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‘Anaconda’ vuelve a un clásico del cine cutre para reírse con torpeza de la crisis de Hollywood

25 de diciembre de 2025 21:14 h

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A Hollywood, durante por lo menos diez años, le ha salido muy rentable la Era de la Nostalgia. Jurassic World: El renacer fue la película más taquillera de este verano y la recaudación del remake de Lilo y Stitch lidera el ránking de 2025, pero a priori parece que dicha Era está acabando. El final de Stranger Things podría ser un cierre así como poético, y nos llevaría a preguntarnos qué viene ahora. ¿Qué nueva Era sucederá a la Era de la Nostalgia? Si bien Tom Gormican no es un cineasta muy conocido, podría haber dado con la clave: la Era del Meme.

La nostalgia y los memes funcionan de forma parecida. Dependen de imaginarios compartidos y del reconocimiento instantáneo de quienes lo experimentan. Si no despiertan complicidad, se marchitan. La diferencia es que los memes no tienen tanta afinidad con afectos fuertes o algún paraíso perdido estilo la infancia, pues tienden a ser más veloces y bufonescos. Nicolas Cage es un meme por la diversión que han dispensado sus películas sin el respeto de termómetros prestigiosos. También por su excentricidad como personaje público. Por su mera imagen. El insoportable peso de un talento descomunal, dirigida por Gormican, estaba consagrada a este fenómeno.

En 2022 Cage se prestó a protagonizar un film plenamente inspirado en su condición memética. El culto que le había rodeado estalló en una comedia metarreferencial, destinada a toda esa comunidad digital que tanto disfrutaba de su obra. Irónicamente o no, que para el caso da lo mismo. Nos caiga más o menos simpático el asunto —y sea más o menos útil para futuras mutaciones del cine comercial que sigan maquillando su falta de imaginación—, el razonamiento que Gormican siguió para El insoportable peso de un talento descomunal es análogo al que cimienta Anaconda.

Sin la existencia de Internet habría sido imposible imaginar una comedia donde Cage se parodiara a sí mismo. Del mismo modo, sin la existencia de Internet nadie habría pensado jamás en hacer un remake de Anaconda, 28 años después de la película original. Anaconda es una película famosa, principalmente, por ser malísima. Nadie ha tenido el valor de sentir nostalgia por ella.

Todo por el meme

O casi nadie. Los protagonistas de la Anaconda de Gormican sí la recuerdan con mucho cariño. Al grupo de amigos que forman Griff (Paul Rudd), Doug (Jack Black) y Claire (Thandiwe Newton) la película de 1997 les pilló de chavales, y les inspiró para querer dedicarse al cine. En el presente nadie lo ha logrado, sin embargo. Griff es un actor fracasado y Doug graba vídeos para bodas. La trama de esta nueva Anaconda comienza cuando adquieren los derechos de la película Anaconda (la del 97) y deciden irse al Amazonas a rodar un remake. La situación se complicará lo suyo al toparse con una serpiente gigante de verdad, poniéndoles en peligro de muerte.

El Hollywood de los últimos años nos ha acostumbrado a muchos tipos de explotaciones tardías de propiedades intelectuales. Están la secuela y la precuela. También la “secuela legado” o la “recuela”, donde se confunden las nociones de secuela, reboot y remake. No hay un término oficial para el tipo de secuela que practica la nueva Anaconda (¿metasecuela?), si bien ya nos hemos encontrado en otras ocasiones con la idea de que la película original exista dentro del universo de la nueva iteración. Pasó en la saga de El ciempiés humano, por ejemplo.

Lo interesante, sin embargo, es cómo de orgánicamente que Anaconda se inserta en las lógicas del meme. El que sus protagonistas sean fans del filme noventero no es ningún chiste porque, como bien sabemos, hay clásicos generacionales que calan culturalmente gracias al humor involuntario que generan. El desconcierto trocado en guiño cómplice, o la admiración honesta hacia sensibilidades artísticas que desafían los moldes establecidos. Es la actitud que llevó por ejemplo a Tim Burton a hacer Ed Wood o a que The Disaster Artist homenajeara una de esas “peores películas de la historia” (ganando la Concha de Oro, algo que jamás habría podido hacer la The Room original). Y es una actitud puramente cinéfila, en la que el grado de condescendencia puede variar.

La afinidad de Anaconda con estos postulados es un poco más compleja si cabe por el tipo de fuente que maneja —y que obliga a su metasecuela a articularse como una comedia de terror y aventuras— en paralelo al eco que ha hallado dentro de los dominios más sarcásticos del meme. La Anaconda que dirigió Lluis Llosa —primo del novelista fallecido Mario Vargas Llosa, uno de tantos elementos hilarantes del filme— se estrenó en el momento exacto en que el cine de monstruos con vocación multisalas apuntaba a democratizarse, gracias a los efectos digitales.

