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Londres después de medianoche: La referencia como método

Monstruosa portada de 'Londres después de medianoche'

John Tones

Cuando se usa el término “pastiche” para calificar una nueva creación, rara vez se hace con intención elogiosa, ni tan siquiera descriptiva. Un pastiche, según la RAE, es una mera “imitación o plagio que toma determinados elementos característicos de la obra de un artista o corriente y los combina para dar la impresión de ser una creación independiente”.

Es decir, la definición en nuestro idioma ya implica alevosía y malas intenciones, aunque el corta-pega literario ha dado indiscutibles obras maestras, como La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, Luces de bohemia de Valle Inclán o determinados pasajes de El tiempo recobrado de Marcel Proust. Dignísimos precedentes para un género que ha quedado, en muchos sentidos y a pesar de sus posibilidades, como una mera retahíla de ideas prestadas.

Londres después de medianoche es una peculiarísima dignificación del pastiche que, aunque posee un tono constante y una voz autoral clara, comparte ese espíritu de usar la literatura para aglutinar decenas de voces, cada una contando su historia. Su autor, el mexicano Augusto Cruz, no hace tanto un pastiche de géneros literarios como de personalidades de la memoria cinematográfica y pop, reales e inventados, míticos y documentados.

Y lo hace conscientemente: Cruz nos cuenta la historia de un antiguo agente del FBI, hombre de confianza de J. Edgar Hoover, que ahora trabaja como detective privado y que recibe un encargo del mítico Forrest J. Ackerman, el coleccionista de memorabilia de cine fantástico más importante de la historia: recuperar la mítica película desaparecida de Tod Browning (director de Freaks) y protagonizada por el legendario Lon Chaney Londres después de medianoche. El halo de misterio que envuelve al film pronto se contagia a la investigación, y la temática vampírica y esotérica del celuloide envuelve como la niebla londinense a la realidad.

Gooble Goble one of us!

Gooble Goble one of us! Nos cuenta Cruz que para desarrollar esta novela poblada por decenas de personajes, reales e inventados, influyó su experiencia como guionista de cine: “Me propuse escribir esta novela utilizando técnicas de guión, no en el sentido en que la novela lo parezca, sino que la creación de atmósferas, personajes y conflictos fueran fundamentales en la historia. En cine los adjetivos cuestan, una escena de una batalla puede ser desde una toma barrida de una espada blandiéndose al ataque del Séptimo de Caballería. Mi interés era que esto mismo ocurriera con las palabras: elegir las más precisas, construir imágenes de manera breve pero rica en atmósferas y conflicto”.

De este modo, Cruz se plegó a una peculiar disciplina de trabajo comparable al rodaje de un film:

“Como un director de cine que sabe que una escena filmada –en este caso escrita– que no se elimina conlleva esfuerzo y tiempo invertido, escribí la novela mentalmente, ordenando las escenas y pensando un capítulo por semanas o meses antes de sentarme a escribirlo. El momento de estar frente a la pantalla en blanco era como el inicio del rodaje en el set, en el que muchas horas de esfuerzo se concentraban en un par de minutos que dan como resultado algunas escenas, o en este caso un par de páginas. Tras cuatro o seis horas de escribir, terminaba con dos o cuatro cuartillas, pero era un texto que la mayoría de las veces no necesitaba corrección. La novela la escribí durante cinco años de esta forma, y al final prácticamente no hubo que reescribirla ni editarla, sólo cambiar un par de párrafos de lugar.”

Como en un genuino pastiche, las referencias se acumulan en Londres después de medianoche sin diferenciar entre alta y baja cultura: Cruz menciona a la intocable Ciudadano Kane como influencia de su novela (“un mismo objeto-recuerdo-palabra es contado desde una perspectiva y una influencia diferente por parte de cada narrador. La película perdida funciona como la palabra Rosebud, ese ser misterioso, inasible, elusivo pero que en su ausencia va contando una historia”), pero también disfruta sumergiéndose en los alcantarillados del cine mudo y primer sonoro de bajo presupuesto, y sus espartanas condiciones de producción:

“Ackerman tuvo en su colección de objetos de cine –que reunió durante más de setenta años- la capa de Bela Lugosi, las estructuras mecánicas de la primera versión de King Kong, el brazo extraterrestre de The Thing, por mencionar sólo algunas piezas. Él vio Londres después de medianoche cuando era un niño, lo que le convertía en la única persona con vida en haber presenciado el filme. Estos hechos interconectados me impulsaron a escribir la novela, a preguntarme: ¿si Ackerman me contratara para encontrar la cinta, qué proceso de investigación seguiría? Y sobre esa base está construida la novela, que también funciona como un recorrido nostálgico por lo que fue el cine mudo”.

