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Crítica

Guadagnino deja frío con su drama caníbal con Timothée Chalamet

Venecia —

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Nadie puede acusar a Luca Guadagnino de acomodarse. Cada película (o serie) nueva parece ir en la dirección contraria a lo que se espera de él. Es capaz de realizar una de las mejores películas románticas del cine reciente, Call me by your name, para después arriesgarse a realizar un remake de un clásico de culto como Suspiria. También de saltar al mundo de las series con We are who we are, un producto atípico sobre la construcción de la identidad en una base militar norteamericana en medio de Italia. 

Tras su periplo televisivo regresa al cine, y la curiosidad por ver cuál era el nuevo requiebro en su carrera era grande. Por supuesto su decisión no era la que nadie hubiera predicho. Se lanza ahora a realizar una adaptación de una novela romántica adolescente de Camille DeAngellis, Bones and all, y lo hace sin ningún tipo de rubor. No se avergüenza del material de partida, sino que lo trata con la misma seriedad y sobriedad con la que realizó la de Call me by your name. Lo que se echa en falta es que detrás de esta hubiera un guionista como James Ivory, que ganó el Oscar al mejor guion adaptado por aquella versión. El encargado del libreto es David Kajganich, colaborador habitual de Guadagnino en, precisamente, los dos peores trabajos de su carrera, Cegados por el sol y Suspiria.

Bones and all llegaba al festival de Venecia como una de las películas más esperadas. Primero por su protagonista, Timothée Chalamet, ya convertido en una estrella absoluta y, de momento, el actor que más pasión ha desatado entre las fans de la Mostra. Segundo, por el chiste fácil y recurrente que aparece en cada corrillo del certamen. Una película con Luca Guadagnino, con Chálamet, sobre un caníbal… y sin Armie Hammer. El actor que les acompañó durante el viaje de Call me by your name fue acusado de prácticas inapropiadas con varias mujeres y en uno de los mensajes que se publicaron él mismo reconocía que era caníbal. Para echar más leña al fuego una de sus exparejas reconoció que las fantasías caníbales de Hammer eran reales. Todo a la vez que HBO Max emite el documental sobre los oscuros secretos de su saga familiar.

Dejando de lado el chiste y el cotilleo, las malas noticias es que no hay mucho más que rascar. Guadagnino realiza una película correcta, que comienza con fuerza y va perdiendo gas hasta convertirse en un convencional y anodino drama romántico adolescente cuya única peculiaridad es que ambos son caníbales. Esto da rienda suelta al director para rodar unas escenas con un punto gore que son de lo mejor del filme, especialmente la primera, cuando se descubre la condición de su protagonista, la joven Mare (Taylor Rusell), que tras desatar sus instintos con el dedo de una compañera emprenderá un viaje para encontrar a su madre, que la abandonó hace tiempo. 

En el camino conocerá a varios caníbales como ella. Entre ellos un 'mentor' con oscuras intenciones y el talento de Mark Rylance, que parece pasárselo pipa con este papel, y un jovencito con el rostro de Chálamet, que siempre se las apaña para desprender carisma. Finalmente Bones and all es lo que se conoce como un coming of age, una película de descubrimiento y crecimiento. Aquí sobre el paso a la edad adulta y cómo dos inadaptados a los que siempre han señalado consiguen encontrar algo de luz juntos. Acierta Guadagnino en colocar esta historia en los EEUU de Reagan para acentuar ese odio al diferente, pero al final acaba prestando demasiado atención al romance y poca a los otros elementos interesantes a los que apuntaba su prometedor inicio. Todo culminado con una escena con balada y toques de videoclip que empaña el resultado. Palidece al compararla con otro retrato de la adolescencia con el canibalismo como metáfora, el que realizó de forma brillante Julia Ducournau en su debut, Crudo.

A su lado destacó Athena, la película de Romain Gavras, hijo del mítico Costa-Gavras que tras su decepcionante debut se ha aliado con Ladj Ly para realizar una película que parece una secuela de Los miserables. Si en aquella película se tomaba la obra de Víctor Hugo como materia prima para retratar las banlieues parisinas, aquí se escoge la estructura de una tragedia griega para volver al mismo escenario. En esta ocasión una barriada ficticia, la Athena del título, donde un caso de violencia policial desata una guerra entre fuerzas armadas y los olvidados de la sociedad.

Hay coros griegos, una barricada que parece un castillo y, sobre todo, una puesta en escena que a ratos deja con la boca abierta y a ratos peca de efectista. Si su primera escena es un justificado plano secuencia hipnótico, tenso, frenético e imposible –que levantó aplausos en el pase de prensa–, otras de sus decisiones parecen más pensadas en el exhibicionismo que en hacer avanzar la historia. A pesar de ello es una película contundente, dura, frenética, llena de hallazgos visuales y con un mensaje tan actual como necesario: si no paramos ahora a la extrema derecha habrá una guerra civil. Una película que, perfectamente, podría hacerse un hueco en el palmarés y que, de momento, es la mejor opción de Netflix para lograrlo.