Vivimos en una paradoja. Por un lado, el mundo está hiperconectado, y las pantallas nos mantienen en contacto constante con otras personas. Por otro, cada vez hay más personas solas, especialmente las personas mayores y vulnerables.
La soledad no deseada ha aparecido en los últimos años como una gran amenaza para el bienestar público. No es solo una sensación pasajera de tristeza, sino un estado doloroso con consecuencias físicas tangibles que, según algunos estudios, puede acortar la esperanza de vida tanto como fumar 15 cigarrillos al día. La soledad está vinculada a más de 871.000 muertes anuales en el mundo, lo que equivale a cien fallecimientos cada hora.
Aunque la soledad es una epidemia en la mayoría de los países más desarrollados, en España tiene unas características propias. Según el informe SoledadES, Afecta a una de cada cinco personas, a un tercio de los jóvenes y es especialmente preocupante entre las personas mayores, con pocos recursos y desempleadas, lo que hace cada vez más importante combatirla.
La crisis mundial de soledad
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dado ya la voz de alarma. Su Comisión sobre Conexión Social fue creada específicamente para combatir el fenómeno de la soledad, y sus hallazgos son difíciles de pasar por alto. Según el informe, la soledad es un fenómeno que afecta a todas las edades, pero se ceba con los más vulnerables: los jóvenes y quienes viven en países de ingresos bajos y medios. Entre el 17% y el 21% de las personas de 13 a 29 años declaran sentirse solas, con las tasas más altas en la adolescencia. En estas edades es también cuando las interacciones digitales a menudo sustituyen los vínculos personales profundos.
El informe de la comisión de la OMS también ayuda a definir la soledad. Este organismo define la conexión social como la forma en que las personas se relacionan e interactúan, mientras que la soledad es el sentimiento doloroso que surge de la brecha entre las conexiones sociales deseadas y las reales.
“La soledad no es solo ‘estar triste’, sino un factor que empeora la salud mental y física”, afirma Carolina Chabrera, doctora en enfermería, profesora de la Universidad Pompeu Fabra y coautora de una amplia revisión de estudios sobre los efectos de la soledad en las personas mayores. “En las personas mayores que viven en la comunidad, la soledad y el aislamiento social se asocian sobre todo con problemas de salud mental como la depresión y síntomas depresivos, la ansiedad, trastornos del sueño, deterioro cognitivo y mayor riesgo de demencia y la ideación suicida, especialmente cuando la soledad es crónica y vivida como una ‘carga’ para los demás”, resume la doctora Chabrera.
En las personas mayores que viven en la comunidad, la soledad y el aislamiento social se asocian sobre todo con problemas de salud mental como la depresión y síntomas depresivos, la ansiedad, trastornos del sueño, deterioro cognitivo y mayor riesgo de demencia e ideación suicida
El Barómetro de la Soledad no Deseada en España 2024, publicado por Fundación ONCE y la Fundación AXA, revela que una de cada cinco personas sufre este problema en nuestro país. Sin embargo, la soledad no se distribuye de manera uniforme. Según el informe, sigue un patrón en forma de “U”: es más alta entre los jóvenes, decrece en la edad adulta y vuelve a repuntar con fuerza en la vejez.
Este aumento de la soledad en la vejez está vinculado a pérdidas familiares, limitaciones físicas que dificultan la movilidad y una enorme dificultad para crear nuevos vínculos una vez los círculos sociales empiezan a encogerse. El sentimiento de soledad también es mayor entre las mujeres, ya que la mayor esperanza de vida entre las mujeres hace que también sufran mayor viudedad: representan el 82% de las personas viudas de más de 70 años.
Los efectos de la soledad en la salud
El cerebro humano procesa el dolor psíquico y el dolor físico activando las mismas áreas, especialmente el dolor emocional de la separación o la pérdida social. Para nuestros ancestros, separarse del grupo suponía la muerte, ya que no podían sobrevivir por sí solos, así que lógicamente evolucionamos con mecanismos que nos alertan de este peligro. El dolor emocional persistente pone al cuerpo en un estado de hiperalerta, liberando hormonas del estrés como el cortisol que, con el tiempo, conducen a una inflamación crónica y a un sistema inmunitario debilitado.
Hay evidencia científica que relaciona la soledad con un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, diabetes y demencia. Específicamente, la soledad aumenta el riesgo de demencia en un 60%, y el de sufrir enfermedades o accidentes cardiovasculares alrededor de un 30%.
En cuanto a la salud mental, las personas que se sienten solas tienen el doble de probabilidades de sufrir depresión. Además, la soledad está fuertemente relacionada con un aumento de la ansiedad, los pensamientos suicidas e, incluso, puede exacerbar los síntomas psicóticos como las alucinaciones y los pensamientos paranoicos. Es un círculo vicioso: la mala salud mental lleva al aislamiento, y este aislamiento hace más profundos los problemas de salud mental.
La soledad acorta la vida, la compañía la alarga
La consecuencia última de este deterioro en la salud es una reducción drástica de la esperanza de vida. Una revisión reciente publicada en la revista Nature que analizó más de 90 estudios y 2,2 millones de personas en todo el mundo, encontró que quienes reportaban aislamiento social o soledad tenían casi un 30% más probabilidades de morir prematuramente por cualquier causa, y aumentaba el riesgo de muerte por cáncer y enfermedades cardiovasculares.
Para Carolina Chabrera, “la relación entre salud y soledad es bidireccional: cuando la salud de una persona se deteriora, aumenta mucho el riesgo de quedarse sola, por pérdida de movilidad, cansancio, hospitalizaciones o dependencia, y al mismo tiempo la soledad y el aislamiento aumentan el riesgo de enfermar y de morir antes. No son procesos idénticos, pero sí se refuerzan mutuamente”.
La relación entre salud y soledad es bidireccional: cuando la salud de una persona se deteriora, aumenta mucho el riesgo de quedarse sola, por pérdida de movilidad, cansancio, hospitalizaciones o dependencia, y al mismo tiempo la soledad y el aislamiento aumentan el riesgo de enfermar y de morir antes
¿Cómo podemos proteger a nuestras personas mayores de la soledad? La OMS propone la combinación de la acción colectiva con los gestos individuales, que abarcan desde la sensibilización y el cambio en las políticas nacionales hasta el fortalecimiento de las infraestructuras como parques, bibliotecas o cafés, así como aumentar el acceso y la prestación de intervenciones psicológicas.
La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de sentirnos solos, y sabemos lo mucho que pueden ayudar gestos sencillos y cotidianos, como hablar con un amigo, dejar de lado el teléfono móvil y poner los cinco sentidos en la conversación con otra persona. Saludar a un vecino, unirse a un club o una actividad, o participar en actividades de voluntariado. En los casos más graves, las personas solas necesitan ayuda, tanto de sus familias como de las instituciones y otros organismos, sobre todo cuando las familias faltan o fallan.
“Tener vínculos sociales fuertes se asocia a una probabilidad de supervivencia claramente mayor”, afirma Chabrera. “Eso no significa que podamos afirmar que tener pareja aumenta la esperanza de vida, porque depende de múltiples factores. Lo que sí sabemos con bastante certeza es que mantenerse conectado, tener pareja, amistades, participar en actividades, pertenecer a una comunidad, actúa como un factor protector muy importante”, añade.
Darío Pescador es editor y director de la Revista Quo y autor del libro Tu mejor yo.
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