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Cachés “de risa”, precariedad y no poder salir de gira, así es la danza en España

Werner y Marote, dos cuerpos entregados a la danza

Pablo Caruana Húder

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Carmen Werner y Lucia Marote representan dos generaciones de la danza contemporánea en teoría lejanas. Werner comenzó abriendo un espacio entonces inexistente para la danza en este país en los años ochenta. Marote es una de las figuras emergentes y con más fuerza de la actualidad. Crecieron en dos Españas bien distintas, o no tanto. Las dos bailarinas conversan cara a cara en el mismo teatro en el que han coincidido por unos días.

Carmen Werner (1953) es la Pina Bausch madrileña. Su cuerpo es como un mapa de la danza castellana, trabajado a destajo, agotado y al mismo tiempo lleno de energía y nervio. Desde que creara Provisional Danza en 1985, Werner ha producido más de cincuenta montajes. Desde 2007 es Premio Nacional de Danza y el año pasado le otorgaron la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes. Nada de eso se nota en su prosodia. Cercana y siempre directa, Werner habla sobre la nueva obra que presenta esta semana en los Teatros del Canal de Madrid: Todo lo bueno ocurre en silencio. “A mí me gusta siempre basarme en un concepto, en una idea para poder hacer un desarrollo. En este caso me he inspirado en la película de Woody Allen Días de radio. Esta vez no es como otras obras, no hablamos, tan solo está el audio de fragmentos de la película. Transcurre en un gran salón donde ha sucedido una fiesta. No puedo contar más”, afirma.

Lucia Marote (1980) nació en Costa Rica. Su historia es otra. No vivió los comienzos de la danza contemporánea en España como Werner. Lucía llegó a nuestro país en 2003, donde se formó, y en el año 2012 creo una hermosa pieza, El pie, que todavía le siguen pidiendo que haga. En ella, Lucia se suicidaba en escena para luego renacer, “comenzaba moviendo un pie y a partir de ahí iba despertando, activando, el resto del cuerpo”, explica. Desde entonces ha creado varias piezas que han ido recogiendo premios e interés de la profesión y el público. Junto con otros seis bailarines y después de una residencia de investigación y creación, ha estrenado El ojo del huracán esta misma semana en el mismo teatro que Werner. “Mis puntos de partida son distintos de los de Carmen. Parto de intuiciones, me gusta comenzar desde el cuerpo e ir descifrando qué pasa ahí. En El ojo del huracán tenía una pauta muy concreta, que era el giro. Girar. Como los derviches. Pero no quería ni basarme en ellos ni estudiar su técnica. Se trataba de investigar la nuestra propia. Me interesa trabajar con la dificultad y ver cómo esta transforma tu estado. Girar y permanecer. Buscar estados donde ya no es posible controlar, donde no está determinado qué puedes dirigir y qué no”, afirma. “El proyecto que estoy manejando es pequeño, cuesta tanto cuadrar agendas para los ensayos… Por eso admiro tanto a Carmen, creo que es la única que ha conseguido tener una compañía con elenco estable en la danza contemporánea de este país”.

Carmen Werner: En mi compañía hemos conseguido trabajar a la antigua usanza. Todas las mañanas tomamos clase y después hay ensayo. Tuve que bajar el sueldo a los bailarines en la crisis de 2008, reduje la jornada laboral pero nos seguimos chupando cuatro horas todos los días. Muchas veces me he planteado contratar por proyecto, como hace Lucía. El problema es que cuando comienzas un proyecto y quieres cinco bailarines, quizá solo vienen tres. Y eso no me gusta. Me gusta trabajar con todo el elenco. Yo es que estoy en la era arcaica.

Lucia Marote: Yo asumo que no puedo ofrecer las condiciones mejores del mundo y, por lo tanto, hay que ser flexible, hay que entender que va a haber ausencias, hay que planificar mejor para poder tener ensayos todos juntos. Pero es hacer malabares, la verdad. Hay un punto en que la flexibilidad sí me gusta porque permite derivas, más tiempo e ir encontrando poco a poco, pero no puede ser que la pieza se vaya transformando debido a la precariedad en lugar de a la investigación. Es difícil desarrollar un proyecto sin saber cuál va a ser el presupuesto, algo que muchas veces solo lo sabes después de tener la pieza estrenada. Y todo el mundo trabaja por proyecto.

