Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El Gobierno da por imposible pactar la acogida de menores migrantes con el PP
Borrell: “Israel es dependiente de EEUU y otros, sin ellos no podría hacer lo que hace”
Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

'Todos queremos algo', movida del 86

Francesc Miró

El tercer disco de Van Halen llegó en el mejor momento. Led Zeppelin se rompía por dentro con todos sus integrantes enfrentados entre sí. Aerosmith daba tumbos sin llegar a remontar sus éxitos más allá de giras menores. Y Kiss empezaba a experimentar con la música disco. Parecía que los astros se hubieran alineado para que los hermanos Van Halen fuesen número 1 en todos los ránkings de las emisoras estadounidenses. Asi que estando en la cima, grabaron Women and Children first, el que muchos consideran su mejor trabajo.

La segunda canción de aquel disco llevaba por nombre Everybody wants some, y albergaba en sus notas y su letra exactamente el espíritu que Richard Linklater quería para su última película. Así nace Todos queremos algo, del impulso y la necesidad de capturar el sentimiento de una época y una edad. Aquella canción destilaba el descaro natural de la recién cumplida mayoría de edad, ese momento en el que las pasiones, estímulos y tentaciones se asumen como derecho legítimo. Queremos tenerlo todo, vivirlo todo.

En su nueva película, el realizador de Houston se pregunta constantemente, “¿Qué significaba tener 18 años en los 80?”, y todas las respuestas que le venían a la cabeza tenían nombre de canción. Madurar era algo íntimamente ligado con la música del momento. “Tengo una conexión personal con todas las canciones de la película”, explica Linklater. “Quería compartir la sensación de lo que era escuchar aquellas canciones sonando en la radio. Cómo era bailar con ellas en las discotecas o los bares country”, cuenta el director de Boyhood. “La música disco todavía estaba presente, el country de repente era algo guay en lugares donde no había llegado antes, el metal era tremendo, mientras que el punk y el New Wave eran nuevas y excitantes alternativas. También se vivieron los primeros ejemplos de lo que finalmente hemos conocido como el hip-hop. Fue un momento interesante musicalmente, con tantos artistas en la cima y tantos géneros compartiendo escenario”, y eso tenía que estar muy presente en la película. Bienvenidos a un retrato generacional de toque Linklater a ritmo de Hot Chocolate, Blondie, The Sugarhill Gang y sí, Van Halen.

Ver como se desliza el tiempo

La manida paradoja de Teseo hoy suena a perogrullo, pero sigue vigente en cualquier arte. Nunca te metes dos veces en el mismo río y lo único que puedes hacer es intentar captar la sensación de la primera vez que lo cruzaste. Richard Linklater parece haber consagrado su carrera a una incesante necesidad de atrapar el tiempo. No como una patología grandilocuente por la posteridad sino como una voluntad de reproducir sensaciones.

Boyhood, su celebradísima anterior película, se rodó una semana al año durante 11 años para que tanto la historia como los actores fueran evolucionando de manera natural. El resultado es una absoluta cápsula generacional que representa las vivencias de muchos preadolescentes al entrar el nuevo milenio. Una obra maestra del cine moderno por muchas razones. Una de las principales, por construir un desarrollo dramático que hace de los instantes mínimos, momentos trascendentales. Como esos recuerdos que vuelven a uno sin razón aparente, pero que encierran la secreta oportunidad de ser personas que nunca fuimos.

De la misma manera, su trilogía de absoluto culto, Antes de..., analizaba pormenorizadamente cómo las etapas de la vida de una persona influyen en las relaciones que establece con los demás. Más si cabe cuanto más íntimas. Céline y Jesse, unos memorables Ethan Hawke y Julie Delpy, son presos del tiempo que les toca vivir en cada reencuentro. No son los mismos pero se reconocen en el recuerdo que cada uno tiene del otro.

Movida del 76, retrataba una jornada clave en la vida de una serie de adolescentes, el último día de instituto. Un film lleno de fiesta, cerveza, drogas y sexo que desenmascaraba un positivismo no exento de miedo ante la inminente entrada en la vida adulta. Un día, de nuevo, para ser recordado.

Pues bien, Todos queremos algo es la secuela espiritual de Movida en el 76. Aquí, un grupo de jóvenes jugadores de béisbol vive una cuenta atrás hasta el primer día de universidad. Y claro, los mismos temores que sobrevolaban aquella vuelven a estar presentes, recelo prematuro ante las obligaciones del adulto, que luego se revelan menos graves, y trascendentes de lo que parecen.

Mientras, una exquisita recreación de la época retrata todo lo que influía al joven de entonces. “Quería sentir como si simplemente hubiéramos dejado una cámara en 1980, grabando lo que estaba pasando en la vida de estos chicos”, cuenta Linklater. Aunque reconoce que no pretende ser objetivo. “Es bastante autobiográfica”, confiesa el director nominado por la Academia de Hollywood. “Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que estar en la universidad fue un momento divertido, no solo en lo personal, también fue un momento cultural interesante”.

Camaraderia universitaria

Todos queremos algo se enmarca en un estado mental ochentero para hacer de lo anecdótico algo esencial y construir el transfondo de lo verdaderamente importante, las relaciones emocionales de sus protagonistas. Sin ser coral, ni pretenderlo, la nueva película de Linklater combina con una facilidad pasmosa la estampa de cada integrante del grupo de jugadores de béisbol que la protagonizan. Con los temores, desasosiegos y aspiraciones de una generación.

Para hacerlo, todos sus actores se encuentran perfectamente articulados y su química resulta casi transparente. Si no fuera por los rótulos que nos recuerdan los días que quedan para que comience el juicio final, las clases, no costaría nada sentir que estás en los ochenta. Se le puede achacar, no obstante, que el personaje principal sea el que menor interés cree, pero no la capacidad naturalista con la que sus colegas construyen su personalidad.

Una naturalidad que se palpa desde el rodaje. “Para obtener los mejores resultados, quería que se sintieran cómodos entre ellos y que realmente llegaran a conocerse unos a otros,” explica Linklater. “No lo veo como un ambiente de trabajo; los protagonistas son personas creativas, y yo quería darles espacio para jugar con el material, rozar los límites y averiguar quiénes eran sus personajes”. Para él, “es muy estimulante trabajar con un grupo grande y una nueva generación de actores con talento”. Esto último, es algo con lo que ya experimentó en Movida del 76. “En ambas películas elegí a quien yo sentía que era el mejor actor para el papel, sin importar la experiencia que tuvieran ni lo conocidos que eran”.

Todos queremos algo contiene todo lo bueno del cine de Linklater sin llegar a ser uno de sus grandes títulos. Su capacidad de visión para atrapar ambientes de impoluto acabado y su narrativa sin altibajos, con una constante sobriedad anticlimática, le confieren un encanto particular. Pero es el buen rollo que destila el conjunto, esperanzador e ilusionante, lo que la convierte en una obra realmente cautivadora. Como dijo la crítica Desirée de Fez, es una película tan buena que “puedes hablar y escribir sobre ella sin utilizar la palabra nostalgia”.

Etiquetas
stats