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“Mejorar el mundo no me interesa nada, me gusta tal y como es”

Rafael Gumucio. Foto: Penguin Random House

Ángela Precht

Probablemente la única vez en que la derecha y la izquierda chilenas estuvieron de acuerdo fue gracias a Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970). Corría el año 1997, la extraña transición hacia la democracia del país andino llevaba ya siete años con Augusto Pinochet blindado en el poder como senador vitalicio. Entonces el equipo del ultra under y delirante programa de televisión Plan Zeta lanzó el capítulo Vuestros hombres valientes soldados. Una parodia de escasos 6 minutos y 38 segundos sobre la versión pinochetista del golpe militar.

Con actuaciones claramente grotescas y burlonas, la historia muestra a un Salvador Allende, interpretado por el escritor Rafael Gumucio, ciego de poder y whisky, bueno para la juerga y sin intención de trabajar; mientras un valiente soldado -aka Pinochet- inútilmente intenta hacerlo entrar en razón. Momentos estelares se alcanzan cuando el dictador mata en defensa propia a un grupo de insurgentes y pide al cielo que les den cristiana sepultura. Pero la escena más sangrante para las sensibilidades de izquierda ocurre cuando Allende/Gumucio y Pinochet se encuentran en pleno bombardeo al Palacio de Gobierno. El valiente soldado le dice: “Ríndete mal Presidente” y éste, con fanfarronería grita: “¡Antes muerto!”. Y se suicida de un tiro en la boca.

Esos casi siete minutos, grabados con total precariedad, bastaron para encender la mecha. Voceros de las fundaciones Augusto Pinochet y Salvador Allende, el Partido Socialista y miembros de la derecha y ultra derecha se mostraron dolidos, molestos, ofendidos y ciegos de venganza. No descansaron hasta que el equipo del programa fue condenado por el Consejo Nacional de Televisión por ofensas a personajes históricos. Pero esa no sería ni la primera ni la última vez. El programa fue procesado por cada una de las ocho faltas del organismo sancionador. Rafael Gumucio, incluso, estuvo preso por reírse de un ministro de la Corte Suprema.

Su último problema con el humor fue hace algo más de un año, cuando a través de su cuenta de Twitter, @rafaelgumucioa, se burló de quienes se preocupaban por los animales durante un enorme incendio ocurrido en Chile. Hasta amenazas de muerte recibió. Gumucio optó por “suicidarse” en Twitter y luego regresar a la red social. Por ello en su perfil se lee “Muerto y resucitado”.

“Es un tiempo especialmente complicado para el humor. En lo tiempos duros para la libertad de expresión, como por ejemplo durante la dictadura, llegaba Pinochet y te decía: 'No se puede hacer esto ni decir esto otro y se van todos a la cárcel si lo hacen'. Allí la libertad de expresión estaba resguardada porque había gente que te la impedía. Pero ahora cualquier tipo, en cualquier momento, puede descubrir que tú estás siendo ofensivo o malvado y destrozarte”, comenta desde Barcelona, donde ha venido a presentar su última novela, Milagro en Haití.

¿Twitter es el paraíso de los tontos literales?

Es tremendo. No hay ningún permiso para la contradicción y están todo el tiempo buscando el minuto en que uno se va a caer. Estamos viviendo un momento moral donde la piedad, la compasión y la caridad se acabaron. A veces siento que el cristianismo se acabó. Esa idea de que el otro puedo ser yo en su pecado, en sus errores, se acabó. Corre la idea de que uno puede tratar con una especie de limpieza higiénica al otro. Por ejemplo, las cárceles en EEUU son dignas en el sentido de que son limpias, pero no son ejemplos de salvación o más aún, tampoco se espera que los presos te enseñen algo o que te salven como buscaba el cristianismo.

A los criminales hoy hay que ponerlos en lugares aislados, higiénicos y ojalá no torturarlos demasiado o matarlos, pero no hacerlos vivir. Esa idea de que un asesino puede tener una suerte de luz divina ya no existe. Ya no importa el ser humano. El enemigo es el humano. ¡Pero el humano puede ser bueno y malo, y eso ya no se quiere! En las redes sociales se quiere a alguien sin contradicciones y en ese sentido estamos completamente jodidos.

¿Se ha perdido el asco por el linchamiento?

Ahora hay gente que no sólo se enoja sino que considera divertido y simpático enojarse. Puedo entender que alguien se enoje y le duela algo ofensivo, pero que alguien haya transformado esta forma de indignarse en un deporte como ir al tenis, gente que está sentada esperando que alguien diga una tontería o se equivoque para ir en manada a atacarlo, es incomprensible. ¡Cuando estar ofendido e indignado es algo muy poco placentero!

[Hoy, Gumucio combina su fértil quehacer literario con un influyente programa de radio, columnas de opinión en distintos medios, la dirección del Centro de Estudios Humorísticos de una universidad, letras para una banda de rock y hasta la escritura de discursos para políticos. Milagro en Haití ha sido considerada por la crítica como su mejor trabajo. Es el relato febril de una mujer de sesenta años que despierta tras una cirugía estética en un hospital haitiano en pleno Golpe de Estado. Encerrada y sin familiares, cuenta como única compañía una cuidadora negra de la que depende totalmente. Mientras revisa su vida sin miramientos, urde una entrañable relación con su cuidadora paciente y abnegada.]

