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La esterilidad del fuera de juego

El escaño del presidente del PP, Pablo Casado, durante una sesión de control al Gobierno, en Madrid (España), a 16 de diciembre de 2020.

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La cláusula rebus sic stantibus opera también en el mundo de la Política. No exactamente igual que lo hace en el mundo del Derecho, pero también opera. De la misma manera que las estipulaciones contractuales pueden verse afectadas por el cambio en las circunstancias en las que fueron pactadas, también la posición política que cada partido tiene al comienzo de una legislatura como consecuencia del apoyo electoral que ha recibido, puede verse afectada por los cambios que se producen a medida que la legislatura avanza. 

En realidad, la cláusula opera con mucha menos seguridad en el mundo de la Política que en el mundo del Derecho, pero con mucha más intensidad. En el mundo del Derecho hace acto de presencia ocasionalmente, muy ocasionalmente. En el mundo de la Política está presente de manera casi permanente. El capital que cada partido recibe en la forma de porcentaje de voto ciudadano en la jornada electoral, está sometido a una fluctuación permanente desde el día siguiente, en parte como consecuencia de la forma en que cada partido lo invierte y en parte como consecuencia de cómo invierten los demás el suyo. Y en parte por lo que ocurre fuera de la competición política propiamente dicha. 

La irrupción de la Covid-19, por poner un ejemplo, está teniendo un papel importante en las relaciones jurídicas, que no pueden no verse afectadas por el cambio que el virus ha supuesto a escala mundial. La Covid-19 está activando jurídicamente la cláusula rebus sic stantibus como posiblemente no se ha producido nunca antes. Pero con no menos intensidad lo está haciendo en el mundo de la Política. Que se lo pregunten, si no, a Donald Trump, al que su reacción ante el “virus chino”, como a él le gustaba llamarlo, le ha costado nada menos que la Presidencia de los Estados Unidos. 

La Política es la síntesis de todas las contradicciones que se producen en una sociedad. Síntesis que se ve necesariamente afectada por las síntesis en todas las demás sociedades con las que está interconectada. Cuando las contradicciones se acentúan y cuando la conexión de las contradicciones propias con las de las demás sociedades, especialmente con las de aquellas con las que tenemos una relación más intensa, experimenta un cambio intenso, cada partido en cada sistema político tiene que ajustar su posición, si no quiere quedarse en “fuera de juego”, que, como todo buen aficionado al fútbol sabe, es la posición estéril por antonomasia.   

Después de algo más de 30 años en que la sociedad española vino haciendo una síntesis política de sí misma dentro de un “molde bipartidista” bastante previsible, se inició un cambio significativo a partir de las elecciones al Parlamento Europeo en mayo de 2014, cambio que no ha hecho más que acelerarse. El torbellino en que se ha convertido el sistema político español desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015 no ha hecho más que ir ganando en intensidad. En dos ocasiones se han tenido que repetir las elecciones generales ante la imposibilidad de investir a ningún candidato como presidente del Gobierno. Se han aprobado dos Presupuestos Generales del Estado en cinco años. Se ha aprobado por primera vez una moción de censura. Se ha recurrido por primera vez al artículo 155 de la Constitución, acompañado de juicios de los miembros del Govern y de la Mesa del Parlament por el Tribunal Supremo. Se ha formado por primera vez un Gobierno de coalición. Se ha hecho uso por primera vez del estado de alarma con prórrogas sucesivas. La dimensión “europea” de la política interna de cada uno de los países miembros de la Unión Europea ha adquirido una visibilidad extraordinaria. La enumeración no es exhaustiva, sino simplemente ejemplificativa. 

Ante un cambio tan acelerado de las circunstancias en las que los partidos tenían que moverse, prácticamente todos lo han hecho, menos el PP.  No todos han acertado por igual al moverse, pero todos se han movido. El PP es el que parece mantenerse en la misma posición política que definió José María Aznar en los años 90 y que es la que ha orientado su trayectoria desde entonces.

Cuando esa trayectoria quedó desarbolada tras el éxito de la moción de censura en 2018, el PP no ha sido capaz de reaccionar. Sigue instalado en la posición de que fue desalojado del Gobierno de una manera “ilegítima” en 2018 y de ahí no se mueve. Pedro Sánchez llegó al poder ilegítimamente y se ha mantenido desde entonces en el Gobierno de manera no menos ilegítima. 

En torno a esa “ilegitimidad” ha girado su trayectoria. No a todo y en todo momento. Tanto si se trata de la prórroga del estado de alarma como de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, de la ley de eutanasia como la renovación del Consejo General del Poder Judicial. No al Decreto sobre los fondos europeos para hacer frente a las consecuencias de la Covid-19. La enumeración vuelve a ser ejemplificativa. 

Con esa posición está consiguiendo todo lo contrario de lo que persigue. Le ha dado entrada en el sistema político a Vox, que se está convirtiendo en un competidor cada día más serio para él. Ha conseguido levantar el cordón sanitario que impedía que Bildu pudiera participar como un partido político más en la vida política. Ciudadanos fue importante en la tercera prórroga del estado de alarma. ERC, juntamente con otros varios, lo fueron en los Presupuestos. Y hasta Vox ha sido decisivo en la aprobación del Decreto-ley sobre los fondos europeos. 

El único partido que no ha aportado nada más que negatividad, que ha estado permanentemente en fuera de juego, y que ha sido, por tanto, completamente estéril a lo largo de toda la legislatura, ha sido el PP. 

Veremos qué pasa tras las elecciones catalanas.

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