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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

A Oriol, el ingenioso hidalgo

Junqueras alega ante el Supremo que su causa será "un juicio a la democracia"

Manuel Vial Dumas

En un lugar de Estremera, cuyo nombre prefiero no recordar, no ha mucho tiempo vive un hidalgo de los de lanza en astillero. Hombre de ancho pecho y buenas maneras, Oriol por nombre lleva y de familia, Junqueras. Como sabedor de la tradición conoce que el destino del hidalgo es la derrota; lo contrario es cosa de otras gentes, de los importantes, de los ricos, del gentleman que explota. El burgués sabe triunfar y de éxito coronarse, siempre limpio el traje, sin marca de espada las manos, de elogios busca hartarse. Oriol, en cambio, vive en la inopia, del amor un olvidado, tenido por loco y rodeado en su celda por fantasmas, que no es poco. Cierra los ojos el hidalgo noble de Barcino, su mirada recorre el mundo y triste piensa que su destino habría de ser otro.

Porque Oriol ha equivocado la tierra. Nació donde la hidalguía, el heroísmo y el martirio hoy se olvidan; mientras la astucia, la estrategia, la pulcritud, por útiles, en mejor altar anidan. Oriol tiene su espejo inverso, y es ese reflejo y no él quien dirige los destinos de la tierra, el que es admirado, obedecido y ensalzado. Oriol, con injusta suerte, yace encerrado. Mientras en tierra extranjera su alter ego es llamado President y coronado con guirnaldas y hasta virreyes tiene; Oriol respira el olor del olvido que hasta Castilla viene. No es raro que así sea, tal vez ni él consciente fuera, pero Oriol es de hechura demasiado castiza para ser amado o tenido por profeta en su tierra austera. De Castilla podrá decirse todo, de lo bueno y de lo malo, pero es cierto que, por querer lo viejo, a hidalgos y también truhanes ha admirado; es tierra de cantos caballerescos, de esos oxidados, pues mientras en las tierras de Oriol triunfaba el mercader arrollador, los castellanos seguían pensando en gestas de añejo esplendor.

Hoy Oriol, que lleva una en el cuerpo, que es un héroe sin ninguna condición, ha, sin embargo, errado el pueblo para el que pide liberación. Porque si Oriol en vez de cargar señera tuviera por blasón un castillo y un león, seguro que hasta Estremera irían muchos en procesión. ¡Cómo envidia la tierra sin mar la suerte de la Cataluña perseverante que a Junqueras parió y su talante! Castilla en cambio enrojece de pudor porque su hidalgo, nacido en el dolor, cae en traición mudando villa por mansión. Empero, en la tierra del norte, donde la torpe hidalguía ha tiempo no causa fervor ni compasión, Oriol es olvidado y la victoria del astuto entraña admiración. El que se entrega es eclipsado por quien con truco puso pies en polvorosa, mientras él está cautivo en una celda dolorosa.

Si a Castilla liberara, Oriol se sabría rey. Cuidado con que se dé cuenta el cautivo, que tal vez la solución estriba en separar a Castilla de la Catalunya esquiva. Porque Oriol está en la meseta antagonista, la de los molinos gigantes, y de sus paisanos solo la espalda avista. Tal vez, para quien no posea ojo certero, Oriol recuerde la estampa no del Quijote, sino la de Sancho, el escudero. Pero si en su pueblo vieran mejor, en vez de sentarlo en un asno bruto que da coces de desquite, lo auparían a Rocinante y dirían como León Felipe: “Va cargado de amargura, / que allá «quedó su ventura» / en la playa de Barcino, frente al mar. Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar. Va cargado de amargura, / va, vencido, el caballero de retorno a su lugar… Ponme a la grupa contigo, / caballero del honor, / ponme a la grupa contigo, / y llévame a ser contigo / pastor.”

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