El blockbuster monstruoso, inaugurado por Spielberg en el 75 con Tiburón y renovado por él mismo en el 93 con Parque Jurásico, estaba a punto de desaparecer. Se lo cargaron películas tan caras como masacradas por la crítica estilo Anaconda, Congo (1995) —otra adaptación del mismo Michael Crichton que ideó Parque Jurásico, ahora con gorilas de por medio—, y la sucesión en 1999 de Mandíbulas (cocodrilos gigantes) y Deep Blue Sea (tiburones gigantes). Todas ellas querían aprovecharse del éxito de Spielberg, sin preocuparse de tener una mínima dignidad cinematográfica. No es casualidad que en 1997 se fundara The Asylum, la productora de Sharknado.

Anaconda arrasó en los premios Razzie (los anti-Oscar) y se transformó en un título de culto gracias a la cutrez de su CGI, a su guion sumamente estúpido y a sus interpretaciones desnortadas —entre Ice Cube y un Jon Voight grotesco, pasando por una Jennifer López que no sabía dónde meterse.

Fue un éxito en taquilla pero, ajustándose a los vientos de la industria, solo llegó a estrenar en cines una secuela (Anacondas: La cacería por la orquídea sangrienta, del 2004); las siguientes fueron directamente a vídeo o televisión, al canal Syfy. Anaconda sucumbió del todo a su corazón Serie B, en resumen, y llegó a tener un crossover con MandíbulasMandíbulas contra Anaconda, en 2015— luego de que serpientes y cocodrilos tuvieran una trayectoria paralela entre cines y Syfy.

Entre 'Anaconda' y 'King Kong'

Así que Anaconda, ahí donde la vemos, representa la transición de los monstruos que lideraron el blockbuster de los 70 y los 90 a la televisión barata y la mofa de Internet. De Tiburón a Sharknado. Del lujoso espectáculo de Hollywood a veladas con amigos —regadas por alcohol y drogas blandas— donde disfrutar de películas “tan malas que son buenas”. Con lo que es un título adecuado al que anclar esta posible Era del Meme y se entiende que Gormican continúe así El insoportable peso de un talento descomunal. Pero las conexiones son incluso más enrevesadas.

Tenemos más o menos asumido que, con la sucesión de blockbusters cochambrosos de fines de los 90, el cine de monstruos megalómano expiró. Años después de eso hay que conformarse —dejando de lado las bromas de Syfy y The Asylum— con producciones anémicas como Megalodón o limitadas por servidumbres de franquicia como el Monsterverso de Godzilla y King Kong. Antes de todo eso, sin embargo, hubo un último esfuerzo por mantener el gigantismo en el demencial remake de King Kong a cargo de Peter Jackson (2005). Donde, al igual que en esta nueva Anaconda, Jack Black era un temerario director de cine que se topaba con monstruos gigantescos en la selva.

King Kong volvía al King Kong de los años 30 —título inaugural de la tradición de monstruos clásicos— de la misma forma que esta Anaconda vuelve a la Anaconda de los años 90 fijándola como título inaugural de la tradición de monstruos posmodernos. Esta genealogía determina qué esperar del filme de Tom Gormican y no es solo que no se tome en serio a sí mismo —la Anaconda noventera tampoco lo hacía demasiado—, sino que la acción esté supeditada a la comedia directa. Una comedia que, del mismo modo que rinde un homenaje sentimental al “cine malo” estilo The Disaster Artist, también quiere ser una sátira sobre el Hollywood contemporáneo.

En ambas ligas se percibe convicción. El grupo de amigos perdedores está bien construido y se nota que Gormican conoce de primera mano esta cinefilia de derribo, a la vez que lanza algún dardo ocurrente a la industria —no tanto por su obsesión con explotar propiedades intelectuales, como por la necesidad de que el último cine de terror tenga “temas”— y sabe manejar la cita pop. El uso de la canción Anaconda de Nicki Minaj da medida del ingenio del filme, que no es demasiado prominente pero sí vale para considerarlo, por lo menos, algo más potable que su antepasado del 97.

Aun así el talante listillo de Anaconda no llega a ser suficiente como para sobreponerse a defectos graves, ya presentes en El insoportable peso de un talento descomunal. El humor meta busca fluir tanto a base de codazos que cuando no termina de aterrizar se vuelve grotesco. Su mayor baza para evitarlo es que Rudd y Black son cómicos excelentes pero esto solo sirve hasta cierto punto: la realización de Gormican es tan incompetente, el caótico montaje ilustra hasta tal punto un rodaje torpe y apresurado, que las conexiones con el filme original llegan a extremos indeseables.

El desubicado personaje de Daniela Melchior, o el penoso embalaje visual de la película, constatan que esta Anaconda solo puede presumir frente a la Anaconda original de haber sabido estar al tanto de los cambiantes humores de Internet. Que por supuesto no es mucho, y transmite las peores expectativas de cara a que esta Era del Meme llegue a extenderse.