Tiempo para el milagro
“A la flama de les sensacions
s’uní la flama de la interl·ligència,
i a aquesta parella,
tremoloses gotes,
avançada de l'alegria
i de la tristesa expressiva.
El primer plor va arribar de sobte
a la gola de un nounat.“
Lluís Alpera - Gènesi del plor. València,1968
Los valencianos se miran en el espejo andaluz tras la confirmación electoral hegemónica del PP. Aderezado con el drama de la caída de la ex vicepresidenta del Consell de Ximo Puig, Mónica Oltra. En virtud del Pacte del Botànic (I y II) desde 2015 –derrota y revolcón del Partido Popular de Alberto Fabra y Rita Barberá–la Comunidad Valenciana está gobernada por una coalición conformada por el PSOE de Ximo Puig, Compromís de Joan Baldoví y U. Podemos, en convulsión dirigente. La situación y la estrategia política valenciana no se parece en nada a la preexistente en el vasto territorio autonómico andaluz. Entre otras distancias cabe señalar que J. M. Moreno Bonilla era y es su presidente, antes y después del 19 de junio, fecha de su revalidación electoral. La diferencia se corrobora en el arrumbamiento de Ciudadanos. Partido soufflé que ha sido expulsado del arco parlamentario andaluz, del mismo modo que ocurrirá en las próximas Cortes Valencianas. Los votos de Ciudadanos van preferentemente al Partido Popular. Así ha ocurrido en Galicia, Madrid, Castilla y León y ahora en Andalucía. Un motivo más de preocupación para Ximo Puig y para el resto de mandatarios del Pacte del Botànic y del Rialto– antes La Nau– en el Ayuntamiento de València. El estado de inconsciencia e inconsistencia que exhiben los políticos valencianos en ejercicio del mando, no concuerda con la gravedad del momento y el cúmulo circunstancias que coinciden en este final de legislatura.
Resección quirúrgica
El caso Mónica Oltra no es el único ni debería ser relevante después de someterlo a cirugía radical. Corren varias hipótesis: que la carencia de objetividad judicial española haya llevado a poner en entredicho la honorabilidad de Mónica Oltra. Que la inquina demostrada y ejercida por la caverna contra los partidos de izquierda –más allá del PSOE– libre su última batalla para procesar a una líder, cuyos indicios de culpabilidad hay que probar. Que el partido socialista, socio de coalición durante siete años, vea ahora la oportunidad de acabar con el liderazgo de Mónica Oltra y además con la moral y la credibilidad de su socio en la entente, Compromís. Podría ser que en este asunto de turbias connotaciones y extrañas coincidencias –¿qué hacen siniestros activistas integristas y de extrema derecha involucrados en las actuaciones judiciales? - hubiese más interés en el despeñamiento político que en la aclaración del delito. ¿Habría sido más oportuno para la persona investigada y para Compromís que Mónica Oltra se hubiera apartado antes para evitar el escándalo? De momento sufrirán la dimitida Oltra y su coalición Compromís, la presidencia de Ximo Puig y PSOE, coaligados, U.Podemos –tercera pata del Consell–. Una parte del electorado del País Valenciano ve peligrar sus expectativas progresistas. Fue sintomática la crucifixión categórica de Mónica Oltra, al saltar el tema. No faltará quien ponga nombre al verdugo.
