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No ha sido una sorpresa, pero estamos en terreno desconocido

El presidente estadounidense, Joe Biden, camina fuera del ala oeste para salir del jardín sur de la Casa Blanca.
21 de julio de 2024 22:59 h

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Es cierto que la retirada de Joe Biden de la carrera a la presidencia no ha sido una sorpresa, sino todo lo contrario. Además de la circunstancia objetiva de que la percepción de su edad era un obstáculo para poder competir con posibilidades de éxito el próximo noviembre, que estaba muy extendida entre la opinión pública, incluso entre los propios votantes demócratas, las voces de las personalidades más influyentes a favor de dicha retirada se habían venido sucediendo de manera ininterrumpida en estas últimas semanas. La opinión de que con Joe Biden como candidato no se podían ganar las elecciones se había convertido en una auténtica convicción en el seno del universo demócrata, que va mucho más allá de la estructura del partido. La candidatura de Joe Biden expresaba resignación ante la derrota frente a la esperanza que no puede no transmitirse como premisa para poder competir con posibilidades de éxito. La decisión no podía ser nada más que la que ha sido.

Es importante de todas maneras que se haya producido y que haya sido el propio Presidente Biden el que la ha transmitido en una carta dirigida al pueblo americano, que vendrá seguida en breve por una intervención televisada desde la Casa Blanca. Sobre Joe Biden se ha ejercido una fuerte presión, pero la retirada no ha sido una decisión del Partido, sino del propio Presidente. O mejor dicho, del Presidente tras haber oído al Partido. 

Con ello se ha puesto de manifiesto que el Partido Demócrata sigue siendo un partido. El Presidente, que había ganado, además, las primarias de manera abrumadora, es la figura más importante con diferencia del partido, pero no es el partido. Cuando se llega a una encrucijada como la que supone la opción por una candidatura para la presidencia de los Estados Unidos, no es la decisión de una sola persona la que cuenta, sino que hay otras voces con autoridad suficiente como para que la decisión se adopte colegiadamente. 

Eso ya no es así en el Partido Republicano, que ha acabado siendo fagocitado por Donald Trump y ha dejado de tener la consistencia que necesita un partido para poder ser considerado un partido de Gobierno. Pase lo que pase en noviembre, el Partido Demócrata va a continuar siendo como partido un punto de referencia básico del sistema político estadounidense. No se puede decir lo mismo del Partido Republicano, tanto si Donald Trump es elegido presidente como si no. 

Qué influencia puede tener esta circunstancia en el voto del cuerpo electoral en noviembre, no lo sabemos ahora mismo y no sé si en los estudios de opinión que se harán a partir de esta misma noche se dará alguna pista. Pero, objetivamente, la apropiación por Donald Trump del Partido Republicano ha desequilibrado el sistema político, que ahora mismo no descansa en dos partidos. Los ciudadanos van a tener que optar entre el o la candidata de un Partido y un personaje que se presenta por un Partido Republicano que ha dejado de serlo. La opción de noviembre no es entre dos partidos, sino entre una suerte de Führer y un partido que acaba de demostrar que continúa existiendo como tal. 

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