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El difícil arte de convertirse en adulto

Adam Driver y Ben Stiller en 'Mientras seamos jovenes'

Pedro Moral Martín

El protagonista de Greenberg era un Ben Stiller de cuarenta y pico frágil e inestable que decide sencillamente no hace nada con su vida. Entonces conoce a Florence (Greta Gerwig) y comienzan un noviazgo casi decadente, ridículo y muy débil. En una secuencia memorable, Stiller se encuentra en mitad de una fiesta universitaria con un montón de veinteañeros que le ofrecen coca y él no la rechaza. Después de meterse la primera raya en quince años se encuentra eufórico. Esa incómoda y bastante ridícula forma con la que el protagonista intenta encajar con la generación siguiente es el material que usa Noah Baumbach para la trama de su nueva película, Mientras seamos jóvenes.

En pleno estado de madurez artística, el realizador norteamericano ha filmado una comedia inteligente y también muy amarga sobre lo que se siente al llegar a los cuarenta, pero también sobre la brecha generacional en su versión tecnológica, profesional y emocional. El la ha vivido muy de cerca. Aunque no lo ponga en los créditos, Baumbach (46) reconoce que Greta Gerwig, su novia de 31 años, ha participado en la escritura del guión. De ella se enamoró cuando rodó Greenberg y por ella dejó a su esposa, actriz y madre de su único hijo Jennifer Jason Leigh (53). Después vino Frances-Ha, un hito en la cultura indie escrita por él y por Greta, que también la protagonizó jugando a ser la eterna adolescente desgarbada y despreocupada que debe madurar en el vacío de una ciudad en decadencia, Nueva York.

Compartir la vida con una estrella hipster quince años menor que él ha sido una gran inspiración para describir el choque de las dos generaciones que se retratan en Mientras seamos jóvenes. Baumbach nos cuenta la historia de un documentalista de mediana edad (Ben Stiller) que encuentra el impulso necesario a su mermada existencia cuando él y su esposa (Naomi Watts) conocen a una entusiasta pareja de veintipocos que les harán reflexionar sobre sus prejuicios, su manera de entender el arte, el trabajo y el relativo valor de la autenticidad o la legitimidad de coger atajos para conseguir emocionar al espectador.

Qué duro es hacerse mayor

Hay un momento en la vida de todo el mundo en que te das cuenta de que eres el más viejo que hay en la sala. Es completamente obvio y, sin embargo, nos asusta cuando pasa. También es una prueba a la que no es fácil someterse, igual que la de estar rodeado de parejas que se embarcan en la aventura de la maternidad. Josh (Stiller) y Cornelia (Watts) han dejado pasar el tren bebé y de golpe se sienten muy fuera. Se sienten demasiado jovenes para ser padres pero son demasiado viejos para ser jóvenes. Un día dando una clase magistral (por decir algo) en la universidad, Josh conoce a la carismática pareja de veinteañeros interpretada con gran panache por Adam Driver y Amanda Seyfried.

La pareja de cuarenta y pico se engancha peligrosamente a la vitalidad de sus nuevos amigos y comienzan a admirar la forma en la que valoran la era analógica. Contra el Her de Spike Jonze, este es un universo post-digital donde el medio de transporte es la bicicleta, la música se escucha en vinilos y las películas se ven en VHS. Los chicos se comunican cuando se encuentran -¡sin usar un iPhone!- y la mascota de la casa es una gallina, símbolo incontestable de la producción orgánica e hiperlocal.

Es el mejor tono del realizador americano, con sobrios y elegantes chistes y con diálogos que acumulan pequeñas influencias del mejor y más ennegrecido Woody Allen. Hay una escena en la que Josh descubre que tiene artritis, y el gag recurrente con la falta de prejuicios que tiene la pareja joven para que les inviten constantemente. Con Ben Stiller, que tiene el don para encajar en el melodrama más negro y también en la comedia más estúpida, hace mucha gracia. Después Baumbach introduce una secuencia muy del cine más tonto de Judd Apatow, un encuentro con alucinógenos en el que todos se animan a vomitar. A partir de aquí, Mientras seamos jóvenes se convierte en una lucha generacional por la sempiterna idea de lo auténtico, de la obra genuina. 

La generación Catfish [ojo: Spoiler]

CatfishEl personaje de Adam Drive comienza un documental basado en una sencilla idea que poco a poco va desvelando una trama política compleja y de envergadura. Baumbach transforma su comedia en una especie de Catfish donde la desconfianza y rivalidad entre los dos personajes masculinos recuerda a la que Woody Allen tenía con Alan Alda en Delitos y Faltas. Pero en este caso hay un giro generacional que convierte todo el asunto en algo más personal, en un juego de espejos donde entran los espectadores. ¿Es la autenticidad algo verdaderamente tan importante en el arte documental (o en la vida en general) o es posible saltarse algunas reglas a favor de la espectacularidad y del impacto?

El documental sobre perfiles falsos de Facebook dirigido por Henry Joost y Ariel Schulman, que desembocó después en una exitosa serie de la MTV también titulada Catfish, es uno de los ejercicios audiovisuales más polémicos de los últimos años. Y lo es precisamente por la sospecha de su propia autenticidad. Documentalistas expertos y críticos de cine pusieron en duda la historia de esa mujer que inventaba perfiles en Facebook para representar fragmentos de su personalidad. Y sin embargo, el resultado y su propia controversia simbolizan un cambio generacional en el concepto de lo legítimo o lo real, algo que Baumbach también utiliza como perfecto clímax en su última película. Todo muy milenial, por cierto, aunque venga de la mano de un cuarentón.

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