Gregorio Samsa: no era una cucaracha
Para empezar, en La Metamorfosis no dice que sea un insecto, chinche, escarabajo o cucaracha. Para todos estos hay palabras más apropiadas en el idioma alemán: Insekt, Wanze, Käfer, Kakerlak. Ungeziefer, una herencia que en Alto alemán medio que describe aquellas criaturas “no aptas para el sacrificio”, es un término genérico que se aplica hoy a cualquier tipo de plaga doméstica, de los piojos a los ratones, pasando por las chinches, ácaros y las termitas.
Equívoco en la especie pero específico en sus asociaciones: es siempre una especie de patita pequeña y múltiple, de carácter expansivo, insaciable y promiscuo, un ser tan repulsivo que produce escalofríos sólo con ser mencionado. Que no descarta pero tampoco indica que el asqueroso bicho sea, efectivanmente, una asquerosa cucaracha.
Kafka nunca lo aclara, y no es porque se le haya olvidado. En una carta a su editor en octubre de 1915, el checo advierte que al ilustrar la portada, “el insecto no debe ser dibujado, ni siquiera desde la distancia”. Y ninguna de las 21.810 palabras de su más famosa historia se menciona a la cucaracha. El apocado comerciante Samsa sufre el rechazo frontal de sociedad y familia, que convive él en un clima de terror y asco sin llamarle nunca otra cosa que Gregorio, como si pronunciar su nombre verdadero lo volviera irreversible, convirtiendo la pesadilla en realidad.
No lo aclara, pero sí lo describe. Y según explica Vladimir Nabokov en su entretenido Curso de Literatura Europea, el bicho que trata de salir de la cama sin romperse la espina dorsal no podría ser nunca una cucaracha. El ruso, que además de novelista era un entomólogo con especial debilidad por los lepidópteros, se limita a leer el texto original:
“La cucaracha es un insecto plano de grandes patas y Gregor es todo menos plano: es convexo por las dos caras, la abdominal y la dorsal, y sus patas son pequeñas. Se parece a una cucaracha sólo en un aspecto: en su color marrón. Aparte de esto, tiene un tremendo vientre convexo, dividido en dos segmentos, con una espalda dura y abombada que sugiere unos élitros. En los escarabajos, estos élitros ocultan unas finas alitas que pueden desplegarse y transportar al escarabajo por millas y millas de torpe vuelo. Aunque parezca extraño, el escarabajo Gregor no llega a descubrir que tiene alas bajo el caparazón de su espalda (ésta es una observación que quiero que atesoreis toda vuestra vida. Algunos Gregorios, Pedros y Juanes, no saben que tienen alas). Además, posee fuertes mandíbulas. Utiliza estos órganos para darle la vuelta a la llave en la cerradura, erguido sobre sus patas traseras, sobre el tercer par (un fuerte par de patas), lo que nos da una idea de la longitud de su cuerpo: unos tres pies. En el transcurso del relato, se acostumbra poco a poco a utilizar sus nuevos apéndices: sus patas y sus antenas. Este escarabajo marrón, convexo, del tamaño de un perro, es ancho.”
Gregorio Samsa es, entonces, un escarabajo. Y la bellísima observación de que Gregorio guarda sin saberlo un par de alas bajo el caparazón de su espalda (que le podrían haber transportado millas y millas de su habitación) añade una nueva vuelta de tuerca al original, sin modificar una línea.
Ni cucaracha ni escarabajo ni todo lo contrario
Alado o no, Gregorio sigue siendo una quimera. Lo explica Donna Bazzone, profesora de biología en el St. Michael's College de Vermont:
“Si el cuerpo con su exoesqueleto creciera hasta el tamaño de un humano, sería tan pesado que si siquiera unas piernas con la musculatura y el tamaño apropiado podrían sostenerlo. Un insecto de esas características no se podría mover. Además, dado que los insectos carecen de un sistema respiratorio con tubos que conecten a pulmones internos con grandes zonas absorbentes, un gigante como Gregorio la cucaracha no sería capaz de obtener oxígeno suficiente para sobrevivir. Más aún, nuestro sistema circulatorio depende de un corazón musculado que bombea sangre a todos los tejidos del cuerpo gracias a una elaborada red de conductos. Si un insecto tuviera tamaño humano, su sangre de insecto sería incapaz de llegar a todos los tejidos.”