La comunidad no sirve
La sociedad valenciana está perpleja. Es incierto, como afirmaba recientemente el sindicalista Joan Sifre, que no importa debatir sobre si conviene Comunidad Valenciana o País Valenciano. La voluntad de comer es importante y conseguir comer, más. Llevamos cuarenta años de Comunidad Valenciana, con lo que esta denominación comporta, y el País Valenciano renquea en lo que es y en lo que debería ser. ¿Casi medio siglo de posibilismo acomodaticio y uniformista no es suficiente para saber que no funciona? ¿Los valencianos no tienen derecho a distinguirse de Madrid, comunidad autónoma con la que nos hermana el hecho artificial de que capital, provincia y autonomía obedecen a una misma advocación: València y Madrid? Es falso que la Comunidad Valenciana es modelo y paradigma de gestión. Resumamos: la sanidad pública se deteriora a la carrera desde principios de siglo XXI, la educación padece escasez de recursos, la financiación justa de los valencianos sigue siendo una utopía, la conselleria de Economía es una caricatura de lo que fue entre claudicaciones y fracasos, las Universidades públicas parecen sobrevivir sólo para asegurar sueldos y prebendas, nadie se emplea a fondo para reinventar y fortalecer el tejido industrial, es patente el vacío cultural, la productividad y la competitividad están lejos de la media europea, la agricultura tradicional y la innovadora carecen de pautas y planes de futuro, el comercio exterior funciona sin puntos de apoyo ni coordinación en red, las Cámaras de Comercio son el cortijo de los grupos de presión económica al margen de los intereses generales de la economía y de los ciudadanos, las Ferias valencianas –hay que reconocerlo– no volverán a ser lo que fueron por dejación política y gestión negligente de quienes se dicen defensores de lo público y no saben lo que es una empresa privada ni sus necesidades. La Comunidad Valenciana que no ha sabido serlo, debe dejar paso al País Valenciano para que, al menos, lo intente. El pueblo valenciano no está dispuesto a reincidir en la especulación inmobiliaria, la colonización empresarial exterior y del efímero turismo de sol y playa.
Sin ideas
Hay indicios suficientes, basados en las escaramuzas, para saber que las próximas batallas de la guerra por el poder en el País Valenciano en 2023, tendrán como motor de confrontación nada original, el anticatalanismo. Enardecido en las filas del PP, Vox y los restos de Ciudadanos. Argumento fuerza esgrimido por el alicantinista Carlos Mazón –que llama “Consel” (sic) al órgano de gobierno de la Generalitat Valenciana que aspira a presidir, desde su declarada ideología provinciana–. Recientemente, a iniciativa de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, L’Institut d’Estudis Catalans y de l’Universitat de les Illes Balears se han emprendido actividades conjuntas, como las que refrendan los departamentos de Cultura de la Generalitat de Catalunya, para fomentar estrenos y giras del languideciente teatro en la lengua lengua compartida en los tres territorios. Con el fin de lograr economías de escala. Para que el arte dramático autóctono tenga posibilidad de subsistir y de llegar a su público. El hecho de que las operaciones políticas de los grandes partidos se ciñan a la problemática trasnochada del catalanismo supuesto de unos y frente a la fobia anticatalanista de quienes carecen de argumentos de mayor enjundia, refleja la miopía de quien diseña los grandes ejes de las campañas electorales y su pobreza de ideas.
Rama caída
Todo esto viene de errores de inicio. La caverna valenciana -de componentes empresariales, confesionales, filofranquistas, de la derecha contumaz, de quienes piensan que el poder es suyo en propiedad, antidemócratas, clasistas y de ideología intolerante– ya vaticinó en otoño de 2015 que el Consell del Botànic no llegaría a fin de año. Estamos en 2022. La visión táctica y estratégica no es su fuerte. El PSOE escogió gobernar con Compromís –lo malo conocido– desde la animadversión a la competencia. Matrimonio de conveniencia después de la zancadilla del adelanto electoral de 2019. Compromís, cuyo núcleo duro era el Bloc, ignoró sus orígenes y su verdadera razón de ser. Se encandiló con el asalto a los cielos de Pablo Iglesias y los suyos. Podemos, carente de referencias autóctonas, se limitó a recibir instrucciones de Pablo Iglesias, caído Antonio Montiel. Salió por los aires el otro vicepresidente, Rubén Martínez Dalmau y ahora la vicepresidenta, Mónica Oltra.
Milagro
No todo ha sido una balsa de aceite en la “fórmula magistral valenciana” de gobierno coaligado por la izquierda. Compromís antepuso el perfil bajo de sus consejeros para sacrificar eficacia y visibilidad. El Bloc fue descabezado ante el regocijo de los beneficiados. Así carece de relevos reconocibles. Los hay. El temor a los segundos escalones eficientes condena a la formación política. El PSOE postergó la sapiencia y el conocimiento del exconsejero de Hacienda, Vicent Soler, hasta que saltó por la borda, harto de tanto tragar. Podemos vive en la irrelevancia y la inestabilidad permanentes. De aquí a las elecciones previsibles de 2023 tendría que producirse el milagro de la reedición de un Botànic III o similar. No parece fácil ni previsible. ¿Y si unieran fuerzas, pensaran en el futuro del País Valenciano, en sus habitantes y en enmendar los errores del pasado? ¿Y si volvieran a empezar?
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