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Jia Tolentino: “Usamos Internet de manera compulsiva para mirar cosas como los balances de muertos”

Jia Tolentino en su apartamento frente al Ecce Homo/ Elena Mudd

Mónica Zas Marcos

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Jia Tolentino (Canadá, 1988) es de las pocas personas que puede decir que creció en el seno de una iglesia evangélica conservadora, puesto que sus padres, inmigrantes filipinos, instauraron su hogar dentro de una ermita en Texas. Ella siempre dice que la educación que recibió entre esas cuatro paredes fue la que le hizo darse cuenta de que, contra todo lo que predicaba su comunidad, era progresista, atea y adicta a una droga que le provocaba el mismo éxtasis que la oración.

A los 16 años se apuntó a un reality show y fue aceptada en Yale, pero por presiones familiares estudió en la Universidad de Virginia. Desde ese momento, Internet pasó a ser su segundo centro de saber y su arma de promoción personal. De ahí, dio el salto a dirigir Jezebel, la publicación feminista más prestigiosa de Estados Unidos, y a ser la redactora más joven a sueldo del New Yorker. La revista alentó un estilo personal que cruzaba sus propias anécdotas vitales con ensayos basados en el uso de Internet por parte de la generación millennial.

De aquello ha surgido Falso Espejo. Reflexiones sobre el autoengaño (Temas de Hoy), debut literario por el que ha sido comparada con Joan Didion, aplaudida por Rebecca Solnit y descrita por Margaret Atwood como “la escritora del momento” por saber analizar en tiempo real asuntos sociológicos que requieren del reposo de los años. Algo que, sin pretenderlo, hace también con la crisis del coronavirus y su respuesta cibernética en esta entrevista que ofrece desde Nueva York por Skype.

¿Puedo preguntarte dónde estás?

Claro. Estoy a dos horas de Nueva York. Justo regresé ayer porque tenía una cita con mi ginecólogo: estoy embarazada de 20 semanas.

¡Enhorabuena!

¡Gracias! Antes estaba en Brooklyn porque le había prestado el apartamento a una amiga que tiene un montón de compañeros de piso, pero algunos se han ido y ha sido un respiro poder volver a salir de la ciudad. Aquí tengo espacio al aire libre, puedo caminar y no hay sirenas sonando todo el día. ¿Tú dónde estás?

En Madrid...aquí no nos libramos de las sirenas.

Es espeluznante, ¿verdad? Al menos este mes de confinamiento ha estabilizado las cosas en nuestras dos ciudades. Sigue habiendo centenares de muertos y es horrible, pero se empiezan a notar los efectos.

Y a nivel profesional, ¿has descubierto algo sobre ti o tu disciplina de trabajo desde el inicio de la cuarentena?

Los escritores pasamos mucho tiempo solos en casa y esto no es algo del todo nuevo para mí. Por ejemplo, fui voluntaria del Peace Corps (Cuerpos de Paz) en 2011 y me enviaron a un pequeño pueblo de Kirguistán durante dos años. No tenía internet ni podía ir al supermercado, porque no existía. Así que, aunque es duro, esto parece la versión fácil de aquello y me da las herramientas que necesito para sobrellevar cada día. Por ejemplo, ya sé que hacer yoga, cocinar y leer antes de trabajar me ayuda.

Hablas en el libro sobre la obsesión por ser productivo a todas horas y sus estragos psicológicos. ¿Crees que el confinamiento ha aliviado esa ansiedad?

Se ha vuelto muy nítido de pronto y le estoy dando muchas vueltas. He intentado perder ese sentimiento capitalista que se ha apoderado de mí desde que terminé el libro, pero se ha intensificado en la cuarentena. Ya sufrí una crisis existencial hace dos años. Me di cuenta de que necesitaba sentirme útil y reconocida a todas horas, hasta el punto de haber dedicado mi vida a producir solo cosas que tuviesen valor monetario. Pero las cosas buenas no se pueden monetizar y en cuarentena es más evidente que nunca.

