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El sonoro despegue del manga español: precario aunque admirado en Japón

Dos viñetas del manga 'Limbo', de Ana C. Sánchez.

Gerardo Vilches

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El manga español atraviesa un excelente momento. Los días en los que aficionados y especialistas debatían si era correcto utilizar el término “manga” para referirse a cómics hechos fuera de Japón parecen haber quedado atrás. El fenómeno del manga es global y, por ello, el Ministerio de Asuntos Exteriores nipón otorga desde 2007 los Japan International Manga Awards, que premian obras realizadas fuera de sus fronteras, pero que asumen los códigos estéticos y narrativos del manga.

Este año, están copados principalmente por autores y autoras procedentes de Asia: Bangladesh, China, Hong Kong o Vietnam, entre otros. La obra ganadora del primer premio ha sido Wind Chaser. Under the Blue Sky, del dibujante taiwanés Chien Jason. Pero entre las obras destacadas también se encuentran las de dos autoras españolas, las únicas europeas presentes en el palmarés de este año: Ana Oncina (Valencia, 1989) y Ana Cristina Sánchez (Murcia, 1990), que han obtenido un segundo y tercer premio repectivamente.

No es la primera vez que el manga español —algunos críticos han popularizado el término “iberomanga”— es reconocido en estos premios, que buscan difundir el manga y la cultura japonesa, como parte de la política diplomática del país: autores como Oriol Hernández, Jordi Lafebre, Josep Busquet y otros han conseguido diversas menciones. Pero sí es la primera vez que coinciden dos autoras en el mismo palmarés, con sendas obras publicadas en la misma editorial, Planeta Cómic, que en los últimos años ha apostado por el manga de autores españoles. Su revista Planeta Manga, iniciada en 2019, ha sido criticada por las bajas tarifas que ofrece a sus dibujantes, aunque ha servido de plataforma de prepublicación de historias que, posteriormente, se han recopilado en tomo.

La obra premiada de Ana Oncina, Just Friends (2021), es lo que se conoce como un one-shot: una historia autoconclusiva publicada en un solo tomo. Limbo (2023), de Ana C. Sánchez, es una serie, de la que está a punto de aparecer su segundo volumen. Ambas autoras están de acuerdo en la importancia del premio recibido. “Los International Manga Awards son importantes porque implican un reconocimiento a tu trabajo que traspasa fronteras y que surge de la misma cuna del manga, ya que son autores y editores de la industria japonesa quienes componen el jurado”, explica Ana C. Sáchez.

Gracias, Bola de Dragón

Para entender el arraigo del manga en España y la aparición de cada vez más autoras interesadas en expresarse a través de su lenguaje hay que remontarse a los años 90, en los que tuvo lugar un primer bum, protagonizado principalmente por Bola de Dragón, de Akira Toriyama. Desde aquellos momentos, la sinergia entre manga y anime, emitido por televisión, fue fundamental. Fueron muchas las niñas y adolescentes que encontraron entonces un tipo de historias y una estética que las engancharon.

“Cuando era una niña, notaba poca presencia femenina y pocos cómics que me llamasen la atención –comenta Oncina–, y eso no pasaba con el manga, donde había géneros muy distintos y muchas autoras”, continúa la responsable de Planeta, quien destaca como influencias tempranas a las japonesas Rumiko Takahashi y Wataru Yoshizumi.

Ana Cristina Sánchez, por su parte, subraya “el atractivo del estilo visual y un ritmo narrativo que ensalza las emociones”. Su generación, que se encuentra ya en la treintena, ha crecido leyendo manga y viendo animación japonesa, por lo que se han asimilado sus códigos: “Es algo que a muchos ya nos sale solo cuando se nos despierta el gusanillo de querer aprender a dibujar y crear nuestras obras”.

En la década de los 90, Nuria Peris se convirtió en la gran pionera. La siguiente generación estuvo protagonizada por autoras como Aurora García Tejado y Diana Fernández Dévora, integrantes de Studio Kôshen, o Irene Roga, entre otras.

'Otakus' puristas

Ya en los 2000, iniciativas como la línea Gaijin de la extinta editorial Glénat dieron un espacio a los jóvenes creadores con influencia del manga, abocados a la autoedición o a buscar oportunidades en otros mercados. La competencia con la producción japonesa, que vive un auténtico bum en nuestro país, no pone las cosas fáciles, como tampoco lo hace el consabido purismo de muchos otakus.

“Todavía hay una gran parte de los lectores que son reacios a consumir obras nacionales, u occidentales, en general, por no considerarlas auténtico manga”, afirma Ana C. Sánchez. Sin embargo, Oncina es optimista y considera que estamos en un buen momento para el manga español: “Creo que cada vez hay gente más potente que explora este género y las editoriales están más receptivas a este tipo de proyectos”.

Más allá de las posibilidades comerciales o económicas, el manga español supone un caso interesante de hibridación cultural. La política cultural de Japón ha buscado activamente que el manga y el anime sean sus mejores embajadores, porque, tal y como explica Simon May en su ensayo El poder de lo cuqui (Alpha Decay, 2019), contribuye a generar una imagen de potencia cool, inofensiva y moderna a la vez.

Varias generaciones han asimilado los códigos de la ficción japonesa hasta hacerlos propios e integrarlos en su lenguaje y visión del mundo, aunque Sánchez considera que lo interesante reside, precisamente, en contrastar eso con los valores propios. “Aunque los códigos narrativos y estéticos sean los mismos, a mí en particular me gusta que los personajes se sientan más cercanos, más parecidos a nosotros en cuanto a la manera de pensar y de relacionarse con otras personas. Me parece muy interesante saber aprovechar esas características sociales y culturales que nos identifican y encontrar un equilibrio”.

Oncina, que no se considera a sí misma tanto una autora de manga como una autora influida por el manga, destaca el hecho de que muchas de las lectoras que se iniciaron con la narrativa japonesa hoy son autoras que reflejan esas influencias, junto a otras que llegaron después.

Japón impenetrable

El mercado del manga en Japón es una industria millonaria pero tremendamente exigente con sus autores, obligados a mantener un ritmo de publicación de más de 10 páginas por semana. No resulta sencillo profesionalizarse allí, y mucho menos si se es un dibujante extranjero: los editores japoneses siempre han sido reacios a contratarlos, o incluso a publicar obras previamente aparecidas en Occidente. Aunque algunos autores españoles han logrado dar el salto, como es el caso de Juan Albarrán o Kenny Ruiz, sigue siendo muy complicado.

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Existe un caso excepcional, por la juventud de su autora: Andrea Konata, autora de Kohva (2023), está preparando un proyecto para Japón con tan solo 21 años. Sin embargo, Ana Oncina y Ana C. Sánchez lo ven muy lejano. “Nunca he intentado mover mi trabajo por allí –confiesa la primera– aunque cada vez hay más ofertas de editoriales japonesas. Creo que si tu meta es que tus obras se publiquen en Japón, hay que ser realista: es difícil, pero no imposible”.

Ana C. Sánchez también piensa que es difícil pero no imposible, viendo el reciente interés de Japón en Europa y el crecimiento de este estilo no solo en España, sino también en Francia e Italia. “La industria del manga en Japón es bastante hermética, así que creo que es necesario destacar mucho para tener una oportunidad”, concluye.

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