Cucaracha o escarabajo, Kafka es un autor especialmente difícil de traducir, aunque Borges se empeñara en decir lo contrario. Milan Kundera dedica su ensayo Una frase a denunciar las imprecisiones que sufre una sola frase de El Castillo a manos de sus tres traductores franceses Alexandre Valetti, Claude David y Bernard Lortholary. Hasta la famosa traducción al castellano de La Metamorfosis que publicó Borges en 1938 trae una cola de despropósitos, empezando porque el mismo Borges a veces dice que es suya y, otras veces, se desentiende de ella:
“Ello se debe al hecho de que yo no soy el autor de la traducción de ese texto. Y una prueba de ello —además de mi palabra— es que yo conozco algo de alemán, sé que la obra se titula Die Verwandlung y no Die Metamorphose, y sé que hubiera debido traducirse como 'La transformación'. Pero, como el traductor francés prefirió —acaso saludando desde lejos a Ovidio— 'La métamorphose', aquí servilmente hicimos lo mismo. Esa traducción ha de ser —me parece por algunos giros— de algún traductor español. Lo que yo sí traduje fueron los otros cuentos de Kafka que están en el mismo volumen publicado por la editorial Losada. Pero, para simplificar —quizá por razones meramente tipográficas—, se prefirió atribuirme a mí la traducción de todo el volumen, y se usó una traducción acaso anónima que andaba por ahí.”
Lo que no dice Borges pero sí su nueva y muy excelente traductora al inglés Susan Bernofsky es que Die Verwandlung, a diferencia de metamorfosis, “no sugiere un cambio de estado natural” sino otra cosa más siniestra, como una transmutación violenta.
Kafka, Borges, sus precursores y sus hijos
Borges pasó en Suiza la Primera Guerra Mundial, y allí aprendió alemán (dice él, que era un gran mentiroso) leyendo a los expresionistas Kafka, Johannes Becher, August Stramm, Alfred Mombert y Wilhelm Klemm en las revistas de vanguardia. En 1938, 14 años después de la muerte de Kafka, el argentino editó la colección de cuentos del checo, incluyendo esa traducción de La metamorfosis que podría ser suya, o no:
“Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”.
Y da lo mismo porque, además de su amigo traidor Max Brod, nadie ha hecho más por Kafka que Jorge Luis Borges. Su amor brilla con especial candor en el que sea posiblemente el mejor de sus ensayos, Kafka y sus precursores. Este texto sin precedentes fue publicado por primera vez en Otras inquisiciones (1952) y sugiere que un genio transforma su campo hacia delante y hacia atrás, que “su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. Allí está probablemente el orígen de Las Ciudades Invisibles, obra maestra del Italo Calvino, el mejor alumno de Borges y, también, su precursor.
“Mis notas registran asimismo dos cuentos. Uno pertenece a las Histories désobligeantes de León Bloy y refiere el caso de unas personas que abundan en globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que mueren sin haber logrado salir de su pueblo natal. El otro se titula Carcassonne y es obra de Lord Dunsany. Un invencible ejército de guerreros parte de un castillo infinito, sojuzga reinos y ve monstruos y fatiga los desiertos y las montañas, pero nunca llegan a Carcasona, aunque alguna vez la divisan. (Este cuento es, como fácilmente se advertirá, el estricto reverso del anterior; en el primero, nunca se sale de una ciudad; en el último, no se llega).”
Volviendo al escurridizo Ungeziefer, encuentro una última vuelta de tuerca. En castellano, lo más parecido a su origen etimológico (recordemos, criatura no apta para el sacrificio) sería probablemente alimaña, un término no exento de ironía histórica porque “proviene del español antiguo que identificaba a Alemania como Alimaña, quedando registrada esta acepción tanto en la fonética de préstamo hispano en el lenguaje aymará (Bolivia) y en las literaturas españolas del siglo XVIII y que no tienen ninguna relación con la actual acepción de la palabra”.
Y es interesante porque Kafka fue un judío checo que escribió en alemán y que habría muerto en los mismos campos de exterminio nazi que sus tres hermanas si no lo hubiera hecho unos años antes de tuberculosis en un balneario austríaco. El lenguaje nunca es neutro y también modifica nuestra concepción del pasado. Veremos el día en que la cucaracha deje de ser un escarabajo para convertirse en un alemán.