmeros. Y cada vez son menos. A medida que Nuria Ruiz Tobarra (a.k.a. la jueza de Catarroja) les va segando la hierba bajo sus pies, aumenta el nerviosismo. Son ratas, pero no son tontos. El otro día, su sidekick Susana Camarero hizo públicos los trayectos de su coche oficial el día de la dana, y eso que, mientras los dependientes se ahogaban por docenas, ella se iba a una entrega de premios. En cambio, el President sigue sin retractarse y está a dos mentiras de intentar convencernos de que fue dando un paseo al Cecopi y por eso no hay registros. Lo malo no es que llegará el día en que lo diga, sino que se lo creerá y eso es, literariamente, maravilloso: es ese momento mágico en el que el autor es sorprendido por su propia obra. Es, además, un lugar al que no están invitados todos los que cultivan la ficción, solo a los que obran el milagro de que el texto cobra vida propia y decida emprender su suerte en solitario. A Ana Rosa le pasó, pero por otros motivos.

Pero Mazón no solo se sorprende de su obra. Cegado por un exceso de yoísmo (o de Trankimazin), incapaz de ver lo mala que es, se ha convertido también en su propio personaje, uno de esos —en la línea de Ignatius J. Reilly, Harry Flashman o el soldado Švejk—, en los que es imposible saber de qué lado de la tenue línea que separa lo ridículo de lo sublime ha caído.

Es la línea que separa también la entrevista de la nota de prensa y, casi, del masaje. Con esa mentalidad se enfrentó a la entrevista que concedió el jueves a À Punt Consciente de que nadie de la casa le iba repreguntar, nadie que no quiera acabar haciendo pasillos en Burjassot, llegó a decir sin despeinarse  que “tomar decisiones no es labor de un político”. Una frase que pide mármol y que refleja hasta qué punto el único recurso que le queda es esconderse tras el surrealismo. Mal va. André Bretón, el fundador del movimiento, nunca pasó por Estocolmo. Debería saberlo.

Como parece que no había ningún periodista disponible, À Punt envió a Vanessa Sanchis que, en su labor decorativa, escuchaba los monólogos que Mazón fingía improvisar, como si preguntas y respuestas no hubieran sido escritas de antemano. Sanchis siempre podrá alegar que le tocó hacerlo, y que las instrucciones que recibió fueron claras, pero también le podremos recordar que dos compañeras suyas han dejado la televisión autonómica —que no paga mal en un momento en que encontrar trabajo de periodista no es fácil— para no ser cómplices del circo en el que se ha convertido la televisión autonómica. Algunos prefieren luchar por la dignidad del medio, y otros, confían en sacar tajada arrastrándose laboralmente. Hasta en esto, À Punt se parece a su predecesora.

Hubiera molado que las entrevista que ha concedido Mazón esta semana a la prensa del régimen hubieran sido en El Ventorro —mala idea si se quieren evitar dimes y diretes—, pero el Palau de la Generalitat tampoco es mal escenario. En todo caso, tanta mentira y tan mala, despertó más indignación que interés: en total, 21.000 espectadores (periodistas que no tenían más remedio y el resto, gente de su parroquia y masoquistas). Hay podcast sobre pesca con más descargas.

Y en el Palau de la Generalitat recibió también a Eduardo Inda. Ante el periodista madrileño, a Mazón le faltó decir que nos fumigan, que la tierra es plana, que las élites quieren hacer un gran reseteo y preguntar cuánto se debe, porque el cloaquero mayor del reino te entrevista, sí, pero también te cobra. Y no es barato. La tercera entrevista fue en Las Provincias. Ahí patinó. Más de una de sus respuestas se las van a restregar por la cara cuando llegue el juicio. Y el juicio llegará. Al tiempo.

En definitiva, una semana de mentiras en la que las lluvias —qué paradoja— le salvaron de una procesión del 9 d’Octubre en la que hubiera podido comprobar el aprecio que el pueblo siente por él. El 71% (al menos, según la encuesta de El País) querían invitarle a dimitir: le preguntas a un aficionado al Valencia si prefiere a Lim o a Mazón y se lo piensa. Las cosas están ya en un plan que solo se consuelan los pesimistas: todo puede ir a peor. Como la izquierda no despierte —no en diez años, sino ya— el próximo presidente de la Comunitat será Camps. No solo me lo temo sino que hasta me lo apuesto.