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La opción de la democracia ‘atenuada’
Gabriel Magalhães publicaba este lunes un artículo en La Vanguardia con el título “La extrema derecha puede adueñarse de Portugal”, en el que sostiene la tesis de que la opción por una democracia “mitigada” o “atenuada” no es en absoluto descartable, si la derecha no es capaz de enfrentarse “por convicción” a la extrema derecha de forma similar a como lo hizo el Partido Socialista al Partido Comunista en el momento de inicial puesta en marcha de la democracia.
La amenaza que supone la extrema derecha, argumenta Magalhães, es muy superior a la que supuso el Partido Comunista, que era cuña de otra madera en la tradición política lusa. No tenía un pasado con el que conectar. La extrema derecha, por el contrario, tiene un pasado autoritario en el que reconocerse y en el que expresamente se reconoce en este momento, en la medida en que propone como programa de futuro dejar en herencia un Portugal similar al que recibieron de sus antecesores. André Ventura se homologa en esta reivindicación implícita de Salazar con Abascal, que también ha reivindicado, aunque de manera expresa, el Gobierno de Franco como superior al de Pedro Sánchez.
Portugal y España fueron los dos últimos países de Europa Occidental que se constituyeron democráticamente. No participaron del proceso histórico en el que se constituyó propiamente la democracia en la parte occidental del continente europeo, que fueron los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En los años en los que se está asentando la democracia en los demás países europeos occidentales, con la excepción de Grecia, Portugal y España mantienen sistemas dictatoriales. Mucho más brutal en el caso español que en el portugués y con una “ruptura” con el mismo en el segundo, mientras que con una “transición a la Monarquía” en el primero.
La incorporación a las Comunidades Europeas en 1986 y la participación activa en la construcción de la Unión Europea a partir del Tratado de Maastricht ha posibilitado una experiencia democrática prolongada. Pero no ha hecho desaparecer de manera radical la tradición autoritaria antidemocrática de los decenios anteriores. En España, mucho menos que en Portugal.
De ahí que el riesgo de devaluación del sistema democrático sea superior en la Península Ibérica que en los demás países europeos occidentales. De la misma manera que lo está siendo en Grecia, que es el otro país de Europa Occidental que también se constituyó democráticamente en los años setenta del siglo pasado, y en algunos países de Europa Oriental, que lo hicieron todavía más tarde.
A pesar de que la experiencia democrática haya sido muy diversa en los países que constituyen la Unión Europea, ha sido la impronta de los países signatarios del Tratado de Roma en 1956 la dominante hasta el momento en el conjunto de la Unión. La Unión Europea ha sido el club de democracias constitucionales más exigente que se ha conocido nunca. Pero incluso en dicho club se está empezando a hacer visible una cierta recesión democrática.
La opción entre una democracia a secas y una democracia “mitigada”, “atenuada”, “devaluada” o “iliberal” es lo que va a estar en juego en las elecciones europeas del 9 de junio. Hasta la fecha la Unión Europea ha sido una garantía de la democracia a secas en todos los países constitutivos de la misma. ¿Lo continuará siendo?
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