O pactos o nada

Hubo un tiempo en España, hasta hace no mucho, en que el bipartidismo gobernó en la llamada lógica del turnismo. Incluso cuando PP o PSOE no lograban una mayoría absoluta, el apoyo puntual de las minorías nacionalistas les permitía operar bajo esta misma lógica. Hoy, sin embargo, este modelo ha quebrado, abriendo así el espectro de posibles pactos postelectorales y, consecuentemente, haciendo éstos mucho más imprevisibles.

Esta nueva circunstancia añade más variables a la ecuación electoral que todo ciudadano debe resolver, ante el reto de depositar su papeleta en una urna. No quiero decir con ello que antes no hubiera acuerdos, sino que la posibilidad de los mismos no era determinante para decidir el sentido del voto. De hecho, si los electores que votaron al PP en 1996 hubieran sospechado que Aznar hablaba catalán en la intimidad (es decir, que iba a pactar con la antigua CiU a cambio de cesiones competenciales a la Generalitat), quizá se hubieran replanteado su elección.

Hoy en día, esta realidad, la de los pactos de gobierno, está ya en la mente de todos. Desde luego, sí en algo coinciden todos los analistas políticos es que a) el panorama actual está más abierto que nunca, y b) ningún partido logrará una mayoría absoluta. Esto redefine por completo la vieja idea del “voto útil” que tanto ha circulado en nuestro país desde hace tiempo, en la medida en que su utilidad ya no se mide tanto por el partido al que sirve, sino por las alianzas postelectorales que prefigura. En este sentido, a la hora de enfrentar el desafío de las urnas, la ciudadanía tiene ante sí la facultad de fijar la correlación de fuerzas parlamentarias que condicionarán definitivamente esas alianzas.

Qué alianzas son hoy verosímiles, a la luz de lo vivido en la política española de los últimos años? Por un lado, la experiencia reciente en Andalucía ha fijado ya un peligroso precedente, ya que las tres derechas han puesto en marcha un gobierno descaradamente reaccionario, machista y amigo de los recortes. Es decir, el campo de encuentro no ha sido el del centro-derecha, sino que PP y Cs se han escorado bien a la derecha, naturalizando de paso la presencia de un partido abiertamente ultra como es Vox. Por otro lado, no es descartable un pacto PSOE-Ciudadanos. No solo porque ya lo hicieron en Andalucía en el 2015, o los mismos Sánchez y Rivera en Madrid, en 2016. Tampoco podemos descartarlo, dado el ejercicio de funambulismo practicado por Sánchez para contestar a una sencilla pregunta, de “sí o ”no“. ”No está en mis planes...cordón sanitario...“. En fin, que no lo descarta. Sí parece descartarlo, no obstante, Rivera. Aunque basta con tirar de hemeroteca para otorgarle la fiabilidad que se merece. Es decir, ninguna. Por tanto, a nadie debería sorprender este escenario, más aún cuando imaginamos las llamadas a capítulo que recibirán ambos líderes, la misma noche del 28, si el resultado electoral así lo permitiera.

Finalmente, hay una tercera alternativa. La de un gobierno progresista, que sepa no solo asumir la diversidad de sensibilidades que existen en España, sino también capaz de afrontar con espíritu constructivo los enormes desafíos estructurales que tenemos por delante, como país de países. Unos desafíos que ni mucho menos se agotan en la cuestión territorial. La revolución feminista y la transición ecológica están llamadas a inaugurar un cambio de época, y la Comunitat Valenciana será una de las principales interpeladas. Con razón decimos que la precarización del mercado laboral valenciano tiene rostro de mujer, y que la transformación ecológica en marcha tendrá a nuestra  tierra -especialmente, a las comarcas alicantinas- como a uno de sus principales protagonistas, para bien o para mal. Hagamos que sea para bien; hagamos de todo ello una oportunidad, también para Alicante. Apostemos entonces por esta alternativa de gobierno, y no perdamos el tren de la Historia.

Txema Guijarro García es cabeza de lista al Congreso por Alicante de Unidas Podemos