Hace 20 años, cuando empezabas como escritor, Ignacio Echevarría te describió como la versión austral de Woody Allen católico.

Creo que los judíos nos han robado el privilegio de la neurosis, de la madre. Mucho antes de Woody Allen. No quiero sonar antisemita pero eso sí que ha sido un expolio, que los judíos sean los dueños de la culpa cuando los católicos somos mil veces más culposos. Entre Israel que no siente culpa de nada e Irlanda que siente culpa de todo no hay donde perderse. Han sido muy injustos con nosotros los católicos. La madre judía sí, es tremenda, pero la madre católica le gana por goleada.

En tus primeros libros estabas tú como personaje por todos lados.

Sí. A mí me costó un tiempo largo aprender a ver a los demás y ponerlo por escrito. La única persona que conocía era yo mismo o versiones de mí muy poco modificadas. Con el libro sobre mi abuela [el conmovedor Mi Abuela, Marta Rivas González] eso se soltó. Era algo que yo deseaba con mucha fuerza, poder crear un personaje que se parara solo, como un ser externo, que hablara su propio idioma.

Carmen Prado, la protagonista de tu última novela, recuerda mucho al personaje de tu abuela, en tu libro anterior.

Están conectados, claro. Prado no es política y es más femenina, en el peor sentido de la palabra porque es más nociva. A mí me gustan mucho los libros donde la gente se acuerda más de los personajes que de la historia. De Pnin de Nabokov no me acuerdo como era la historia ni qué pasó, sólo del personaje o El Quijote. Hay muchas novelas, sobretodo cómicas, en que los personajes viven más que la historia.

Hay otros escritores, perfectamente respetables, que no son capaces o que no hacen esa escuela. ¿Cuál es el personaje de Borges? Borges. ¿Cuál es el personaje de Kafka? Kafka. No son creadores de personajes sino de forma narrativas, visiones del mundo, ideas. Cuando empecé, yo quería ser de los escritores capaces de escribir historias donde la gente se queda con el personaje y años después sigue pensando en el personaje como si hubiese existido. Me costó mucho y ahora me doy cuenta que era una cuestión de tiempo, de capacidad de entender a la gente y observarla lo suficiente.

A propósito de la protagonista de Milagro en Haití y otros personajes femeninos, dijiste que son artistas sin arte. ¿Por qué?Milagro en Haití

Sí, esos son los personajes más interesantes. Casi todas las películas y novelas se nutren de ello. Las películas de Woody Allen y Bergman están llenas de artistas sin arte. Son gente que no son como el común de las personas, sino que tienen algo que los artistas ya tienden a transformarlo en plata, como dicen aquí. Tienen algo pero no lo pueden vivir y lo transforman en neurosis.

A mí me pasó hace tiempo, llevaba mucho tiempo sin escribir y toda la vida se me complicaba, no sabía qué hacer, cómo comprar el billete de autobús, como hacer gestiones mínimas, todo tipo de cosas prácticas y de repente me puse a escribir unas horas y salí del computador y ya lo tenía todo claro. Había descargado toda la fantasía, paranoias y la complicación como quien va al baño. El resto de la vida se me ordenó. Imagino que Carmen Prado y muchos personajes de mis novelas son personas que no tienen donde descargar y hacen las cosas de manera artística cuando no tienen porqué hacerlo.

Patricio Pron dijo que tu proyecto literario era “narrar la crónica delirante y negra de su clase social”.

“narrar la crónica delirante y negra de su clase social”

Sí, pero creo que el proyecto literario de todo escritor medianamente respetable es hacer la crónica delirante o no, de su clase social. Es el destino de los novelistas. La novela es un acto burgués que habla sobre cosas. No es algo demasiado original escribir sobre el mundo que te rodea. Pero no escribo para hablar sobre la clase alta o baja chilena. Escribo por un imperativo, porque me gusta el lenguaje, la creación de momentos. Lo mío es más artístico, en el peor sentido de la palabra, que sociológico. Pero sí, la parte delirante y negra o descentrada es mi aporte.

Y feroz.

Feroz pero piadoso, también. Nunca he logrado querer a la gente disimulando o escondiéndome de sus defectos. Yo quiero amando sus defectos. Me pasa mucho con los personajes, como por ejemplo, mi abuela, que la gente me decía que cómo podía decir esas cosas atroces de ella. Pero a mí es lo que me gusta de ella, sus atrocidades, no sus virtudes. No me interesa Gandhi. Jamás escribiría una novela sobre Martin Luther King o sobre Salvador Allende, aunque éste último tenía bastante por donde agarrar.

Yo quiero a las personas por sus manías, obsesiones, fracasos. Creo que esa es la definición primaria del humor. Coleccionar los defectos y sobretodo las exageraciones de caracteres excesivos como si fueran piedras preciosas. Eso lo tengo de manera instintiva. Es una moral que es así. A mí me gusta la gente tal y como es, pero incluso peor de lo que es. No me gusta la normalidad. Ser humorista también es como ser antiutópico. Mejorar el mundo no me interesa nada, me gusta tal y como es. Considero que el mundo es muy complejo, difícil e injusto pero me interesa más comprenderlo que arreglarlo. No soy como esos enólogos que beben poquito, yo soy el enólogo borracho, me tengo que tomar la botella entera para entenderla. Me pasa lo mismo con la gente, necesito entender cómo es emborracharse de esa persona.

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