¿Y el millar iniciativas con las que nos bombardean para aprovechar el tiempo?

Yo creo que eso ocurría al principio. Hubo un movimiento abusón para que llevases a cabo “proyectos en cuarentena” con una presión enorme. Pero, ¿sabéis qué? Igual la gente no quiere hacer nada más que cocinar, cuidar de los suyos y limpiar su jodida casa. Yo estoy dirigiendo mi obsesión por ser productiva hacia el cuidado propio y de los demás. Y lo seguiré poniendo en práctica después de esto.

¿Para qué usas Internet ahora mismo?

Si te soy sincera, lo estoy usando de forma más compulsiva que nunca. Como todos, supongo, y lo hacemos para cosas como mirar el balance de muertos, que a la larga es un uso nocivo. Pero al mismo tiempo estoy muy agradecida del uso humano que se le está dando. Gracias a él podemos descubrir cómo ayudar a los hospitales o a otras personas más cercanas, aunque nunca va a ser un sustitutivo de la vida real.

En el libro criticas la estafa en las redes sociales como “el ethos definitivo de los millennials”, pero en estos días son el medio de colaboración universal. ¿Es solo un espejismo?ethosmillennials

Por desgracia, sí. A las celebrities y a la gente rica les encanta publicar mensajes de que estamos todos unidos en esto. Pero ellos están en sus chalés de miles de metros cuadrados en la playa y a la gente le empieza a cansar. Su estupidez está siendo más evidente que nunca, igual que el moralismo barato que venden desde su estatus de belleza y opulencia.

Ahora lo que se lleva es vender austeridad, como el reto Pillow Challenge (en el que los famosos se visten únicamente con una almohada como reivindicación). ¿Es un nuevo uso instrumental de esta realidad traumática?Pillow Challenge

Me parece divertidísimo. En el fondo es una intensificación de algo que ya estaba ahí. Saben que presumir de su vida perfecta era una gran mierda desde antes y lo tenían que hacer aunque escondiesen un sufrimiento endémico. Por eso, hace dos años, los influencers empezaron a incluir cierto autodesprecio en sus performances de la “vida perfecta”. Es decir, empezaron a jugar al relativismo moral sin ser muy conscientes de ello. Lo cual es ridículo, pero a la vez muy interesante.

Escribiste en 2018 que “tan solo un colapso social y económico será capaz de librarnos de la plaga digital”. ¿Aplica también a este colapso humanitario?

El futuro nunca ha sido más difícil de predecir. Incluso de cara a la próxima semana se antoja imposible. Yo creo que tenemos más esperanzas que certezas. Por ejemplo, la mía es que todos los norteamericanos salgamos de esta siendo socialistas [ríe]. Pero, para que Internet lo reflejase, el sistema entero tendría que cambiar.

Quizá se transforme un poco nuestro comportamiento cultural, pero los incentivos económicos van a seguir siendo los mismos. Si el sistema tiene que vigilar nuestro comportamiento y monetizar nuestras identidades para funcionar, las iniciativas surgidas del coronavirus en Internet habrán sido igual de malas o peores.

En plena carrera electoral en Estados Unidos, ¿ha cambiado esta crisis sanitaria la forma de hacer política en campaña?

Al menos, no hacia mejor. Me aterra que nuestro partido Demócrata, supuestamente nuestro partido de izquierdas, no apoye la sanidad universal más que el virus en sí. Si ni siquiera podemos superar este estándar, la derecha va a seguir acumulando poder. Como en Wisconsin, donde la pandemia se va a usar para cerrar colegios electorales. Es una excusa para reprimir el voto en nombre de la seguridad y una antigua táctica de la derecha para apartar a la clase trabajadora y a los inmigrantes del voto.

Una consecuencia de la doctrina del shock que seguramente se va a aplicar en otros países. Pero es algo temprana, ¿no?doctrina del shock

Absolutamente. Tengo un amigo de Corea del Sur, donde han conseguido controlar muy bien la epidemia básicamente por la vigilancia gubernamental y el rastreo del movimiento de los teléfonos móviles. Y creo que es la forma correcta de conseguirlo, pero ¿en el caso de Estados Unidos? Absolutamente no. Lo van a utilizar para vigilar a las minorías, como tantas otras veces.