Más público pero menos giras

Werner y Marote, a las que les separan casi 30 años, conversan sobre cómo ahora hay un público mayor y más activo que comprende mejor, que sabe acercarse a un lenguaje no racional como el de la danza, “porque la primera vez que vino Pina Bausch a España con Café Muller la abuchearon a base de bien”. Fue en el Teatro Español: “yo estaba allí petrificada, alucinada, entre abrigos de pieles y diciendo: pero qué está haciendo esta mujer, qué es eso tan maravilloso que acaba de pasar en escena”, recuerda Werner. “Claro, es que yo ni había nacido”, le responde Marote.

La pieza que acaba de estrenar Marote en los Teatros del Canal es una auténtica bala al centro de la coreografía actual. Con seis bailarines en escena, Marote consigue desde un posicionamiento minimal como es el giro, crear una coreografía hipnótica y fluctuante. Luz sobria, sonido electrónico medido y seis bailarines entrando en un estado alterado, en un girar sin pausa de más de cincuenta minutos que va generando poética, significado, moviendo al espectador, estrujándole la meninge y su centro de gravedad.  

Los trabajos de Werner, en cambio, siempre tienen ese toque teatral, dramatúrgico, de la danza-teatro de Bausch pero sin serlo. En sus coreografías nunca pasa una sola cosa al mismo tiempo, el ojo del espectador puede elegir con que acción de las que están ocurriendo en escena se queda. Werner cuida el segundo plano como nadie. Su concepción de la escena está llena de vida, de personajes, siempre agarrada al lirismo pero sin transcendencias huecas y siempre dejando espacio al humor y la palabra.

En estos momentos los cachés son de risa y es imposible salir de gira con un espectáculo de más de dos personas

Lucía Marote

Son dos concepciones de la danza muy diferentes la una de la otra. Sin embargo, cuando hablan se entienden perfectamente. El presente es el mismo para ambas. Werner, lógicamente, tiene menos dificultades para llevar sus montajes de una ciudad a otra, con los años ha tejido redes y hoy es uno de los nombres más respetados de la danza en nuestro país. Pero los problemas de distribución y exhibición son acuciantes para todas las compañías. Werner escucha a Marote con los ojos bien abiertos. Marote es más joven, está abriendo camino, ahora tiene que mover la pieza recién estrenada, sabe que tiene una joya entre las manos. Y Werner conoce bien las dificultades que existen.

Marote: Hay espacios maravillosos en España de medio formato, teatros estupendos que permiten una cercanía muy bonita con el público. Y que te acogen estupendamente. Pero no te pueden pagar. Y ahí comenzamos a entrar otra vez en un mundo de precariedad que lo complica todo, que hace imposible girar con una pieza de un equipo de ocho personas como el de El ojo del huracán.

Werner: Ahora que está el Estatuto del Artista trabajándose en el Ministerio de Cultura, no sé dónde acabará el asunto pero lo que hace falta es solvencia económica. Las ayudas públicas contribuyen a que los cachés sean mayores y en estos momentos los cachés son de risa. Está imposible mover un espectáculo que sea mayor de un dúo. No se puede girar.

Marote: Cierto y también se necesita cierta continuidad en las ayudas a las compañías. Si tú tienes continuidad en tu proyecto ¿por qué las ayudas no pueden tenerla también para tú poder planificarte un poquito mejor?

Werner: Antiguamente en España había una ayuda del Ministerio de Cultura y en Madrid otra de la comunidad autónoma que eran bianuales pero vinieron los recortes y los quitaron. A partir de 2008, desaparecieron.

Pero Carmen Werner es alérgica al desaliento. Comenzó cuando en España se podían contar con una mano los teatros que programaban danza contemporánea. Y su actividad sigue siendo frenética, durante más de 35 años no ha dejado de producir una media de dos piezas al año. Da talleres por toda España, sale de gira por todo el mundo con las piezas de su compañía, con sus solos o con sus trabajos de danza en la calle.

Werner: Es que bailar me encanta, es una cuestión de vicio. Como el que fuma y bebe. Yo fumo y bebo. También hago solos, dúos, giramos los solos de los bailarines de la compañía, monto piezas con gente de fuera… Cuando deje de bailar, que no será dentro de mucho, seguiré dando clases y haciendo coreografías. Es factible, a mis maestros les he visto coreografiando sentados. Pero en la próxima vida me pido otra profesión.

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