El resultado de esta conglomeración de influencias fue “una historia sobre la memoria y el olvido, sobre el poder que tienen los objetos sobre nosotros, de tal forma que podemos pasar años y casi toda nuestra vida buscando encontrarlos, salvarlos del olvido, o esconderlos de la mirada de los demás, o en el peor de los casos, evitar que sean descubiertos, aunque estos dos últimos rasgos sean la parte oscura del coleccionismo.”

“Muchos de los personajes existen, y a varios los conocí”

Sin duda, uno de los apartados más fascinantes de Londres después de medianoche es cómo entremezcla realidad y ficción sin cambiar de registro. Referencias a la vida privada de J. Edgar Hoover o el asesinato de Kennedy, las vidas de los propios Ackerman o Chaney o la curiosa desaparición de la realmente perdida película de Browning se dan la mano, en una historia que parece salida de una rara película de cine negro, con disquisiciones sobre el vampirismo o lo volátil del arte.

Cruz nos aclara cómo decidió qué proporción de realidad y ficción se mezclarían en la novela: “Un ochenta por ciento de la información que se maneja en la novela es real, verificable, muchos de los personajes existen, y a varios los conocí. Descubrí que narrativamente me siento cómodo con personajes que ya existieron, y sobre los cuales voy construyendo historias. Me propuse que los personajes reales y los de ficción avanzaran tan juntos que a veces cruzaban líneas e invadían territorios ajenos. Que la ficción y la realidad fueran como dos círculos que se entrelazan y en los que se crea un tercer espacio que tiene tanto de realidad como de ficción. En ese tercer espacio es donde ocurre la novela.”

El resultado de toda esa investigación entremezcla “dos pasiones: el cine y la novela policíaca. Me propuse construir una historia que tuviera lo mejor de ambos mundos: por un lado la riqueza de atmósferas y del lenguaje literario, y por otra el ritmo y el vértigo que nos regala está sucesión de imágenes y palabras que es el cine. Me propuse que Londres después de medianoche, esa película fascinante pero maldita, que por un lado evoca recuerdos pero por otro reclama su olvido, que destruyó carreras y cobró vidas, que se convirtiera en esa clase de recuerdos/objetos que uno persigue durante décadas”.

Es esa obsesión por el objeto cinematográfico, que perdure algo tangible de lo que, a fin de cuentas, no es más que una luz parpadeante proyectada sobre un lienzo blanco, lo que palpita bajo esta intriga literaria: “Desafortunadamente de todas las cintas que se produjeron durante el cine mudo, un ochenta por ciento ya no existen: se tiraron a la basura, se quemaron para obtener la plata que tenía el nitrato o se destruyeron. ¿Es posible no sentir nostalgia por la pérdida de estas cintas, algunas de las cuales pueden tener un valor y una importancia para el arte similar a la de la Mona Lisa o un cuadro de Goya?”

Cruz no disimula su rampante fetichismo cinéfilo: “Los personajes de la novela buscan rescatar a través de la memoria el valor de los objetos, de los recuerdos y de aquello que es importante para mantenernos con vida. Con el tiempo las historias en un bar o frente a una fogata serán contadas a través de dispositivos electrónicos y no mediante la memoria y los recuerdos, que las reviven y tergiversan de maneras a veces hermosas pero no necesariamente exactas. La memoria no sustituye al rigor de un documento o de una comprobación científica, pero lo que perdemos de certeza y exactitud lo ganamos en imaginación y fantasía.”

Y de ese modo, apreciando una buena tergiversación, es como Londres después de medianoche manipula el recuerdo de una película de vampiros esfumada en una de las épocas más fascinantes de la historia de la cultura pop.

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