Por una parte, creo que no viviremos un mejor momento que este para defender el socialismo, la sanidad universal y los impuestos a los ricos como la única forma de mantener viva a la gente. Pero, al mismo tiempo, miro la política norteamericana y sé que posiblemente Trump vuelva a ganar. Es algo muy real. No sé, soy una mezcla de esperanza y de aturdimiento.

Puede que el virus derroque varios gobiernos con el argumentario de que la oposición lo habría hecho mejor. ¿Trump se librará de eso?

Al principio de la crisis me consolaba que al menos esto fuese a impulsar a Bernie Sanders a la presidencia. Al fin y al cabo él representa todas esas políticas que son tan obviamente necesarias ahora. Pero no solo no ha ocurrido, sino que el índice de popularidad de Trump se mantiene bastante alto, como ocurre en Hungría, Brasil, Filipinas y todos los países donde la ultraderecha está ganando fuerza.

Además, su estrategia es apoyarse en bulos y en desinformación que siguen millones de personas. ¿Por qué crees que tienen tanta acogida en Internet?

Internet y las campañas de desinformación tienen gran culpa porque mucha gente no toma de referencia a los políticos por sus medidas o por sus resultados, sino por cómo les hacen sentir. Este tipo de hombres enfadados, que representan fortaleza y dominación, aunque sea una estrategia mentirosa, hacen sentir segura a parte de la población que en estas catástrofes solo necesita una performance de fortaleza. Para mí, lo único que representan es una profunda desesperanza por mejorar.

Trump ha hecho varias referencias al “virus chino”. ¿Temes que después de esto los ataques racistas hacia la comunidad asiática vayan a peor?

Es curioso. Hace poco escribí una reseña de un libro y hablaba de que ser asiática había moldeado mi forma de entender el poder. Es un sistema que me beneficia y que me castiga al mismo tiempo. Sufro racismo, pero no tanto como los negros en Estados Unidos. Estoy en una posición intermedia, porque además soy filipina, mi nombre es occidental y hablo inglés desde la cuna.

Aún así, es doloroso ver cómo el candidato a la presidencia Andrew Yang dice estupideces como que ha llegado la hora de demostrar al mundo que somos americanos. ¿Perdón? En todo caso ha llegado la hora de que el mundo deje de ser tan jodidamente racista. Pero bueno, nuestro presidente llegó al poder navegando el barco del racismo y seguirá haciéndolo, contra los asiáticos y contra todos los demás.

Escribes en Falso espejo que dejaste de creer en Dios el año que probaste el éxtasis. Ante este tipo de catástrofes, ¿añoras una fe a la que agarrarte?Falso espejo

Mis padres, que se han moderado mucho desde que yo era pequeña, siguen teniendo la certeza de estar en las manos de Dios. De que Dios tiene un plan. Y en cierta forma envidio esa tranquilidad, porque les impide posicionarse en bandos opuestos que sí existen en política. Barbara Ehrenreich, escritora y atea, me contó en una entrevista que la enseñaron a portarse bien, no porque un Dios estuviese mirando, sino porque precisamente no hay ninguno que lo haga y solo podemos cuidarnos entre nosotros mismos. Y creo que eso resume muy bien mi propio concepto de fe.

De hecho, dices que para ti no hay mayor libro de izquierdas que la Biblia y que la enseñanza religiosa abrió tu mente progresista. ¿Se ha apropiado la derecha del sentimiento de la fe?

Absolutamente. Antes de hablar de mi relación con la religión en el libro, lo primero que hice fue destapar los casos de abuso sexual dentro de mi comunidad, en Texas. Ahora no me considero una persona ni mínimamente religiosa, pero esa enseñanza se tradujo en mi percepción actual del trabajo y la ayuda comunitaria. Eso es lo que yo identifico con la religión (y con las drogas, pero eso es otro tema) [ríe].

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